OPINIÓN

Monólogo de Alsina: "La legislatura se ha iniciado derogando la obligación de acatar la Constitución para convertirse en diputado"

Sánchezle dijo: ¿Cómo estás?

Junqueras le dijo "tenemos que hablar".

Y Sánchez asintió.

Carlos Alsina

Madrid | 22.05.2019 08:13 (Publicado 22.05.2019 07:58)

Después Junqueras dijo algo que no se sabe lo que fue. Según la Moncloa, se disculpó por no haber estrechado la mano del presidente por si le pudiera incomodar. Y Sánchez dijo ‘no te preocupes’. Lógico, porque para entonces él y Junqueras ya se habían estrechado la mano una vez.

El problema de que elijan diputado a un recluso preventivo que está siendo juzgado por delitos graves es que no cabe separar al recluso del diputado porque todo el tiempo son el mismo.

Cuando el presidente del gobierno asiente al diputado que le dice que tienen que hablar, se lo está diciendo al recluso procesado por rebelión, malversación y desobediencia al Tribunal Constitucional. Se lo está diciendo al gobernante que hubo de ser destituido porque su actuación era un riesgo para los intereses generales del país. Se lo está diciendo, en fin, a la persona que se proclamó ayer preso político en la casa que representa aquello que él intentó tumbar, la soberanía nacional. El dinamitero que ayer pudo examinar in situ los puntos débiles del edificio que aspira a derribar.

‘Tenemos que hablar’, ¿de qué? ¿En calidad de qué? ¿Y cómo?

Pedro Sánchez ya cometió una vez el error de ocultar a la opinión pública el documento que le había entregado en mano Joaquim Torra con las condiciones para una negociación. Los veintiún puntos. Cada vez que le preguntamos a un ministro qué sabía de aquel documento dijo que jamás lo había visto. Reincidió el presidente en el error al ocultar a la opinión pública la negociación que mantenían, en un grupo de guasap, su vicepresidenta Calvo con la señora Artadi y el señor Aragonés. Nunca ha llegado a explicar Sánchez por qué le pareció necesario, y pertinente, conceder a los independentistas una mesa de partidos nacionales que debatiera sobre autodeterminación puenteando al Congreso y el Senado y con un relator incorporado. Nunca ha llegado a explicar Sánchez si aquella oferta decayó para siempre o es susceptible de ser recuperada.

‘Tenemos que hablar’, ¿de qué?

Junqueras, por muy diputado que sea ahora, sigue siendo el Junqueras de antes. El procesado, el destituido, el promotor del referéndum ilícito y antes aún, el falso pacificador que embaucó a Soraya Sáenz de Santamaría, y a Montoro y a Luis de Guindos. Ni su meta ni sus planteamientos han cambiado. Su meta es separar Cataluña de España. Su planteamiento es hacerlo enterrando en derecho a decidir del conjunto de los españoles bajo una losa llamada derecho de autodeterminación. Sepultar la soberanía nacional llevándose por delante todas las leyes que sean necesarias. Empezando por la primera de ellas, que es la que ayer eludió acatar. La presidenta del Congreso, Batet, sostiene que el recluso no mermó la esencia del acatamiento (la expresión es suya)…que significa que con que diga al final ‘sí, prometo’ da igual todo lo que diga antes.

Es bastante discutible que el Constitucional, en su sentencia de hace treinta años sobre Batasuna y el imperativo legal, ampare que se pueda vocear cualquier cosa con tal de que luego se prometa. Pero es que Junqueras prometió, lo dijo él, como preso político. ‘Como preso político prometo’. Dar por buena la promesa, como no se le escapa a Batet, puede malinterpretarse como dar por bueno que es lo que dice ser, un perseguido por sus ideas.

No es un secreto que hay diputados que han querido serlo para poder reírse del Estado, de su liturgia y de sus reglas. Para poder aprovecharse de las lagunas y las fisuras del sistema para torpedearlo desde dentro. Eso fue, después de todo, el procés —dinamiteros con cargo y presupuesto— y eso pretenden que sea ahora el Congreso.

Se proclama en las Cortes la inexistente e inconstitucional República Catalana, se vocea que hay presos políticos, se pregona un falso mandato democrático surgido de un referéndum ilícito y se da por bueno el juramento porque al final, y en abierta incoherencia con todo lo anterior, añaden un ‘sí, prometo’. Todo en orden dentro del Estado suicida.

Ahí tienen lo de la señora Borrás, nueva delegada de Puigdemont en las Cortes españolas: ella jura por el mandato democrático del primero de octubre, aquel infame instrumento que fabricaron Puigdemont y Junqueras para reventar la institución donde ayer se estrenó ella como diputada. La diputada Borrás acató a la vez que repudiaba la soberanía nacional, y se le dio por bueno porque sirve decir ya cualquier cosa.

Para esto, presidenta Batet, mejor decirles a los diputados: el que quiera acatar la Constitución que lo haga y el que no, queda exonerado. Promueva usted ya mismo el cambio de reglamento para anular la obligación de acatar nada y ahórrenos el numerito verborreico. Ya que van a por el Estado, sus normas y su liturgia, por lo menos que no lo empapen con su lluvia dorada.

En la práctica, la legislatura se ha iniciado derogando la obligación de acatar la Constitución para convertirse en diputado. Lo de ayer no fueron formas distintas de acatarla. Lo de ayer fue la liquidación, por la vía de los hechos, de la necesidad de acatamiento. Un diputado tras otro —hasta veinte— haciéndole una peineta al Estado, con pedorreta, y la presidencia de la cámara asintiendo, bendiciendo y dando paso al siguiente. Siguiente peineta, siguiente pedorreta. Qué formidable estreno.

En el Senado lo mismo, con el procesado Romeva prometiendo como preso político sin que nadie le pusiera un pero. Aplausos de los suyos y silencio de la presidencia. Manuel Cruz, presidente del Senado, le estrechó la mano al terminar el falso acatamiento.

El objetivo último de Romeva, de Junqueras, de Rull, de Turull y de Jordi Sánchez al concurrir a las elecciones y personarse ayer en las cámaras no era saludar al presidente del gobierno o dejarse abrazar por su aliado Iglesias.

El objetivo último era éste que consiguieron: hacerse ver como políticos que hacen política. Políticos como los demás políticos, que se estrechan la mano, que votan, que defienden sus opiniones. Se hacen ver como políticos haciendo política para que parezca que han sido procesados, y están siendo juzgados, por hacer política. No por delinquir. Sino por discrepar.

Ésta es la farsa mayúscula. La madre de todas las farsas. Interpretada ayer con éxito de público.