Ésta hipótesis que hace dos años parecía infundada, este “escenario” -como se dice ahora- que hasta hace sólo unos días se descartaba en Bruselas porque equivalía, poco menos, que al principio del fin de esta experiencia de una política monetaria común, es hoy el horizonte con el que trabajan los gobiernos de la zona euro y el Banco Central Europeo. De no querer oír ni mencionarlo, a ser ellos mismos quienes están abonando el terreno. En palabras del Banco Central, “un divorcio no es bueno, pero un divorcio amistoso sería posible”. Dices: bueno, esto puede ser una maniobra para meter presión a los dirigentes políticos griegos y que pacten, aunque no quieran, un gobierno que cumpla con los acuerdos firmados.
Es posible que también haya algo de eso, pero en esta ocasión lo que se está imponiendo es la fuerza de los hechos. Los griegos no desean permanecer en el euro si el precio para estar dentro es cumplir con los compromisos firmados en su rescate, las condiciones que les pusimos los demás socios de la zona euro para asumir el papel que anteriormente desempeñaban los mercados: ser nosotros quienes les prestásemos nuestro dinero para que pudieran seguir funcionando. Quienes se han abonado al eslógan éste de “la dictadura de los mercados” como si la democracia hubiera sido suspendida temporalmente en Europa pasan por alto el hecho, muy relevante, de que en ningún país de la Unión ha dejado de celebrar elecciones.
Los ciudadanos han podido votar y han podido elegir sus Parlamentos (que, a su vez, eligen primeros ministros), han podido votar en elecciones municipales y regionales (como bien sabe Angela Merkel, que ayer se la volvió a pegar, esta vez en Renania del Norte) y, allí donde hay presidenciales, han podido elegir también sus presidentes (esto lo sabe Sarkozy, que mañana entregará El Elíseo al esperado François Hollande, el esperado redentor). Cuando Papademos y Monti asumieron la jefatura del gobierno en Grecia e Italia se volvió a escuchar este lamento: ah, tecnócratas, que ni siquiera han pasado por las urnas (incluso Rajoy dijo algo de esto). Bueno, pues la democracia no ha sido suspendida. Monti es primer ministro de Italia mientras el Parlamento lo desee.
Papademos ha sido primer ministro en Grecia porque los dos partidos mayoritarios pactaron un gobierno de unidad nacional y buscaron a un independiente que lo liderara. Pero las elecciones tenían que llegar. Los griegos nunca dejaron de tener su derecho a elegir al Parlamento que los representa. Y el resultado de las elecciones de hace una semana, como ya subrayamos entonces, decía con claridad que la mayoría de ese nuevo Parlamento no estaba por la labor de respaldar los compromisos del rescate que había firmado el Parlamento anterior. O dicho de otro modo, que si el primer ministro Papandreu, hace seis meses, hubiera podido celebrar aquel referéndum que anunció para que la sociedad griega se pronunciara sobre el rescate -no lo pudo celebrar porque su propio partido lo consideró un disparate y lo dejó caer- el resultado habría sido “no a las condiciones del rescate”.
Y la consecuencia de ese “no” habría sido, a su vez, la negativa de los países europeos a financiar Grecia y la salida de este país de la zona euro. Visto así, lo que ocurrió en noviembre -con la caída de Papandreu, el gobierno de unidad, el tecnócrata al frente, los nuevos recortes y la renegociación del rescate europeo- sirvió sólo para retrasar medio año el desenlace. La situación en Grecia, tras las últimas elecciones, hace inviable un gobierno entre la derecha y los socialistas porque ya no suman lo suficiente en el Parlamento; el Pasok se ha desplomado en beneficio de la Coalición de Izquierda Radical, que es hoy el segundo partido y que no entrará en ningún gobierno que no repudie el acuerdo de rescate firmado con la zona euro.
Esta coalición, Syriza, no es que sea antieuropea, pero si el precio de seguir en el euro es cumplir con los recortes, entonces prefiere volver al dracma. Con el partido comunista, para formar un gobierno pro-rescate, no cabe ni contar, y con la ultraderecha de Amanecer Dorado -que aparte de perseguir inmigrantes anuncia ahora su deseo de perseguir, también, homosexuales- casi mejor que no cuenten ni para esto ni para nada. El presidente de la República Griega, que existe y se llama Papoulias, se ha embarcado, a la desesperada, en la misión de conseguir un nuevo gobierno, como sea, pero lo que no puede ser no puede ser y además es imposible.
Hoy por hoy, un gobierno que quisiera cumplir con el plan de rescate sería un gobierno sin respaldo social suficiente, sin legitimidad, por tanto, para hacerlo. Las encuestas ya anticipan que las nuevas elecciones, el mes que viene, convertirían a Syriza, la Izquierda Radical (algo así como Izquierda Unida en Grecia), en el partido más votado. Su líder, Alexis Tsipras, ingeniero de 37 años, es el hombre de moda en la política griega y sería, en esas circunstancias, el próximo primer ministro. Salvo que cuaje la idea de formar un frente proeuropeo que se presente junto a las elecciones, integrado por Nueva Democracia, el Pasok y los partidos minoritarios que se quedaron fuera del Parlamento porque no llegaron al 3 %.
El objetivo de la inédita coalición sería sólo uno: impedir que Grecia salga del euro. Porque si gobierna Tsipras, el rescate griego que tantas cábalas, tantas cumbres y tantas energías, ha consumido a la Unión Europea, será papel mojado. Nosotros, los socios de la zona euro, seguiremos insistiendo en que Grecia tiene que cumplir su parte del acuerdo -porque ya ha recibido miles de millones de euros que hemos financiado nosotros-, pero el país declarará impagables las deudas y volverá a su moneda nacional (devaluada), nacionalizará sectores enteros de su economía (eso tiene prometido Tsipras), e intentará demostrar que es posible salir del hoyo con políticas no ya diferentes, sino opuestas a las que defienden los conservadores y los socialdemócratas europeos.
La pregunta, en lo que afecta a los griegos, es cómo se financiará el país tras dejar colgados a los socios europeos, al Fondo Monetario Internacional y al Banco Central Europeo. La pregunta, en lo que nos afecta a nosotros, los miembros de la zona euro, es cómo afectará la salida de Grecia a la solidez de este proyecto común. Los demás podemos seguir sin Grecia, por supuesto, pero una vez que el primero que cojeó ha acabado fuera de la moneda única, lo lógico es que los inversores se pregunten cuántos más acabarán saliendo. Acabarán o....acabaremos. Roto el mito de que no había marcha atrás en la moneda única, todas las especulaciones parecen posibles. Y todas son todas.
Nuestra prima de riesgo ha rozado hoy los 500 puntos. En la reventa el bono español a diez años ha alcanzado el 6,2 % de interés -cada vez más cerca del 7 % de noviembre, aquella línea que marcaron en la planta alta del edificio del Tesoro, “hasta aquí llego la riada”-. Una vez que lo impensable sucede, se convierte en misión imposible persuadir al respetable de que algo no sucederá. Diez años después de haber empezado a usar el euro, cabe empezar a preguntarse si seguiremos haciéndolo y por cuánto tiempo. “Kaló Taksidi”, buen viaje, Grecia.