El monólogo de Alsina: "Hasta ayer, el presidente Sánchez tenía el candado de poner en manos de los medios la tesis. Hoy ya ha perdido esa oportunidad"
A diferencia de los ministros, los presidentes no dimiten, convocan elecciones. A Pedro Sánchez se le ha puesto el viento en contra y el viento sopla especialmente fuerte, no solo por la sospecha sobre su tesis, sino por la calificación que obtuvo, y por las dudas que ha generado él y su equipo, sobre su capacidad para dirigir un conjunto de ministros descoordinados que alternan la piromanía con la manguera.
Hasta ayer estaba grogui. Ayer se levantó de la lona por sorpresa y se apuntó el primer tanto del curso parlamentario. Albert Rivera le madrugó la faena a Pablo Casado, dejó tocado a Pedro Sánchez y mantuvo diluido a Pablo Iglesias.
Hizo trampa, es verdad, el líder de Ciudadanos. Pero fue una trampa sin mayor trascendencia salvo para la convivencia personal, puertas adentro del Congreso, de los diputados. La trampa fue darle al presidente el cambiazo. Se esperaba una pregunta sobre el señor Torra y le soltó la carga en profundidad de la señora Montón. En un ataque en dos tiempos: primero Montón y luego, la tesis. El doctorado del presidente y la sombra de la sospecha sobre las condiciones en que éste lo obtuvo.
Digo que la trampa, que lo fue, carece de trascendencia porque mañana ya nadie se acordará de que le preguntó lo que no era y porque esta tradición del parlamento patrio de tener que chivarle al gobierno las preguntas una semana antes de responderlas se entiende poco a estas alturas de siglo. Si en lugar de al Parlamento va el presidente a una entrevista en un medio, y la noche anterior se le ha desmoronado una ministra, sabe que le va a caer la pregunta sobre la dimisión. Pero si va a Parlamento se supone que nadie se lo va a plantear de saque porque no entraba en el examen. Bueno, ya puede el gobierno manifestarse todo lo molesto que quiera que el problema no fue la pregunta sino lo que vino, y a va a seguir viniendo, después. El lodazal, que dijo el presidente, tan contrariado. El ‘y tú menos’ que ha relevado, en nuestra vida política, al ‘y tú más’.
Lo que queda del debate es Rivera, retando al presidente, y Sánchez tratando de despejar el balón. Con escasa fortuna.
No es verdad que la tesis de su doctorado esté publicada, no al menos en el sentido de que todo el que quiera pueda acceder a ella para descargársela y compararla con otros trabajos académicos. La tesis existe y se conserva una copia, sólo una, en la universidad que le doctoró cum laude, la Camilo José Cela. Pero sin permiso del autor esa copia no puede difundirse, ni sacarse, ni fotocopiarse. Y el autor, hasta el día de hoy, no ha dado permiso para que nadie lo haga. Ayer hubo cola de periodistas guardando turno para hojear el trabajo presidencial. Pero sin opción a tener un copia no hay manera de pasarle el detector de plagios, que es lo que hizo La Sexta con el trabajo de la ministra Montón con el devastador efecto que conocemos todos. ¿Significa eso que la tesis del presidente también está copiada? En absoluto. No hay razón para concluir semejante cosa. Pero, después de lo de ayer, no hay que ser consultor político, o secretario de Estado de ninguna cosa, para saber que la única forma que tiene Sánchez de acabar con esta historia es consentir que ese trabajo se difunda. Que todo el que tenga la curiosidad de tenerlo se lo pueda descargar y pasarle todos los detectores de averías que quiera. En la era de la transparencia es misión imposible sostener que la tesis, pública, de un presidente debe permanecer custodiada, y cerrada, en la biblioteca de una universidad.
