Sigue escribiéndose el palmarés de los Nobel de este año y, a la espera de que mañana sepamos si Malala sí o Malala no (el Nobel de la Paz), hoy se ha distinguido a esta señora canadiense que es duquesa de Ontario en la imaginación de Javier Marías y que lleva cuarenta y cinco años creando y contando historias.
Mujer bienhumorada, ingeniosa y aguda, se parece a Antoñete en que se ha retirado tantas veces como luego ha vuelto, y se parece a algunos políticos en que le encanta leer en público sus cuentos. Interpreta los distintos personajes, cambia de voz y de entonación, se divierte comprobando la reacción inmediata del lector, cuando ella le lee. “No volví a casa la última vez que mi madre cayó enferma”, cuenta la autora en el último párrafo del último libro que, hasta hoy, tiene publicado, “no volví ni para su funeral. Yo tenía dos hijos pequeños y nadie en Vancouver con quien dejarlos. Solemos decir que hay cosas que no se pueden perdonar o que nunca podremos perdonarnos. Y sin embargo, lo hacemos, lo hacemos a todas horas”. Termina así “Mi vida querida” y termina así, mientras ella misma no lo remedie, la obra literaria de esta señora vital y divertida, cuya vida (¿cuál no?) ha tenido momentos buenos y malos, y muy buenos y muy malos, cuya relación profesional más sólida ha sido con el New Yorker y cuya principal relación personal es la que mantiene con sus tres hijas.
Hubo un cuarta, que en realidad fue la primera, y que apenas vivió catorce horas. Aunque tiene escritos decenas de relatos, le parece un milagro haber podido hacerlo mientras sacaba adelante su casa. “No recuerdo un solo día de mi vida sin tener que preocuparme de lo que necesitaba alguna de mis hijas, la escritura tuvo que abrirse paso y adaptarse a aquellas circunstancias”. Un milagro fructífero que hoy ha merecido el Nobel.
No todos los escritores, claro, disponen de un despacho en casa para ellos solos en el que pueden recluirse siete y ocho horas para dar a luz sus historias sin nadie que los incordie. Jane Austen escribía en el cuarto de estar mientras su madre le daba palique y atendía visitas -literatura interruptus- y Agatha Christie se reía de los periodistas cuando éstos le decían: ‘hagámosle una foto sentada en su escritorio’ y ella decía ‘¿en mi qué?, yo nunca he tenido de eso’.
La semana de los Nobel, este acontecimiento cultural que premia el saber y el conocimiento, nos ha coincidido a los españoles este de la OCDE que dice que nos enteramos más bien poco de lo que leemos -anímense, que a Alice Munro se le entiende fácil- y con el enésimo debate en el Parlamento sobre la enésima ley de Educación que un gobierno lleva a la cámara. En Congreso, sin mayor novedad en los argumentos (o eslóganes) de unos y de otros, aprueba la ley de Educación del gobierno que presidente un ex ministro de Educación, porque ésta, aunque los medios la llamemos la ley Wertes, en realidad, la ley Rajoy, por más que el presidente apenas se haya manifestado en público sobre las reformas que incluye la nueva norma. Si acaso se ha referido a la misma para negar que vaya contra el catalán o contra la pluralidad cultural de España, pero apenas nada sobre itinerarios, materias y exámenes.
Cabe decir que habló más Rajoy, en la oposición, de la LOGSE de lo que ha hablado, en el gobierno, de la LOMCE. El Parlamento acogió una nueva edición de “Wert contra el resto del mundo” y envía la ley a cubrir su último trámite en el Senado. Porque sí, el Senado existe y sí, los debates sobre las leyes allí arriba son un puro trámite. Rubalcaba ya tiene dicho que anulará la ley en cuanto llegue a la Moncloa, que el problema es que cada vez que lo dice le pasa lo que a Montoro cuando dijo ayer que suben los sueldos, que se escuchan risas en el auditorio. Que el PSOE volverá alguna vez al gobierno de España sí lo cree mucha gente, incluso la mayoría de la gente. Que a lo mejor no ocurre en un plazo corto es también una creencia generalizada.
Pero que será Rubalcaba quien lleve, de nuevo, a su partido al poder es algo que, al día de hoy, sólo defienden el mismo y su equipo más cercano, Valenciano, López, Soraya Rodríguez, los leales que aún confían en las opciones de Alfredo. El resto del partido está en fase de repensárselo todo. Confía en que unas buenas primarias revitalicen el proyecto y a la parroquia, y aunque en público todos los dirigentes dicen que lo importante son las ideas y no los nombres, en privado admiten que esto va a ser, básicamente, una cuestión de nombres.
De Rubalcaba, en cuyo adn está mantenerse en el cargo mientras le sea posible, de Madina, que sigue en las quinielas más por ausencia de otros aspirantes que por insistencia propia, y este nuevo apellido que ha aterrizado en el puente de mando socialista y que tiene al personal expectante: Díaz, Susana Díaz. Por ahora, presidenta de la Junta de Andalucía y baronesa, in péctore, del socialismo andaluz. No es poca cosa. Más bien al revés, hoy por hoy es bastante más que lo que puede exhibir cualquier otro dirigente (en poder e influencia, se entiende).
Susana y Rajoy, nueva pareja de adversarios. No es absurdo decir que tuvo más feeling la presidenta andaluzacon su cita de hoy que con la de ayer, de tú a tú con Rajoy -de presidenta a presidente, oiga- tras la rivalidad patente que mostraba ayer con Rubalcaba (y Rubalcaba con ella, porque salta a la vista que ella a él no le ve como una apuesta ganadora).
¿Y al PP qué le interesa? ¿Ningunear a Susana para reforzar, como interlocutor, a Rubalcaba -mejor lo conocido que lo por conocer- o mimar a Susana para sacar de sus casillas al todavía líder del PSOE? Entre Alfredo y Carme Chacón, Rajoy siempre tuvo claro que prefería (o le convenía) Alfredo. Entre Alfredo y Susana habrá que ir viendo qué cree el gobierno que le resulta más conveniente.