Súmense, entonces, a esta corriente de opinión facilona que despelleja una tradición tan hermosa como ésta, las cenas de empresa, convirtiéndola en caricatura de aquello que sucede cuando personas que creían conocerse se revelan como lo que realmente son provocando en los demás -incluso en sí mismos- la imperiosa necesidad de no volver a hablar de lo ocurrido hasta pasada semana santa.
Participe de la falsa reprobación de estas cenas anuales tan cálidas y tan amistosas fingiendo que basculan, gravosamente, entre el aburrimiento infinito y la vergüenza ajena. No admita que le gustan si no quiere pero, ah, qué ocurriría si llegada la Nochebuena a nadie en su trabajo se le hubiera ocurrido organizar la cena de hermandad laboral, o si habiéndola organizado no le hubieran invitado a usted, qué no habría salido por su boca, al enterarse, sobre todo, de que después de la cena había barra libre y karaoke.
Esta cenas de empresa arrastran una mala fama inmerecida. Y cultivada por los medios de comunicación, que nos lanzamos a publicar cada año consejos para sobrevivir a tan noble encuentro, del tipo: qué hacer cuándo el jefe de personal, anudada la corbata en la cabeza, se empeña en bailar contigo una lenta. Por qué ha de ser siempre el jefe de personal el que acabe con un moco de escándalo, eh, y por qué se empeña usted en decir jefe de personal en lugar de director de recursos humanos. ¿Por qué? ¡Por venganza! Vengativos como somos nos empeñamos cada año en añadir ideas para esquivar, o superar sin ayuda psicológica, este rubicón de finales de diciembre, como si fuera el peor de los tragos que haya de pasar una persona. ¿Qué es lo principal que debes hacer si esta noche te toca cena de empresa? Llevar zapatos cómodos. ¿Por qué? Porque te resultará más sencillo salir huyendo. Siempre esta broma. En un periódico británico le han preguntado a la actriz de Broadchurch, Olivia Colman, ¿cómo pasarlo bien en una fiesta navideña? Ha respondido: “No yendo”.
Los cómicos disfrutan, cuando llegan estas fechas, porque pueden hincharse a hacer recomendaciones perversas. Una de ellas es ésta: cuando empiece a soltar su rollo el compañero fantasmón encantado de haberse conocido -sí, ese que es una mezcla de Jenaro García, el de Gowex, y el pequeño Nicolás- interrúmpele educadamente: “tengo una duda”, le dices, “¿cuándo te diste cuenta por primera vez de que eras tan asombrosamente extraordinario?” Aguanta el gesto. Lejos de percibir la mala leche de tu pregunta, él responderá con total normalidad algo así: “Bueno, creo que fue a los catorce años, noté que era diferente a los demás”. Con tu jefe puedes usar el mismo truco: “perdone, ¿cuándo se percató de que era tan asombrosamente extraordinario”. Pero no te extrañes si luego te trasladan: los jefes tienen un sexto sentido para distinguir el peloteo razonable de la coña marinera.
En caso de que la fiesta, en fin, te aburra sobremanera, juega a ser tú más aburrido que cualquiera. Espántalos con tu insufrible conversación. Todo dirán que eres un pelma, es verdad, pero te acabarán dejando solo y eso te permitirá...salir huyendo. Siempre que hayas tenido la prevención de calzar zapatos cómodos.
Muy inmerecida la mala fama de estas cenas navideñas. Rajoy no consta que haga cena de empresa (de su empresa política, ministros, secretarios de Estado, hombre y mujeres de confianza), pero si la hiciera, Rajoy, en lugar de ir él, enviaría a Soraya. Soraya es Rajoy a todos los efectos. Y Rajoy es Soraya. No les distraigan detalles muy menores como que él sea hombre y ella mujer, él muy alto y ella menos, él futbolero y ella qué más da lo que sea.
