EL MONÓLOGO DE ALSINA

Aquí en la onda. Madrid. Martes

Les voy a decir una cosa.

Tarjeta de embarque, pasaporte y certificado médico. No se extrañen si además del escáner para el equipaje y el arco de seguridad acaban poniéndonos en los aeropuertos un medidor de la temperatura corporal de nosotros, los pasajeros. O que al llegar al control de inmigración el agente de turno, con guantes de látex y mascarilla, nos ponga en la boca el termómetro.

ondacero.es

Madrid | 07.10.2014 20:13

Cómo detectar enfermos de ébola. Como asegurarse de que alguien con el virus ya dentro despegue de un país en el que está declarado el brote con destino a otro que se mantiene ajeno. El gobierno de los Estados Unidos dice estar trabajando en nuevas formas de control de los pasajeros -habla de la fiebre como primer signo de que una persona está infectada- pero sin  alcanzar a concretar qué tipo de medidas serían ésas dado que la fiebre, como sabemos, es síntoma de mil afecciones distintas no necesariamente contagiosas. Obama, que viene insistiendo en que hay países que deberían implicarse más en la lucha contra el ébola en Liberia, Sierra Leona y Guinea, trata de persuadir a la sociedad norteamericana de que no volverá a producirse un caso como el de Thomas Duncan, el liberiano que llegó, contagiado pero aún sin síntomas, a Dallas hace dos semanas.

Ésta es la dificultad esencial para detectar el contagio: que en los primeros días de enfermedad ésta no se manifiesta, no hay nada que indique que la persona está enferma de ébola y ni siquiera presentaría fiebre aunque ya estuviera infectada. Siendo eso así, parece difícil, por más controles que se le ocurran a Obama, impedir que un viajero que ni siquiera sabe que está enfermo aterrice en un aeropuerto norteamericano. En España aún no se han hecho encuestas sobre el grado de confianza que nos merece a los ciudadanos la aptitud de nuestro gobierno para gestionar una alerta sanitaria como ésta; en Estados Unidos, el 58 % de la población se declara confiado en que el gobierno sepa lo que se hace.

La palabra que más está repitiendo Obama estos días, un poco a lo Ana Mato, es protocolo. “Mejoraremos los protocolos”, ha dicho, “pero conste que se están siguiendo estrictamente todos los que ya tenemos”. Los protocolos, en realidad, van cambiando a medida que se les encuentran fallos: es cuando algo sale mal cuando se añaden prevenciones o exigencias a esos procedimientos. Esto, que ha sido el pan nuestro de cada día en Guinea, en Sierra Leona, en Liberia, y en Senegal y en Nigeria, estos últimos meses -ir revisando y modificando protocolos- empieza a ser ahora tarea cotidiana también aquí, en el llamado primer mundo.  A los pacientes que llegan al hospital con fiebre alta, diarrea y dolor muscular se les pregunta ahora, expresamente, si han estado en el África Occidental recientemente.

A los médicos y sanitarios que atendieron al misionero García Viejose les somete, desde hoy, a vigilancia activa: se les examina a diario por si desarrollaran síntomas de ébola sin esperar a que sean ellos quienes acudan al hospital porque tienen fiebre. Aunque no haya cambiado esto que nos repiten los virólogos -que mientras no aparecen los síntomas no hay riesgo de contagio y, por tanto, no es necesario el aislamiento- se plantea ahora que todo aquel que haya atendido a una persona contagiada permanezca en cuarentena los 21 días de plazo de seguridad. Si la auxiliar de enfermería del Carlos III presentó los primeros síntomas el día 30, debería haber sido aislada ya entonces -admiten ahora altos cargos de Sanidad- sin esperar a que alcanzara los 38 de fiebre que marca el protocolo. Mejor pecar por exceso de prudencia que por exceso de confianza, se piensa ahora: tal vez haya que cambiar el protocolo para obligar a la cuarentena de todos aquellos que hayan estado en situación de riesgo, aunque éste sea mínimo.