Está en manos del presidente no sólo abrir su tesis a la curiosidad pública sino extenderle la alfombra a todo el que desee escudriñar cada uno de los pasos que dio para obtener su doctorado hace ahora seis años. Si cumplió todos los requisitos, si trabajó a conciencia, si merecía lo que obtuvo. Para acabar con esta incomodidad que se percibe en el presidente y en su entorno cada vez que en un debate, o en una entrevista, se le menciona lo del doctorado. Es posible que su reacción indignada de ayer —su cara hablaba por sí misma— fuera fruto únicamente de la patada en el bajo vientre que le soltó Rivera, su antiguo socio de investidura, pero la sensación que quedó es que el líder naranja había golpeado a Sánchez en donde más podía, si no dolerle, sí molestarle.
El presidente sabe, y su equipo de estrategas saben, que la pregunta sobre la tesis le va a estar esperando en todas las comparecencias públicas que realice. El domingo tiene una entrevista en La Sexta. Si se anima, hasta le puede llevar la tesis a Ana Pastor en mano. Y le hacen la prueba del algodón allí mismo, qué gran momento televisivo sería, ¿verdad, Ana?
Han pasado tres meses desde el desembarco de Sánchez y su equipo en la Moncloa y el gobierno no pasaría hoy la ITV. Avería sobre avería, incendio sobre incendio, rectificación sobre rectificación y esta percepción creciente de que cada ministro va a lo suyo y no hay nadie, por arriba, no ya que los coordine, sino que al menos sepa en que anda cada ministerio y qué noticias tiene intención de filtrarle a la prensa amiga.
Una semana ha durado la pretendida suspensión de la venta de bombas al régimen saudí. Alguien debió de pensar que era el momento de darle una alegría a Amnistía Internacional, a Oxfam, a Greenpeace, que reclaman hace tiempo el cese del negocio de las armas con los países implicados en la guerra de Yemen, y se tiró a la piscina aireando por el cauce habitual el compromiso del gobierno con la paz y los derechos humanos. Sin calcular que los saudíes iban a reaccionar amagando con encargarle las cinco corbetas de Navantia a otro. En una semana el gobierno ha conseguido levantar en armas a los trabajadores de Navantia, dar argumentos a la oposición en Andalucía y soliviantar a Susana Díaz. Todo para acabar envainándosela avalando que siga la venta de armas y corriendo un tupido velo sobre el conflicto de Yemen.
Pero ha conseguido algo más. Exhibir ante la opinión pública una aptitud formidable para generar confusión y una falta de coordinación pasmosa. Hasta ayer mismo ni el ministerio de Defensa, ni el de Economía, ni el de Exteriores eran capaces de explicar si iban a venderse o no las bombas. Pero es que cuando ayer por la tarde El Periódico de Cataluña publicó que el gobierno había decidido vender la bombas y la redacción de esta cadena pidió al departamento de comunicación de la Moncloa confirmación de la noticia, se respondió que no tenían, en realidad, información al respecto.
La ventaja de habitar la Moncloa es que tienes a tu disposición un aparato de difusión política que nadie más tiene. La potencia de fuego para marcar la agenda pública y el debate que va a ocupar a los medios es enorme. Quien gobierna tiene la iniciativa. De él (y de la pericia y el talento de su equipo) depende aprovechar esa posición de ventaja para ganar puntos ante la opinión pública o todo lo contrario, dilapidar la confianza acreditando cada día un grado de impericia y descoordinación entre ministros que aparte de incertidumbre lo que genera es pasmo.
¿Hay alguien por encima de los ministros que se ocupe de preparar los temas y decidir qué postura tiene el gobierno antes de ponerse a filtrar noticias a los medios afines? ¿La vicepresidencia del gobierno vicepreside, o también va por libre y con agenda propia? ¿El grado de entendimiento entre la vicepresidencia Calvo y el gabinete del presidente es tan minúsculo como parece? ¿Quién explica que aquello que en junio parecía la principal cualidad del gobierno nuevo, su dominio de la comunicación política, el pulso del relato, los reflejos, todo aquello, haya dado paso a esta sucesión de derrapes? Derrapes, incoherencia y pérdida de fuelle.
El gobierno necesita un repasito en los talleres. No está fino, y el presidente lo sabe.