opinión

Monólogo de Alsina: "España podría acabar siendo como Italia, ay de aquéllos que se precipitaron a quitarle importancia al coronavirus"

Setenta días después de que un médico chino informara a un grupo de colegas del ingreso de siete pacientes con neumonía causada por un coronavirus nuevo, el mundo asiste perplejo a la dimensión que sigue alcanzado la crisis.

Carlos Alsina

Madrid | 09.03.2020 08:13

Ay de aquellos que se precipitaron a pronosticar que esto no era más que otra gripe y que la preocupación no estaba justificada.

Hace dos meses contamos que el gobierno chino prohibía entrar o salir de una ciudad de once millones de habitantes. Y lo contamos como si China fuera Marte y el gobierno de aquel país, o de aquel planeta, pudiera hacer lo que estaba haciendo por su condición de gobierno dictatorial. La dictadura gigante que mata moscas a cañonazos porque nadie se atreve a toserle.

Dos meses después lo que estamos contando es que un gobierno plenamente democrático, de una nación de la vieja Europa, ha clausurado una región que tiene tantos habitantes como Wuhan. Lombardía, en Italia, ha entrado en terreno desconocido. Y de su mano entra el resto del país y el resto de la Europa. Desde luego la Europa del sur, con la que Italia tiene una relación estrecha y de intercambio constante: de circulación de personas y de relaciones comerciales.

Es una emergencia nacional, hay que evitar el colapso del sistema de salud, y por supuesto que las medidas tienen consecuencias en la vida cotidiana, pero es hora de la responsabilidad de cada uno. Giussepe Conte, primer ministro de Italia, compareció en rueda de prensa el domingo a las dos de la madrugada para informar del decreto que había estado estudiando su gobierno en el segundo fin de semana de reunión extraordinaria. Domingo a las dos de la madrugada. El dato basta para dar idea de lo inusual que es todo lo que está pasando. Los habitantes de Lombardía y catorce provincias del norte de Italia sólo pueden abandonarlas con autorización oficial por razones laborales o de salud. Hay restricciones a los desplazamientos entre ciudades. No hay colegio, no hay espectáculos deportivos, no hay cines, no hay museos y en los restaurantes y los bares hay que mantener un metro de distancia mínimo entre los clientes. Le preguntaron a Conte quién se encarga de asegurar que un milanés no coge el coche para irse a Nápoles y respondió rápido: la policía. Lo cierto es que, ante medidas nunca antes vistas, todo son dudas sobre la posibilidad de ejecutarlas, la eficacia y el impacto que tengan en la economía nacional y, de rebote, en la economía de la zona euro. El objetivo es impedir que la propagación del virus que se ha producido en el norte se repita en el resto del país. Italia suma 6.400 enfermos y 366 fallecidos. Dos gobiernos regionales han anunciado la contratación de médicos jubilados para poder atender a todos los pacientes.

¿Y en España, qué?

Las expresiones más utilizadas por el ministro Illa y el doctor Simón son 'a día de hoy', 'por ahora' y 'por el momento'. Y es lógico que así sea porque está por ver, en efecto, cómo evoluciona esto.

Nuestros números están muy lejos de los de Italia pero siguen creciendo. 600 infectados, 17 fallecidos. Y las dos circunstancias entran dentro de lo que podía esperarse. Va habiendo cada vez más casos porque hay contagios no deseados y porque se ha afinado en la detección. Y estamos muy por detrás de Italia porque aquí los focos de contagio múltiple han aparecido más tarde. Los principales, ahora mismo, son Haro, en La Rioja, y Valdemoro, en Madrid. El de Haro relacionado con un funeral al que asistieron vecinos de un mismo barrio. El de Valdemoro vinculado a un centro de mayores.

A día de hoy España no es Italia pero podría acabar siéndolo. Cuanto antes nos hagamos a la idea de que puede acabar habiendo aquí medidas como las de allí, tanto mejor. Así el sobresalto será menor y tendremos pensado cómo comportarnos. En un escenario inédito. Ay de aquéllos que se precipitaron a quitarle importancia a una crisis de salud pública.

La no noticia de la jornada es que Inés Arrimadas lidera Ciudadanos. Votó el 60 por 100 de los afiliados y de ellos, casi ocho de cada diez prefirieron a Arrimadas sobre el aspirante de Valladolid, Francisco Igea.

Esta vez, a diferencia de lo que pasó en el PSOE o en el PP, no ganó el David enfrentado al Goliat del aparato. Esta vez, como ocurre en Podemos, perdió por goleada el aspirante y ganó de calle el sector oficial. Entre el cambio de rumbo y la continuidad con lo que había, los militantes han escogido lo segundo. La heredera de Albert Rivera se ha hecho con el trono y formará ahora una ejecutiva a su medida. No parece que tenga intención de meter a Igea en el núcleo dirigente del partido.

La primera meta volante en la nueva etapa de Arrimadas es la doble cita electoral del cinco de abril: en el País Vasco en alianza con el PP, en Galicia por su cuenta y dando la batalla a Núñez Feijoo. Ya sabe Ciudadanos que la batalla la tiene perdida. Y también, que la siguiente prueba llegará en Cataluña, y ahí el desengaño es más profundo porque va a pasar de ser el primer partido del Parlamento autonómico a quedar relegado a la cuarta plaza.

El horizonte no es muy alentador para la nueva presidenta: el poder real de Ciudadanos está en los gobiernos autonómicos que comparte con el PP y cuya estabilidad depende del partido Vox.

Y es paradójico que siendo Ciudadanos el único partido nacional que hoy tiene una mujer en la máxima responsabilidad, haya sido Ciudadanos a quien un grupo de manifestantes en la marcha de Madrid de ayer se empeñara en vetar y en meterle presión para que se fuera. Consiguieron estas manifestantes que intentaban impedir que Begoña Villacís participara en la manifestación y que le gritaban esto tan extravagante de 'trabaja en el Burger King' echar un borrón el ocho de marzo.

Poco sentido tiene que las líderes feministas, como Irene Montero, proclamen que las mujeres tienen que estar todas juntas en la lucha por la igualdad y los derechos cuando algunas (y algunos) pretenden decidir luego quién puede manifestarse y quién no.

El centro de Madrid, como el de Barcelona y el resto de las principales ciudades del país, se llenaron ayer con decenas de miles de personas (mujeres en su mayoría) que reiteraron las reivindicaciones de los años anteriores. Y lo hicieron de manera multitudinaria y con lemas, y temas, muy diversos. Desde la lucha contra la violencia que sufren las mujeres a la precariedad laboral, la xenofobia o el pin parental.

En Madrid marcharon cada uno por su cuenta los dos partidos que comparten el gobierno, el PSOE de Carmen Calvo y el Podemos de Irene Montero, imposibe ocultar ya la brecha (no salarial ni generacional, sino de poder) que se ha abierto entre ellas. Si el gobierno pretendió alguna vez llegar al ocho de marzo con la conquista de una ley de libertades sexuales que encarnara el triunfo del feminismo, arruinó su propio proyecto con una tramitación confusa y chapucera que hizo que el Consejo de Ministros anunciara la aprobación de un anteproyecto que ni los propios ministros sabían cuál era.