Si el derribo de un avión comercial, [[LINK:INTERNO|||20140717-NEW-00270-false|||como éste de la Malasyan Airlines]] que reventó a las cinco de esta tarde -vuelo Amsterdam-Kuala Lumpur- se produce, además, en un país, Ucrania, donde están a tiros desde hace meses los pro rusos del este del país y el ejército ucraniano, entonces a las consecuencias directas del crimen hay que añadir las repercusiones que este espanto de hoy va a tener sobre la estabilidad de Ucrania, su relación con Rusia y el pulso que este país mantiene con la Unión Europea y los Estados Unidos.
Ésta es la historia, estremecedora, que se empezó a conocer a las cinco de la tarde, cuando los controladores aéreos en Ucrania advirtieron de que había desaparecido del radar el vuelo MH-17 de Malasyan Airlines (vuelo en código compartido con KLM). Estaba en la pantalla y un segundo después ya no estaba. En ese momento volaba a diez kilómetros de altura en el espacio aéreo de Ucrania cerca de la frontera con Rusia. “Cerca” significa cuarenta kilómetros, “cerca” significa que el impacto se produjo en la localidad de Gravovo, a unos setenta kilómetros de esta otra ciudad que seguro que les suena más, Donetz, donde sigue el conflicto entre los separatistas pro rusos y el gobierno de Kiev (el gobierno ucraniano se refiere a los separatistas como “terroristas”, y desde esta tarde se siente más cargado de razón para llamarlos así).
Minutos después de que los controladores avisaran de que algo había sucedido, la compañía malasia confirmó que había perdido todo contacto con el aparato. Para entonces, se ha ido confirmando luego, el Boeing 777 ya se había incendiado y caído al suelo. Los primeros testigos que han llegado al lugar calculan que hay restos desperdigados diez o quince kilómetros a la redonda. Lo siguiente fue la información del ministerio del Interior de Ucrania, que por primera vez empleaba no la palabra “accidente” sino la palabra “derribado”, es decir, acción premeditada. Y la primera atribución de la autoría: los “terroristas”, es decir, los pro rusos del este del país.
El líder de estos, Borodai, tardó sólo unos pocos minutos en sostener lo contrario: no hemos sido nosotros, sostuvo, ha sido el ejército ucraniano. Un Boeing 777 que vuela a diez kilómetros de altura no se derriba con cualquier cosa, hace falta un misil capaz de alcanzar, o superar, esa distancia. Y hace falta un vehículo provisto de lanzadera. Ese material tiene un nombre, sistema antiaéreo Buk M1, lo fabrica Rusia y alcanza los 25 kilometros de distancia. Dispone de él el ejercito ucraniano y disponen de él, también, los pro rusos. Hace quince días una televisión rusa informó de que un Buk había caído en manos de los pro rusos (“caído en manos” no está claro qué significa).
El gobierno de Kiev recuerda, como argumento a favor de la autoría de los secesionistas, que en los últimos días estos han derribado dos aviones, un Sukhoi 25 y un Antonov 26, ambos militares. Y que esta tarde los pro rusos presumían de haber alcanzado otro Antonov que después no se ha confirmado. Es decir, que el Antonov del que hablaban podría ser –probablemente era— el Boing con los 300 pasajeros. Periodistas de Reuters y Associated Press que llegaron al lugar del impacto vieron un Buk M1 de éstos a no mucha distancia.
Algunas compañías aéreas han anunciado ya que suspenden los vuelos que pasan por el espacio aéreo ucraniano. Los pilotos están siendo advertido de cambios en las rutas para evitar la región del suceso. Las autoridades holandesas –el avión despegó de Amsterdam—no han facilitado aún información sobre la tripulación y la lista de pasajeros, ciudadanos de varias nacionalidades cuyas familias han ido conociendo a lo largo de la tarde el fallecimiento, en acción criminal, el asesinato por tanto, de los suyos.
Llevaban dos horas de vuelo, les quedaban aún otras diez, cuando sintieron el impacto en el avión y después de eso ya, si es que llegaron a enterarse de algo más, la convicción de que sus vidas se acababan.