Hoy, por ejemplo, Rajoy viajó a Afganistán a saludar a las tropas españolas -la que aún tenemos en Herat-: aunque en las fotos salga una señora saludando a los militares y visitando la base que allí tenemos, aunque sea una señora la que brinda por el rey y por España, no se distraigan, es Rajoy, encarnado en Soraya. El mismo Rajoy que, a la vez, estaba en la Moncloa esperando a que llegaran los pastorcillos del diálogo social. Méndez, Toxo, Rosell, Garamendi. Las dos principales patronales y los dos principales sindicatos (en este ámbito el bipartidismo sigue incólume, de momento) visitando el portal de la Moncloa para enviar un christma de paz y de concordia a la sociedad española. Si Felipe y Letizia se hacen fotos con las niñas por Navidad, a ver por qué no va a poder Rajoy hacerse fotos, navideñas, con quien mejor le parezca.
Bien jugado por el presidente: todo lo que han firmado hoy es la prórroga del subsidio de paro a aquellos que han agotado la prestación, carecen de ingresos y tienen familia a su cargo, una especie de renta básica (basiquísima, 426 euros, como en 2011) para familias en las que no entra un solo euro, una ayuda (si se prefiere llamar así) que ya existía pero con una cuantía un poco inferior, 400 euros, y que el propio gobierno se había comprometido a prorrogar cada seis meses mientras la tasa de paro esté por encima del 20% (que desgraciadamente lo sigue estando).
Bien jugado por el presidente porque reduciéndose a esto, tan básico ¿verdad?, lo que se ha acordado, le ha permitido refrendarlo con una imagen y una etiqueta que el propio gobierno ha puesto: la imagen es la de patronal y sindicatos (mayoritarios) con el gobierno de Rajoy; ¿la etiqueta? “pacto social”, Rajoy firma su primer pacto social con lo sindicatos. Méndez y Toxo, los mismos que le hicieron una huelga general a poco de llegar al gobierno, huelga que ellos vendieron como éxito sin precedentes y que, en realidad, resultó estéril. La legislatura ha sido demoledora para el apoyo social del que disfrutan los dos partidos políticos mayoritarios, PSOE y PP, pero lo ha sido también para las dos centrales sindicales, salpicada Comisiones Obreras por los escándalos de Caja Madrid y salpicada la UGT por Caja Madrid y por los EREs. Para Méndez y Toxo la estampa navideña de hoy es un recordatorio de que aún estan ahí, reconocidos por éste y todos los gobiernos (ésta parte de la Constitución nadie quiere cambiarla) como interlocutores necesarios para abordar cambios laborales o de prestaciones -aunque luego se hagan los cambios a pesar de ellos-.
Para Rajoy es el primer episodio de la campaña de mejoramiento de su imagen que va a llevar a cabo desde ahora y hasta las elecciones generales: de señor recortes a presidente social, del neoliberal obsesionado con el déficit público (caricatura) a socialdemócrata -él también- esforzado en encontrar la forma de aumentar el gasto público. Se dice que Rajoy desdeña hasta tal punto a la prensa que le da igual lo que se diga de lo que hace o lo que dice. Pero no es verdad. Sabe lo que se dice y le interesa. Prueba de ello es que esta mañana corrigiera el tiro. Cinco días después de afirmar que la crisis, en muchos aspectos, es cosa del pasado ha creído oportuno el presidente enmendarse a sí mismo. “La crisis es pasado”, dijo hoy, “pero sus efectos no”.
En realidad es una discusión bizantina si un país que sufre los efectos de una crisis de seis años no sigue estando, precisamente por ello, en crisis (tasa de paro, ingresos familiares, salarios, deuda pública, déficit), pero la revisión del discurso que hizo hoy indica que Rajoy va a tratar de conciliar ambas ideas de aquí a las urnas: la crisis ya no está porque él consiguió erradicarla, pero hace falta que siga estando él para que los efectos de la recuperación lleguen a sentirse en todos los ámbitos.
Si éstas son, como dice el gobierno, las navidades de la recuperación, las siguientes están llamadas a ser las de seguir recuperándonos. Y Rajoy quiere seguir en la Moncloa cuando esas próximas navidades lleguen.