Bueno, novia y novio. Soraya Rodríguez, Alfonso Alonso, han anunciado esta tarde, gozosamente, ante los periodistas la consumación del primer pacto entre sus dos partidos en esta legislatura. Habemus pacto. Sus mayores, Rubalcaba y Rajoy, concretaron ayer el contenido del contrato -estamos de acuerdo en estos puntos y sólo en estos-, y hoy los delegados parlamentarios se han ocupado del papeleo: convertir el acuerdo verbal en un papel y llevarlo al registro del Congreso para que conste.
En realidad, y antes de registrar nada, habían organizado los dos portavoces parlamentarios una kedada con sus colegas de los demás grupos en la idea de comerles la oreja glosando las bondades de alcanzar un pacto lo más amplio posible y reclutarlos a todos (bueno, a casi todos, porque lo que haga Amaiur les importa poco a ambos) para poder celebrar no un matrimonio sino una gozosa poligamia. Ésa era la idea, que terminó en gatillazo.
Persuadidos de que les invitaban sin demasiada convicción y mayormente para hacer bulto, los otros portavoces se han ido quitando de en medio. “Uy, es que me viene fatal reunirme ahora”, “vaya, acabo de tener problemas imprevistos de agenda”, “oh, qué le vamos a hacer, he quedado en la cafetería para verificar que al gin tonic le han subido el precio”. Lo que se anunciaba como una kedada nutrida se fue desinflando a medida que avanzaba la mañana. Tanto que los convocantes decidieron, cinco minutos antes de la hora prevista, anular la convocatoria. Imagina el globo de Rosa Díez, que era la única que sí quería acudir a la cita aunque fuera para afearles la conducta a los dos grandes.
Lo de menos es lo que diga el texto, si lo comparten o no; lo que pesa en estos casos es que no se ha contado con ellos, luego ¡que les zurzan a los dos grandes! Los novios, o sea Soraya (Rodríguez) y Alfonso, han anulado el convite pero han mantenido el casamiento. Y han anunciado que, en lugar de irse a disfrutar del paso trascendental que han dado para fortalecer a España (eso dicen), echarían la tarde intentando ampliar la pareja con algún grupo adicional. Tampoco se engañen. En realidad, este resultado es el que más satisface a todos. Populares y socialistas pueden presumir de haber antepuesto el interés de España a la táctica partidista, etcétera (el argumentario ya lo conocemos).
Nacionalistas catalanes y vascos pueden jugar la baza del desairado: el socio predispuesto al acuerdo que se siente injustamente ninguneado (no hay papel que desempeñe mejor Durán i Lleida que éste del ataque de dignidad). Mientras que Cayo Lara y Rosa Díez pueden rentabilizar el discurso que mejor resultado les ha dado hasta ahora, que es el de “ni con el PP ni con el PSOE: ambos son la doble cara de una misma moneda que se llama el bipartidismo que ha arruinado España”. Les sigue interesando a los partidos medianos que los posibles acuerdos que alcancen PSOE y PP sean vistos como simples matrimonios de conveniencia. De manera que ni los que se fingen indignadísimos lo están tanto ni los que ansiaban un pacto de todos lo ansiaban con verdadera intensidad.
Los medianos pueden atizar a los dos grandes, con razón, por haber hecho hoy las cosas un poco con los pies -porque el trajín en el Congreso fue de vodevil- y pueden también, ahí ya con menos razón, alegar que esto frustra el intento de convencer a Europa de que todo el Parlamento respalda, en esto, al gobierno. Hoy dijo UPyD: “Ahora las instituciones europeas saben que el consenso sobre Europa aquí no existe”. Hombre, ¡qué novedad!, eso lo saben las instituciones europeas desde hace no menos de cinco años: en el Parlamento español no ha existido nunca consenso (entendido como unanimidad) sobre las recetas europeas. A Zapatero se lo vas a contar, que tenía que andar prometiendo cromos a Coalición Canaria, a la UPN, a Durán i Lleida, no ya para que le apoyaran sus decreto de mayo de 2010, sino para que simplemente se abstuvieran y hubiera más síes que noes, porque Rajoy, entonces, votaba en contra de las medidas inspiradas por Bruselas.
La novedad no es que no haya unanimidad en el Congreso, sino que los dos grupos mayoritarios firmen la misma hoja de reclamaciones para Bruselas. De esa novedad sí les llegarán noticias a los jefes de gobierno de los demás países, pero tampoco cabe engañarse, les da exactamente igual. Este pacto es un producto para consumo interno: su influencia en el consejo europeo de junio es la misma que tiene Aznar en la Moncloa, cero patatero. Si, al final, los mandamases de Europa se animan a poner en pie de una vez la unión bancaria, o a encomendarle a este banco que tienen entre todos, el BEI, que salga al mercado a conseguir dinero para prestárselo a las pymes y que éstas generen empleo no será porque Rubalcaba y Rajoy hayan hecho piña en el empeño. Aunque si los mandamases ponen, por fin, el huevo habrá que entender que cada cual -Rubalcaba sobre todo- reclame su cuota de mérito.
Siempre podrán decir los partidos medianos que bueno, el Consejo Europeo no ha ido mal pero se ha quedado muy corto, ha sido muy insuficiente, como todo lo que hacen el PSOE y el PP, las dos patas de eso que IU y UPyD llaman “el bipartidismo” y que quieren creen que verdaderamente agoniza. Después de todo populares y socialistas juntos sumaron “sólo” ¡el 73 % de los votos! la última vez que hubo generales.
Es verdad que históricamente han sumado el ochenta (o más), pero negar que la abrumadora mayoría de los votantes siguen inclinándose o por el PP o por el PSOE -a la espera de ver qué pasa en las próximas- es no querer ver que los dos grandes partidos siguen representando en las Cortes a muchos más votantes que los demás. Sólo el PP tiene el doble de votos que IU, UPyD, CiU y PNV juntos. No parece probable que Rajoy mantenga ese porcentaje de apoyo en las generales de 2015 (hay mucho votante defraudado), pero a día de hoy la representación parlamentaria es la que es. Y eso explica que la importancia del acuerdo que han firmado PSOE y PP (mucha, poca o ninguna) cambie poco porque aparezcan, o no, otros abajo firmantes.