¡Hasta el caso Gürtel podría ser juzgado antes de que Correa esté gagá y el Bigotes chochee! Fernández Castiñeiras, el ladrón del Códice Calixtino, llevaba un diario en el que anotaba todo lo que robaba. “Querido diario, hoy birlé un cáliz de plata y un facsímil. Me siento pecador, mañana no comulgo”. Este librito, menos antiguo que los otros encontrados pero, a efectos judiciales, casi más valioso, ha reducido esta fase final de la operación policial a una aburrida labor de cotejo: los agentes van mirando lo que apuntó en el diario y comprobando que lo robado está entre la interminable colección de objetos y documentos que tenía estacionados en el garaje.
A primera vista, el ladrón nunca vendió nada de lo que robó. Todo se lo guardaba para él en bolsas de basura camufladas entre ladrillos y sacos de cemento. Inesperado símbolo de la burbuja española que les reventó dentro a las cajas de ahorro: ahogadas entre ladrillos y mortero, y con el garaje lleno de activos, amontonados, que en ausencia de mercado, nadie te compra. Nunca vendió nada. Como si el único motivo del expolio constante fuera el de demostrarse que podía seguir haciéndolo sin que nadie lo detuviera, vampirizando el archivo catedralicio para hacerle la puñeta al deán, al que llegó a decir que le iba a arruinar la vida.
El deán ha contado que el dineral que Castiñeiras tenía en su casa -un millon y medio de euros- no era el pago por ningún trabajito, sino también dinero robado a la catedral. Tacita a tacita. ¡Un millón y medio! La madre de todos los cepillos. Al juez de instrucción le ha caído un caso que es un caramelo: el material robado se encontraba escondido en el garaje de un señor que trabajó en la catedral, hizo copia de las llaves y amenazó al deán con arruinarle la vida.
Sólo falta que confiese para que el auto de procesamiento se escriba solo. Muy mal se le tiene que dar al tribunal para no despachar el juicio en dos mañanas. Ya quisiera el juez Andreu que la instrucción del caso que abre, Bankia, resultara tan simple, pero no parece probable que lo sea. Lo que el juez va a tener que acreditar, para sostener la acusación de estafa, es que los responsables del banco falsearon las cuentas para engatusar a los inversores. No si incluyeron estimaciones sobre el futuro de la entidad que luego no se cumplieron (porque las estimaciones, las previsiones, son sólo cálculos que pueden o no confirmarse dependiendo de múltiples factores que los inculpados seguro que alegarán en su descargo) sino si presentaron datos falsos sobre el banco sabiendo que lo eran.
A efectos judiciales no se trata de comparar la descripción que hicieron de la entidad con lo que un año después ha terminado pasando, sino la descripción que hicieron con lo que había, con el estado real de Bankia hace un año. Y en ese aspecto, haber contado con el aval del Banco de España y de la Comisión Nacional del Mercado de Valores juega a favor de los inculpados, salvo que el juez acabara acusando también al gobernador y a la CNMV de haber participado de la ficción y del engaño, el sumario alcanzaría una dimensión imprevisible. En todo caso, y por el camino, la mera instrucción del sumario se va a convertir en el proceso al matrimonio de conveniencia que durante décadas han formado el poder político y las cajas de ahorros, la utilización que hicieron gobiernos autonómicos, oposiciones autonómicas, patronales, sindicatos, de esa herramienta de financiación que eran las cajas anteponiendo sus intereses a los de los impositores, los clientes.
Un proceso no a la asunción de riesgos excesivos en el sector inmobiliario -que también, pero eso podría considerarse sólo ineptitud o falta de pericia- sino a la aprobación de operaciones contra toda lógica bancaria que beneficiaban al poder político pero cargando el riesgo sobre los impositores, que en teoría aún eran los propietarios de estas entidades singulares que eran las cajas. Éste va a ser, inevitablemente, uno de esos casos en los que la lectura social y mediática del sumario trasciende con mucho los hechos concretos que se juzgan y por los que podrían acabar, los hoy inculpados, procesados; y el propio banco obligado a reparar, en su caso, el daño. La instrucción está en fase incipiente y es prematuro, claro, sacar conclusiones en un sentido o en otro.
A la vez, Bankia tiene que terminar de realizar su proceso de saneamiento, aún tiene que recibir los miles de millones de euros que el Estado se comprometió a inyectarle y que está, a su vez, pendiente de que terminen de negociarse las condiciones del rescate bancario. El lunes les toca a los ministros de Finanzas de la zona euro rematar eso que se llama el memorándum, y aunque el gobierno mantiene que no hay condiciones macroeconómicas (y así lo dijo el comunicado del eurpogrupo), una cosa es lo que se dice y otra lo que de verdad pasa. Mientras en una mesa el gobierno está negociando las condiciones del rescate a la banca, en otra hace números para pegarle un tajo al déficit público, es decir, hace méritos ante nuestros socios (léase Alemania) para convencerlos de que, aunque no se diga en ningún papel, sabemos cuál es el precio de la ayuda. Por eso el gobierno filtra que está estudiando un recorte de hasta 30.000 millones de euros (que es mucho recorte para lo que queda de año), y por eso el ministro Margallo dice que en breve, muy en breve, habrá medidas para “encauzar” el déficit.
Éste es el estribillo de aquí a la próxima semana, cuando se cierre le negociación del rescate; cosa distinta es que nuestros socios europeos, que tampoco han nacido ayer, se fíen de que estas filtraciones acabarán siendo realidad en el BOE o reclamen, antes de firmar nada, hechos consumados que ratifiquen nuestro compromiso con la austeridad. Alemania se fía poco de los discursos que se oyen en España. Y no sólo Merkel, que al final va a ser la más dispuesta a echarnos el cable que necesitamos, sino todos los principales partidos, incluyendo a los socialdemócratas, que ayer amagaron con no apoyar la ayuda directa a los bancos españoles en contra de lo que se decidió en la última cumbre europea. Le va a tocar viajar otra vez a Berlín al señor Pérez Rubalcaba para persuadir a sus correligionarios de que no enreden porque arruinan esta idea tan vendible de que es la derecha europea la que aprieta a España y la izquierda la que nos comprende.
En Alemania, desde luego, va a ser que no. Comprendernos, nos comprenden, pero precisamente por eso nos aprietan. Hoy ha dicho el señor Draghi que tipos de interés más bajos, de acuerdo (al 0,75% para que los bancos europeos puedan tener dinero barato a ver si así se anima la actividad económica un poco), pero que de comprar directamente deuda pública de los países en apuros, nada de nada. Lo de los tipos lo esperaba todo el mundo, o como dicen los finos, los mercados lo tenían descontado. Y a falta de otras medidas, como sacar el lanzacohetes y desembarcar con el cuchillo en la boca en el mercado de los bonos, se ha quedado el personal con ganas de más, o como dicen los finos, ha decepcionado. Nuestra vieja amiga, la prima de riesgo, se ha ido otra vez para arriba hasta los 540 puntos. Se anuncia otro verano caliente de curvas cerradas, primas agónicas y gobiernos agobiados.