opinión

Monólogo de Alsina: "Curarse de Trump"

Carlos Alsina reflexiona en su monólogo de Más de uno sobre el resultado de las elecciones norteamericanas, con la victoria de Joe Biden frente a Donald Trump. Además, habla de la situación en España con el coronavirus.

Carlos Alsina

Madrid | 09.11.2020 08:22

Ha empezado la Bidenmanía. Y la Kamalamanía, que es la versión futurible de lo mismo. (La vicepresidenta a la que casi todo el mundo ve candidata dentro de cuatro años).

La primera vicepresidenta de los Estados Unidos de América. Y no es de la familia Clinton.

Los gobernantes europeos –-la mayoría-- se han liberado del corsé y han salido a felicitar a Joe Biden como presidente electo de los Estados Unidos. Que es el método más directo para hacerle ver a Donald Trump que lo suyo se acabó. Cuando todo el mundo te da por perdedor va a ser que, en efecto, has perdido, Donald.

Bueno, todo el mundo, no. Aún no han felicitado a Biden ni Vladimir Putin, ni el chino Xi, ni el presidente del México, López Obrador. El vecino del Sur al que Trump iba a hacer pagar el muro de la frontera. Y que, a contracorriente, y sin llegar a despedirle todavía, le ha agradecido a Trump estos cuatro años.

Quién nos iba a decir hace cuatro años que el único gobernante que saldría a decir algo bueno de Trump sería ¡el de México!

Es probable que a Trump le importe un comín que Merkel, y Macron, ¡y Boris Johnson!, le declaren perdedor. Como es seguro que le resbala que dirigentes del Partido Republicano, incluyendo al ex presidente Bush, hayan deseado a Biden acierto y éxito en su nueva labor presidencial. Trump va a poder seguir estirando el chicle de los recursos hasta el 14 de diciembre, día en que emitirán sus votos los representantes de los estados y se proclamará, entonces sí, un ganador. Pero el Partido Republicano ha empezado ya a digerir lo que han supuesto estos cuatro años de trumpismo. Un fenómeno insólito de desahogo, frivolidad y grosería en la forma de hacer política, de esto que aquí llamamos polarización como método para afianzar un liderazgo (el liderazgo divisor), que nunca habría podido producirse si ese Partido, institución histórica en la vida pública de los Estados Unidos, no hubiera presentado a este ciudadano como su candidato. Que setenta y un millones de ciudadanos hayan votado por Trump no significa que haya setenta y un millones de trumpistas. Significa que hay setenta y un millones de votantes del Partido Republicano, no sabemos cuántos de ellos habrían preferido a cualquier otro candidato.

La hoja de ruta de Biden es nítida para estos dos meses de transición y para el primer trimestre de su mandato: ser lo contrario a lo que ha sido Trump.

Ser lo contrario a lo que ha sido Trump es, en las formas, conducirse como un presidente tradicional, o sea, educado; y en el fondo, intentar entenderse con la mayoría conservadora del Senado y con los casi doscientos congresistas de la cámara de diputados.

Ser lo contrario de Trump es admitir la gravedad del coronavirus, garantizar la financiación de la Organización Mundial de la Salud y dejar de polemizar con los médicos y los científicos.

Los primeros pasos de Biden están cantados porque van a ser el reverso de Trump. Lo que venga después ---y si conseguirá, o no, frenar la epidemia de populismo--- habrá que ir viéndolo. Es enternecedor que aplaudan aquí, en España, la apelación de Biden a no demonizar a quien piensa (o vota) distinto a ti quienes practican cada día justo lo contrario.

El gobierno andaluz cierra toda actividad no esencial en Granada. Los indicadores de esta provincia hacen temer que la saturación hospitalaria se produzca. La recomendación a todos los granadinos es que sólo salgan de casa para trabajar, llevar los críos al colegio o hacer la compra. Autoconfinamiento total. Para el resto de la comunidad autónoma, se amplía el toque de queda.

Andalucía se suma a las regiones que han limitado la actividad de la hostelería y los comercios. ¿El objetivo? Que la epidemia pueda frenarse, y revertirse, antes del veinte de diciembre para poder abrir la mano en Navidad.

Los indicadores del viernes confirman que la velocidad de la epidemia se ha parado. La incidencia sigue en niveles muy altos, 525 casos por cien mil (media española) y la presión en las UCI roza el 30 %, pero no hay ido a peor en los últimos siete días. Por eso el ministro Illa mantiene que podemos aguantar con estos números, en la confianza de que empiecen a bajar, y sin necesidad de recurrir a la reclusión total.

Sin confinamiento total se tarda más en frenar y revertir la tendencia, pero permite mantener funcionando muchos negocios. Ésta es la prueba de que todos los gobernantes tienen en la cabeza evitar el colapso hospitalario pero evitar también el colapso de nuestra forma de vida. Hoy tenemos una incidencia acumulada de más de 500 casos por cien mil, estamos en el escenario que el ministerio considera casi casi el peor posible. Ciento sesenta personas mueren de coronavirus cada día. Nadie discute que una reclusión completa ayudaría a frenar antes y más drásticamente la curva. Y que eso evitaría que miles de personas enfermaran y que cientos de personas murieran. Pero a nadie se le ocurre decir que no encerrarnos ya a todos en casa es despreciar ni a esos enfermos potenciales ni a esos fallecidos. Se trata de frenar la epidemia sin condenar a miles de familias a la ruina.

Todos los gobernantes (empezando por los autonómicos) intentan encontrar el equilibrio, o inventar un equilibrio que permita salvar vidas, salvar nuestra forma vida y que los hospitales puedan seguir haciendo su trabajo. Con un poco de suerte ya hemos dejado atrás el deporte nacional de clasificar a los gobernantes en dos grupos: los esforzados salvadores de vidas y los terribles homicidas.