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Monólogo de Alsina: "Es como si la crisis económica y laboral, que cobra forma con ayuda del coronavirus, no fuera con el Gobierno"

Antes de que Zapatero se convirtiera en un señor que opina sobre Venezuela, polemiza con Felipe González, se mensajea con Pablo Iglesias y defiende la negociación con el independentismo fue presidente del gobierno de España y dejó para la posteridad esta frase: 'La prima de riesgo es mi marcapasos. Si baja voy bien, si sube voy mal'. En efecto, lo suyo iba bastante mal porque cuatro meses después de soltarles la perla a los consejeros delegados de las grandes corporaciones en un cónclave reparador en la Moncloa, estaba disolviendo el Parlamento y convocando elecciones anticipadas a las que evitó presentarse y que ganó Rajoy con mayoría absoluta.

Carlos Alsina

Madrid | 03.03.2020 08:11

Hubo un tiempo no tan lejano en que los programas de actualidad, como éste, empezaban cada día contando la prima de riesgo, las emisiones de deuda, el paro, el cierre de empresas, la crisis bancaria, la política monetaria y los pronósticos de las agencias de calificación de riesgos. Hubo un tiempo no tan lejano en que la palabra más temida para gobernantes y gobernados no era coronavirus, ni cambio climático, ni secesión. La palabra era recesión, con erre de marcha atrás. El peor de los escenarios económicos: no sólo dejar de crecer, sino menguar. El recorte en la actividad, el recorte en la creación de empleo, el recorte en los ingresos del Estado, los recortes en las políticas sociales que dependen del gasto público. Recesión.

Cuando las agencias de calificación, las previsiones, la OCDE, los ministros del G-7 vuelven a aparecer en los primeros minutos de programas como éste, es que la cosa se está poniendo fea. Y hoy aparecen porque la OCDE calcula que el coronavirus puede recortar a la mitad el crecimiento económico del planeta y meter en recesión a la zona euro, o sea, la nuestra. Porque Goldman Sachs da por hecho que Italia va de cabeza a la recesión, que Alemania probablemente caerá y que España, mal que bien, no pasará de un 1% de crecimiento de PIB en este año. La última estimación del gobierno, corregida a la baja antes del coronavirus, es de sólo un 1,6 %. Si ésta ya era modesta, un 1 % significaría que el paro seguiría, y aceleraría, su tendencia creciente y que los ingresos del Estado no alcanzarían ni de broma lo que el gobierno necesita que ingrese para sostener el aumento de gasto público que desea.

Recordemos: que en España los Presupuestos aún ni siquiera están hechos, que el borrador de la ministra Montero lo cuestionó Bruselas y que se hizo antes de que el coronavirus llegara a nuestras vidas para poner en cuarentena la actividad económica. Y recordemos: hasta hoy no ha anunciado el gobierno una sola medida, o una sola política, que pueda considerarse un incentivo a la actividad económica, ya menguante, que se viene produciendo. La rebaja de las estimaciones, el incremento del paro todos los meses desde agosto, lo encaja el gabinete Sánchez con resignación y sin dar muestras de tener una sola idea nueva.

Anuncia el gobierno tropecientas leyes que quiere sacar adelante, desde la eutanasia a la ley de educación pasando por la reforma del código penal (hoy mismos aprueba el proyecto de esto que Irene Montero ha bautizado como libertades sexuales) pero en el terreno económico y laboral es como si la crisis que va cobrando forma con ayuda del coronavirus no fuera con él. Ya pasará, ya escampará, ya iremos viendo.

Fernando Simón, nuevo héroe nacional por su trabajo como portavoz del ministerio de Sanidad, es un epidemiólogo experimentado y buen comunicador y hace bien en comparecer cada día para contarnos cómo llevamos los protocolos de contención y aislamiento. Pero Fernando Simón no es el presidente del gobierno. Fernando Simón no nos gobierna (ni aspira a ello). Y es del gobierno de quien se espera que asuma la realidad de lo que tenemos encima, no ya en el ámbito sanitario, sino en el económico, y tenga a bien contar qué se propone hacer para paliar las peores consecuencias. No todo consiste en decir que tenemos una salud pública estupenda.

Le corresponde a los gobiernos autonómicos decidir qué actos de nuestra vida cotidiana (como el colegio, los centros de trabajo, las fiestas populares, las concentraciones, las manifestaciones) se declaran temporalmente proscritos. Como dijo ayer el portavoz, restricciones como éstas tienen un efecto dominó que debe tenerse presente: si suspenden las clases, a ver con quién se quedan los críos; si suspendes la actividad en una fábrica, a ver quién garantiza que se mantengan los puestos de trabajo; si suspendes las fallas, o las procesiones de semana santa, a ver quién asume el roto que se le hace al sector turístico y el malestar que provoca a quienes llevan todo el año trabajando para esas fiestas.

Pero todo eso que en China nos pareció lo nunca visto hace un mes, es lo que ya está pasando en ciudades de Italia y de Francia. Por no hablar de Japón, donde se suspendió el colegio la semana pasada con novecientos contagios en un país de ciento veinticinco millones de habitantes. Si en España se aplicara la prohibición francesa de reuniones superiores a cinco mil personas en un recinto cerrado, habría que empezar por suspender el Congreso de Ciudadanos y el de Podemos, convocados los dos para este mes de marzo. Ninguna de las dos formaciones, una en la oposición, la otra en el gobierno, se ha planteado hasta ahora hacer un tele congreso, cada delegado asistiendo desde casa.

Ciento veinte infectados en España,mil ochocientos en Italia, la Unión Europea sugiriendo que ha llegado el momento de que los gobiernos nacionales armonicen las medidas que toman y la Organización Mundial de la Salud subrayando ya cada día que esto no es un gripe, que es más contagioso que la gripe y que es más dañiño que la gripe. La reacción, tan celebrada hace una semana por algunos, de las autoridades de Lombardía quitándole importancia a la cosa y repitiendo como gota malaya que la gripe común mata más y que tampoco es para tanto, se revela cada día que pasa como uno de los mayores disparates que se ha escuchado desde que comenzó la crisis. De los mayores y, paradójicamente, de los más celebrados.

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