Cuando a la realidad -un salvamento financiero, por ejemplo- se le añaden elementos de ficción el resultado es una epopeya, el poema épico del náufrago que le ganó el pulso al equipo de rescate obligándole a lanzarle la cuerda.
Dado que, al final, ocurrió este fin de semana el rescate financiero de nuestra banca, empecemos por reconocerle la primicia a la agencia Reuters, que fue quien nos puso a todos el lunes sobre la pista definitiva de que los acontecimientos se precipitaban. Aquel flash informativo del viernes por la mañana citaba dos fuentes de la comisión europea y una del gobierno alemán para dar por hecho que el gobierno español solicitaría la ayuda el sábado por la tarde, como así fue. Y añadía esta frase de su fuente alemana: “El gobierno español ha comprendido al fin la gravedad del problema”. Que, como tradujimos el viernes, significa que el gobierno español ha entendido que no puede seguir abierto ni un día más el melón de la reforma bancaria, es decir, la duda sobre quién va a poner el capital -de dónde saldrá- para atender las necesidades de algunos bancos averiados.
Cuando se dice que España, con el nuevo gobierno, ha hecho ya dos reformas bancarias se pasa por alto que la última, en realidad, no se ha hecho, sólo se ha anunciado. Se han establecido las nuevas reglas para provisionar posibles pérdidas y se ha urgido a los bancos a que digan cuánto capital van a necesitar y de dónde piensan sacarlo. Lo que aún no se había dicho -y éste era el problema- es cuánto de ese dinero tendrían que pedírselo los bancos al Estado, al FROB, y de dónde lo sacaría éste. Para completar la reforma bancaria faltaba contar un capítulo esencial: quién pone la pasta. Ésta es la duda -y no es poco- que ya ha quedado despejada: la pasta la pone (la presta) Europa.
Diez segundos de memoria histórica antes de seguir, para no perder la perspectiva de dónde venimos, o qué es lo que nos pasa. Recordemos qué les ha pasado a nuestros bancos, de cuya solidez presumíamos hace cuatro años: no se habían enfangado en aquello de las subprime americanas, pero tenían sus propios activos sub prime, que se fueron revelando más y más “sub” a medida que caía el mercado inmobiliario. Los bancos (y aún más las Cajas) se pringaron tanto financiando operaciones inmobiliarias fruto de un pésimo cálculo de riesgos que cuando ese mercado se hundió se encontraron con abultadas pérdidas que no querían reconocer. Yo, que soy el banco, le di un crédito de veinte millones de euros a una promotora para hacer cien pisos, pero la promotora no me devolvió lo prestado y los pisos me los he quedado yo, sólo que en lugar de valer 200.000 euros cada uno ahora no valen más de 80.000, en total, si los vendo todos, ocho millones de euros frente a los veinte millones que dí de préstamo, palmo doce millones.
Entonces yo me resisto a admitirlo, sigo considerando que el piso vale 200.000 -no le bajo el precio- porque si lo taso a su valor real de mercado hoy tengo un problema, admitir el dinero que he palmado. Bien, ahora me cambian las normas para obligarme a admitir la verdad -tengo que provisionar, tener dinero disponible- para cubrirme ante esa pérdida y por eso lo que yo necesito es capital fresco. Si no lo tengo, lo pido. Y si no tengo a quien pedírselo porque nadie me lo va a prestar (digamos que soy Catalunya Caixa, o Nova Galicia, o Bankia( entonces tendré que pedírselo al Estado. Hechos los primeros cálculos, el gobierno estimó que necesitaría 15.000 millones para atender estas peticiones. Pero luego se vio que más que 15 iban a ser 40.000, tirando por lo bajo.
El Estado dice, vale, no puedo dejar caer a estos bancos, así que les prestaré el dinero. ¿Y yo de dónde lo saco? Bueno, de donde lo saco siempre, del mercado. Es decir, que yo, Estado, también pido prestado a los inversores. ¿Problema gordo que se me plantea? Que necesito el capital ya -para rematar de una vez el interminable saneamiento de la banca- y que los intereses que me exigen los posibles prestamistas es de un 6,5 % mínimo, la prima, que está por las nubes. A ese precio, conseguir los 40.000 millones es inasumible porque luego hay que pagar los intereses y los vencimientos. ¿Qué salida me queda? Que me lo presten mis socios europeos. Que esto es lo que ahora va a pasar. Ellos ponen la viruta a un 3% de interés y a devolver en 30 años, se dice. Hombre, eso sí podemos asumirlo, dice el gobierno (más que nada porque ya no quedan puertas a las que llamar), pero ojo, sigue siendo mucho dinero que hay que devolver, el principal más intereses, eso no cambia.
