En una ciudad que se llama Taldou, a dos kilómetros de Hula, cerca de Homs. El viernes estaba en casa cuando aparecieron en la puerta los shabeeha. “Shabeeha” son los fantasmas, los asesinos que fingen no existir, aunque a la vista está en qué consiste su trabajo. Los shabeeha son la organización paramilitar que le hace el trabajo sucio -o el más sucio de todos los trabajos sucios- al dictador sirio Al Assad. No le basta con enviar el ejército a bombardear barrios rebeldes o con garantizar impunidad a los agentes de policía que detienen manifestantes y los torturan hasta la muerte en los sótanos de las comisarías.
Tiene además a la shabeeha, los civiles que visten como militares y que pueden matar cien personas en un solo día sin que el gobierno sirio se dé por aludido. Rasha Abdul Razq, madre de tres hijos, estaba en casa cuando aparecieron. Toda la familia estaba allí. Veinte personas Los fantasmas entraron con sus kalashnikov y sus armas automáticas. Metieron a casi todos en un cuarto -hombres, mujeres, niños- y abrieron fuego. Sólo cuatro personas se salvaron. Aún no saben por qué. Rasah se siente mal por haber sobrevivido, no entiende por qué ella vive cuando a sus tres hijos, los tres, los han matado. “Abrí la puerta del cuarto”, dice, “y allí estaban todos los cuerpos, amontonados, no podía distinguir a mis hijos de mis hermanos”. En unas casas las matanzas se produjeron en los cuartos. En otras, sacaron a las familias a la calle, los pusieron en fila y los fusilaron.
La BBC difundió esta mañana un vídeo, grabado por los rebeldes levantados contra Al Assad, en el que habla un niño. En pantalla se ve, al fondo, una cortina verde. En primer plano, el niño, que no tendrá más de siete años. La tez morena, el pelo negro, muy negro. Los ojos grandes y oscuros. No parpadea mientras relata cómo salvó su vida haciéndose el muerto. No le alcanzaron los disparos, pero él se echó al suelo cuando vio caer a su madre y a sus hermanas. Fingió morir y escapó de casa en cuanto los shabeeha salieron en busca de nuevos muertos. “Mataron a toda mi familia”, dice, con el aplomo del niño a quien le han abortado su infancia. Otro niño, citado por la ONG Human Right Watch, ocho años, cuenta que él se salvó porque su madre, al escuchar el alboroto en las calles, lo escondió en el establo.
Estando allí, escondido, vio como un hombre armado agarraba en la calle a su amigo Shafiq, trece años, lo llevaba a una esquina y le disparaba en la cabeza. La madre y la hermana de Shafiq también lo vieron; salieron a la calle gritando, desoladas; el hombre armado esperó a tenerlas cerca y también las mató. Ellas no eran opositores armados hasta los dientes, Shafiq tampoco. No fueron víctimas accidentales -daños colaterales- de un bombardeo dirigido contra los cabecillas rebeldes. En nada se parece esto ni siquiera a una guerra civil. Son asesinatos de civiles, mujeres y niños, ejecutados en sus casas, o en la calle, para aterrorizar a toda la sociedad, es una campaña organizada de exterminio de familias enteras, crímenes de lesa Humanidad por los que algún día habrá de ser juzgado este indeseable que manda en Siria y que le tiene cogida la medida a eso que pretenciosamente llamamos la comunidad internacional.
Después de todo, lleva más de un año enviando al Ejército contra la población de Homs, o de Deraa, sin que el resto del mundo haga nada distinto a reprocharle su mala conducta e instarle a gobernar su país atendiendo a las demandas sociales y sin matar gente. Ya ha pasado un año del primer ultimátum que le dio la Unión Europea, “o dejas de matar o actuaremos”, y el dictador debe de estar pensando que el más bravo de quienes le amenazan, ¿cómo se llamaba?, eso, Sarkozy, ya no pinta nada en Europa. Ha sobrevivido a Sarkozy y ha sobrevivido a las sanciones comerciales, las discusiones en la ONU y al descrédito internacional de su señora, tan moderna, tan cómplice, tan caprichosa. Adicto al poder, adicto a la violencia, adicto al lujo (es un dictador de libro), Bachar al Assad sostiene, qué sorpresa, que esto de Hula -la última matanza- no ha tenido nada que ver con él.
Y con sus hombres, tampoco. “Fueron los rebeldes”, es la versión del gobierno, ”son los rebeldes matando a su propia gente para hacer descarrilar las negociaciones de paz”, ése es su cuento. No ha encontrado nadie, fuera de Siria, que lo crea. La oficina de Derechos Humanos de la ONU (ay, la ONU, maniatada por el veto de Rusia y China), ha contado esta mañana que son 108 los asesinados en Hula. Sólo veinte cayeron bajo el fuego de la artillería, el bombardeo de la población civil que nadie, en un año, ha parado. El resto, 88, fueron acribillados por la Shabeeha. Cincuenta de los 88 eran niños. Como Shafiq, como los tres hijos de Rasha. Los gobiernos occidentales se declaran horrorizados por la matanza de Hula: incluso para los parámetros en que se ha movido siempre Bashar el Assad esto ha resultado excesivo.
Varios gobiernos, Francia, Alemania, Reino Unido, Canadá, Australia, España, han anunciado esta mañana la expulsión de los embajadores sirios. Dices: ah, pero es que aún estaban aquí, ¿no llevamos un año amenazando con echarlos? Sí, llevamos un año amenazando con muchas cosas, pero el sirio sigue donde siempre estuvo y haciendo lo mismo que siempre ha hecho. Canadá ha ido un poco más allá que los demás al expulsar no sólo al embajador, sino a todo el personal diplomático sirio con el mensaje de que no cuenten con regresar al país mientras el dictador no ponga fin a su violencia salvaje. En el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas son Francia y el Reino Unido quienes lideran, con el respaldo de los Estados Unidos, la propuesta de resoluciones para intentar actuar en Siria. Ayer el Consejo condenó la matanza de Hula, y por unanimidad, es decir, que Rusia y China se sumaron, pero la condena tenía trampa, porque se condenaban los hechos pero no se señalaban responsables. Las matanzas no están bien, concede Rusia, pero responsabilizar de esta al gobierno sirio es prematuro.
Lo llaman diplomacia, pero es desvergüenza. China, en sintonía plena con la mascarada, pide una investigación para determinar qué es, en realidad, lo que ha pasado. El régimen chino lleva un año diciéndonos a todos que dejemos en paz a Siria, que aquello son asuntos internos. Por supuesto, por supuesto, no esperábamos otra cosa del gobierno que tiene en arresto domiciliario a los disidentes. François Hollande, la nueva esperanza blanca de Europa, recibe el sábado en El Eliseo al principal padrino de Bashar al Assad. ¿Quién, Jamenei? No, ése no sale de Teherán. El padrino es Vladimir Putin, ese otro paradigma del juego limpio y el respeto a los derechos humanos. Si Hollande tiene alguna idea nueva para para los pies a Bashar al Assad puede empezar por comentársela -a ver qué cara pone- al capo ruso.