- ¿Es cierto -preguntará Obama- que la media es una huelga cada tres años?
- La media sí -dirá Rajoy- pero de la última no ha pasado todavía un año y medio.
Es posible que entonces Rajoy le pregunte a Obama,por seguir hablando de algo para que sus equipos respectivos puedan contar luego a la prensa que hablaron de todo:
- Y en Estados Unidos, ¿cuándo tuvieron ustedes la última huelga general?
Entonces Obama pondrá cara de hacer memoria y acabará diciendo:
- Bueno, creo que la huelga general es como la dieta mediterránea, una cosa de ustedes, España, Italia, Francia, Grecia...
- Se le olvida Portugal -diráRajoy- que no es mediterránea sino atlántica.
Portugal, en efecto, también tiene convocada huelga general para el día 22 de marzo. Y tal como sucede en España, el motivo de la protesta es la nueva legislación laboral que ha aprobado el gobierno conservador (con mayoría absoluta) de Passos Coelho, cuyo principal argumento para introducir cambios en las normas laborales es la elevadísima tasa de paro que ha alcanzado su país, nada menos que un 14 % (nueve puntos menos que la de España). A diferencia, sin embargo, de lo que sucede aquí, en Portugal es sólo uno de los dos sindicatos mayoritarios el que convoca, la CGT, porque el otro, la UGT ha optado por no sumarse porque entiende que es una protesta estéril sin objetivos definidos. Lo que dice la UGT portuguesa es que, si hay que ir se va, pero sabiendo qué se pretende conseguir y sólo si de verdad hay posibilidades de conseguirlo.
En España sería insólito que CCOO convocase una huelga general sin la UGT o viceversa: una de las razones que explica la fuerza que han tenido los dos sindicatos mayoritarios -y el temor que han mostrado los gobiernos a las movilizaciones por ellos convocadas- es la unidad de acción que forjaron hace veinte años y que, a pesar de las curvas (que las ha habido) han conseguido preservar hasta nuestros días. Es uno de los hechos diferenciales de los sindicatos en España. Hay otros. Escribía este fin de semana Carlos Sánchez en El confidencial que la omnipresencia de los dirigentes sindicales en el debate público (político y mediático) es un fenómeno único de nuestro país. Ni bueno ni malo, pero sí genuino.
En los demás países los sindicatos forman parte, como aquí, del entramado institucional, pero sólo aquí tienen una posición tan protagónica en el debate político. Marcan la agenda, ejercen de oposición al gobierno de turno y disfrutan de la atención preferente de los medios de comunicación, que entrevistamos cada día a sus líderes y, a ser posible, en pareja, Méndez y Toxo, como si fueran siameses, la dirección bicéfala de una plataforma política que reclama para sí la exclusiva de la representación laboral y que pretende -en su derecho está- que el gobierno y el Parlamento de turno asuma los modelos de gestión y las políticas económicas que ellos defienden.
Como escribe Carlos Sánchez, lo habitual en los demás países europeos es que nadie sepa ni cómo se llaman los dirigentes de los sindicatos principales, a los que es más fácil ver reuniéndose con la dirección de alguna empresa en problemas que en un plató de televisión respondiendo preguntas sobre Angela Merkel o la irrelevancia de la prima de riesgo. No es ni bueno ni malo, es nuestro hecho diferencial. Aquí los líderes sindicales han sabido crearse un perfil de líderes nacionales (pese a la baja tasa de afiliación) y a menudo consiguen relegar a los dirigentes (y diputados) de partidos de la izquierda a la condición de gregarios o cheerleaders. A menudo se acusa a Méndez y Toxo de oponerse a las políticas del gobierno pero sin ofrecer alternativa, un camino diferente a la política de ajuste que se ha extendido por Europa y que ellos, con tanta vehemencia, combaten.
Es una acusación infundada, porque sí están proponiendo una alternativa, una política económica y laboral que ellos entienden que es la que necesita nuestro país. Frente al ajuste y el recorte del gasto público, ellos siempre han defendido lo contrario: que es inversión pública lo que hace falta ahora, aunque sea a costa de incrementar el déficit y la deuda y haciendo oídos sordos a lo que digan los mercados. En materia laboral son partidarios de dejar las cosas como están porque no creen que exista relación entre nuestra legislación laboral y la tasa de paro que sufrimos en España, doble que la media europea. Le hicieron una huelga general al PSOE por la misma razón por la que le van a hacer una huelga general al PP: no comparten ni las reformas ni los argumentos que se dan para hacerlas.
Y aunque el PSOE se sume ahora, oportunamente, a las protestas sindicales, su grupo parlamentario sacó adelante en el Congreso los dos últimos años todo aquello que, en materia de recortes, congelaciones, jubilación y pensiones, rechazaban las centrales sindicales. En realidad, lo más parecido que existe hoy, en el ámbito estrictamente político, a los diagnósticos y a las recetas que plantean UGT y CCOO no es el PSOE -que abarató el despido y recortó el gasto público-, sino (al césar lo que es del césar) Izquierda Unida. El discurso que hacen Méndez y Toxo es, en esencia, el discurso de Cayo Lara. Izquierda Unida es quien encarna con mayor fidelidad, en el Parlamento, las posiciones sindicales -ahí están las actas para acreditarlo- es Izquierda Unida. Que en las últimas elecciones, en efecto, mejoró muy notablemente su representación parlamentaria, pero que sigue siendo -tampoco hay que ocultarlo- una formación minoritaria.
Y es aquí donde cabe preguntarse si, en el caso de que Mendez y Toxo representaran hoy, en efecto, el sentir mayoritario de los ciudadanos, ¿por qué IU no arrasa en las elecciones? Ya, ya sé: cuando haces una pregunta como ésta enseguida te explican que en España la gente vota por la cara que sale en un cartel, sin mirarse programas electorales, diferenciando sólo a quienes consideran “de los suyos” frente a los que consideran “de los otros”. Y que la calle es una cosa y el Parlamento otra. Y que no existe --por qué iba a existir-- choque alguno de legitimidades. De acuerdo. Pero lo cierto es que los sindicatos (en su derecho están) buscan que el Parlamento legisle conforme a las tesis ideológicamente ubicadas en la izquierda que defienden ellos; y es un hecho (que no cabe ignorar en los análisis) que en las elecciones arrasaron las recetas conservadores que representa el señor Rajoy.
Las huelgas generales no son patrimonio ni de Europa (ahí está Iberoamérica para acreditarlo) ni de la Europa mediterránea, pero es verdad que en los países mediterráneos la frecuencia con que se convocan es superior al resto. Y España está en posiciones de cabeza porque no ha habido gobierno que no se haya enfrentado a una (o más) huelgas generales y porque no ha habido reforma laboral que no haya sido contestada, con el órdago a la grande, por las dos centrales sindicales. El pulso ya está planteado y el día 29 veremos en qué queda. Si la huelga triunfa, habrá que preguntarse si al PP lo ha abandonado el electorado en sólo tres meses. Si fracasa, habrán de asumir los convocantes que la mayoría de la sociedad quiere una política diferente a la que ellos reclaman. Decir hoy que, pase lo que pase en la huelga general, seguirá la presión en la calle -perpetuarse en la protesta – se parecería mucho a no querer admitir el resultado que arrojaron las urnas.