El gobierno dice: oiga, está claro que ésta era la mejor solución, he resuelto el problema del dinero que necesitaba la banca, apláudame por haberlo conseguido. Y el personal lo que se pregunta es: ¿pero no habíamos quedado en que sería un fracaso tener que pedir en Bruselas lo que no conseguimos que nos presten en el mercado? ¿Cómo un fracaso se ha convertido en un éxito? Qué gran pregunta. Bueno, es que no se ha convertido. Que nuestros socios nos presten cien mil millones al tres por ciento para cubrir necesidades de bancos en apuros es, en efecto, y en estas circunstancias, la mejor solución. Cuidado, es la mejor solución llegados al punto en el que estamos, subrayen estas tres palabras: en estas circunstancias. Porque esto es lo que conviene no perder de vista.
A qué punto hemos llegado: los bancos necesitan mucho más capital del que decían, no podemos financiar esa cantidad por nuestra cuenta en el mercado, y...el BCE ha hecho oídos sordos a nuestra petición (o exigencia) para que interviniera en el mercado--. Si el rescate bancario europeo se puede presentar como un alivio es únicamente porque se dan estos tres elementos previos: el dineral que hace falta, el riesgo país y la indiferencia de Draghi y Alemania a nuestras bengalas para que intervinieran en el mercado de la deuda pública para estabilizarla. Sólo una vez que fracasó esa vía, cuando el gobierno comprobó que ese pulso lo tenía perdido emergió como fórmula más aceptable la del rescate blando.
Y es verdad que ahí el gobierno dio una última batalla de la que sí puede decir que salió airoso: la de evitar que el capital prestado estuviera condicionado a decisiones concretas de política económica. Sobre el papel, al menos, no lo está, aunque las “sugerencias” y “recomendaciones” de nuestros socios prestamistas son conocidas y serán probablemente atendidas. Éste extremo -que se limiten las condiciones, aun por determinar, al sector financiero- es el único triunfo, el premio de consolación al cabo de un pulso perdido, que el gobierno puede presentar como éxito. Lo que no cabe es confundir la parte con el todo en un ejercicio de confusión premeditada. Ganar la última bola de partido no equivale a haber ganado el torneo.
Los bancos tienen asegurado el capital y la reforma bancaria podrá ser completada. Aquellos que vayan bien podrán devolver al FROB el capital con los intereses. Aquellos que no, le pasarán la patata al Estado, que somos todos. Hoy hay menos incertidumbres que ayer, es cierto. Pero el relato que fabricó Moncloa para la intervención dominical del presidente es ficción. Una novela según la cual el rescate bancario forma parte de un plan perfectamente diseñado que arranca nada menos que en el discurso de investidura y que asume las reformas de la economía como el paso previo para solicitar a nuestros bondadosos socios europeos que nos presten dinero barato prácticamente sin condiciones.
España presiona, exige, y los socios tragan. La imaginación, en el poder. No hemos sido nosotros los que hemos presionado para que nos prestaran el dinero sino ellos, los otros gobiernos, los que han dejado que nuestra prima de riesgo siguiera desbocada para tenernos donde nos querían tener: acudiendo a pedir a la ventanilla europea, asumiendo que no estamos ni para imponer decisiones al BCE ni para dar lecciones de reformas, admitiendo que las estimaciones que siempre hicimos sobre el peso del ladrillo en las cuentas reales de nuestros bancos eran un asombroso despliegue de optimismo antropológico, y aceptando por fin -como dijo la fuente alemana de Reuters- la gravedad del problema que tenemos. En Bruselas, y en Berlín, siguen pensando que a España se le da mejor anunciar reformas que ejecutarlas, y decir que cumplirá los objetivos que cumplirlos. Quieren estar todo lo encima que puedan de nosotros porque seguimos siendo motivo de recelo. No nos han llegado a intervenir, pero sí se lo han planteado.
Ésta es la historia. Nada que ver con la epopeya del náufrago que puso de rodillas al barco de salvamento.