En aislamiento se encuentran cuatro personas, hospitalizadas en el Carlos III: la auxiliar contagiada, su marido, un hombre de nacionalidad nigeriana cuyo primer test ha dado negativo y una segunda enfermera que trató a los dos misioneros y cuya primera prueba también ha dado negativa. Cuatro hospitalizados pero una sola enferma de ébola: sigue siendo, el de ayer, el único caso confirmado. Y hoy, como ayer, la clave para saber si ha fallado el protocolo o si, en su caso, hay que revisarlo es averiguar qué pasó, cómo se produjo el contagio.

Dado que las autoridades sanitarias aún no alcanzan a dar una respuesta, cabe pensar que la propia auxiliar de enfermería no tiene constancia de haber entrado nunca en contacto con ningún fluido u objeto infectado. Ella no sabe cómo se pudo contagiar. Y salvo que esté grabado lo que sucedió en esa habitación, y en la antesala de aislamiento, los días que Manuel García Viejo estuvo ingresado no parece que vaya a ser fácil llegar a una conclusión indubitada. En ausencia de esa pieza -determinante- para aclarar cuál fue el problema (si la calidad del material aislante, la destreza en ponerse y quitarse el traje o cualquier otra de las hipótesis que están abiertas), en ausencia de la respuesta a la gran pregunta hoy ha hablado del tema todo el mundo, todo el que está profesionalmente afectado por este asunto.

Ha habido comparecencia de la directora de salud pública en el Congreso, intervenciones de sus señorías diputados, conferencia de prensa de los directores de hospitales de Madrid y rueda de prensa de los sindicatos que integran la mesa de la salud pública. Todos han hablado pero nadie ha sido, en realidad, capaz de aportar gran cosa. Mientras no se sepa cómo se produjo el contagio, todo lo que hay es darle vueltas a lo mismo de ayer: hipótesis sobre cómo pasó, qué falló y quién, o quiénes, fueron responsables. Hacen bien los sindicatos de la sanidad madrileña en denunciar todo aquello que les parece denunciable -desde la falta de medios en el Carlos III a la formación escasa que, según dicen, se le ha facilitado a los sanitarios-, pero aún no podemos afirmar que ésa haya sido la causa de este contagio. Y por la misma razón no cabe, tampoco, descartar que una profesional, por experimentada y rigurosa que sea, cometa un fallo.

El error humano existe en todos los ámbitos profesionales, desde el periodístico al político pasando por el médico, ninguno estamos a salvo de equivocaciones, no somos infalibles, cosa distinta es que eso, en este caso, esté acreditado. Porque no lo está. Ni acreditado ni desmentido. Tiene poco sentido esto que hoy hizo LLamazares, preguntar repetidamente a la directora de Salud Pública qué pasó, qué falló, cómo se contagió para avisar a continuación de que no pretenda afirmarse que la sanitaria cometió algún fallo. La directora general, señora Vinuesa, no estuvo en su comparecencia de hoy mucho más suelta que ayer. Repetir que la población tiene que estar tranquila porque España tiene menos riesgo que otros países no parece que consiga el efecto buscado, que el personal se tranquilice porque sí.

Estuvo la compareciente a la altura de los diputados que la cuestionaban. Dándole todos vueltas a lo mismo y evidenciando, algunos de ellos, que todo lo que saben del ébola y cómo se contagia es lo que han leído esta misma mañana. No hace falta repetir seis veces seguidas que es “el primer caso en Europa” para que se entienda que el asunto es serio, ni parece de buen gusto, en esta circunstancias, recurrir a juegos de palabras del estilo “el gobierno ha entrado en coma”. El único que se tomó en serio la labor de hacer preguntas, en lugar de discursos, fue Toni Cantó, bien es verdad que con esa costumbre tan de periodista en tertulia de hacer preguntas a la vez que se va dando da él mismo las respuestas.