Alexis Tsipras, que tenía diez años cuando Limahl era alguien; Alexis Tsipras (si eres de Podemos puedes llamarle Alexis a secas, hay confianza) se personará esta mañana en el Parlamento de su país, plaza Syntagma, para hacerse un Zapatero. Si lo que está contando Bruselas en voz baja se corresponde con los hechos, el primer ministro de Grecia busca hoy el respaldo parlamentario para meterla motosierra a su programa de gobierno. Del final de la austeridad que proclamó cuando ganó las elecciones de enero, a la subida de impuestos, la reforma de pensiones, las privatizaciones de empresas públicas (y vamos a ver cuántas más cosas) que incluye la lista de tareas que se compromete a hacer su gobierno. A falta de conocer la letra pequeña, la prensa griega adelantó ya anoche que el ajuste fiscal que plantea ahora Tsipras es de doce mil millones de euros. El que propuso en junio era de ocho mil millones. Le ha añadido un cincuenta por ciento más a la tijera.
El portavoz del Gobierno griego se aventuró ayer a pronosticar que no tendrá problemas el primer ministro para obtener el respaldo del Parlamento, entiéndase de toda Syriza y sus socios, los nacionalistas de derechas. Lo que ha trascendido es que Tsipras persuadió ayer a sus ministros, incluido el de Defensa, de que la única opción es firmar cuanto antes un acuerdo con la zona euro que espante el fantasma de la quiebra. En diez días hay que abonar tres mil setecientos millones al Banco Central y ése es el único grifo —el BCE— que, malamente, está permitiento rellenar hoy de billetes los cajeros. En ausencia de acuerdo este fin de semana, el último grifo se secaría.
Tsipras, en la encrucijada de tragar con la austeridad y admitir que el referéndum no sirvió para negociar nada distinto a lo que ya estaba planteado, o tratar de convencer a los griegos de que ha resistido cuanto ha podido y que este acuerdo es el mejor de los posibles. Zapatero en 2010 hizo lo segundo y permaneció en el puesto. Con el tiempo le han acabado reprochando en su partido que no se quitara de en medio y convocara a las urnas.
El calendario para el fin de semana —-último, parece, de la neverending— dice que mañana se ven los ministros de finanzas del euro y dan una respuesta al documento griego. El domingo Merkel y los demás gobernantes emitirán la fumata blanca o, si todo naufraga, certificarán el cierre del grifo.
A Luis de Guindos le va a estar sonando el móvil mientras interviene esta tarde en este desfile de ministros y dirigentes del PP que han dado en llamar Conferencia Política. ¿Qué es una Conferencia Política? Pues a juzgar por la agenda de ésta que han organizado los populares, tres horas, de cinco a ocho de hoy, en las que treinta dirigentes se colocan discursos unos a otros (en grupos de cuatro y repartidos por salas) y tres horas más, el sábado por la mañana, en la que se anuncian las conclusiones de tan hondo debate y pronuncia un discurso el presdiente-candidato. Eso es la Conferencia. El evento que anunció Rajoy como sucedáneo al congreso y para relanzar el partido. Cómo presentarse a la sociedad más cercanos, más modernos, más receptivos. Traducido, cómo repescar al votante esquivo.
De momento el único golpe de efecto del nuevo equipo PP ha sido cambiar el logotipo. “Nos hemos centrado” dicen, porque han puesto las dos letras, P y P, más derechas. ¿Más de derechas, dice usted? No, más rectas. Hasta ahora estaban así, un poco tumbadas, que hace años era imagen de dinamismo, y ahora las han enderezado, una cosa más erecta. Además le han puesto un círculo a las siglas y han mantenido la palabra populares. Pues muy bien. Lo realmente novedoso del logo no es lo que sale, sino lo que no sale. No sale Cospedal. No se la vio ayer en la animada presentación de esta renovación tan sustancial de la imagen de los populares.
Si toda la regeneración del PP queda en el logo de poco va a servir la publicitada conferencia. Que lleva dentro una mesa redonda titulada “reformas de nueva generación”, una ponencia que se llama “nuevas fórmulas de participación en los partidos políticos” —-no va de primarias—- y un apartado final titulado “soluciones”. Soluciones al desencanto que el partido ha producido en una parte notable de sus propios votantes. Lo podrían haber llamado “cómo convencer a Aznar de que nos vote”, pero han preferido que el nombre de Aznar ni siquiera se mencione. La gaviota quedó reducida a un par de trazos hace ya tiempo.
Por cierto... al pobre Limahl le acusaron de plagio porque cuatro años antes de su “Neverending” Amedeo Minghi había cantado una canción que sonaba parecida…
…El nuevo logo del PP guarda un notable parecido, dejémoslo ahí, con el del Partido Demócrata de los Estados Unidos. El de allí es un círculo azul con una “D”, el de aquí es un círculo azul con un “PP”. Allí ponen a continuación “demócratas”, aquí ponen a continuación “populares”. Igual por eso dijo ayer Maíllo que el coste de este nuevo logotipo ha sido cero. Pero cero cero.