Todos ellos sonriendo -esto es una fiesta- y confiando en que les sienten a cenar en una mesa con gente parecida a ellos -esto es como una boda-. Van llegando a esta hora. A un palacio que no está habitado por un rey. Ni por un príncipe de la corona catalano-aragonesa. Por no tener, este palau no tiene ni presidente de la Generalitat dentro. Aquel es el otro, el palau de la plaza de Sant Jaume, la sede de gobierno donde pernocta el president los días históricos, la sede a cuya puerta se asoma para dejarse aplaudir por acotadas multitudes, la sede ante la que no consta que se haya manifestado aún nadie para reprocharle al president que pretenda darles teatrillo dominguero por consulta, gato por liebre. Este otro palau, sin príncipe, sin galería gótica y sin público, es el palacio de Congresos de Cataluña.
El edificio que cada quince de octubre, día de Santa Teresa, acoge la fiesta literaria del Planeta. Del premio Planeta. Van llegando a esta hora los autores, los directivos del grupo, los críticos literarios, los periodistas, los políticos. Aún no ha llegado el profeta discutido de la consulta menguante. Pero lo hará. Artur Mas. Artur-un-año-más-Mas dispuesto a compartir mesa con la ministra Ana Pastor -cuya vinculación con el mundo literario radica en el hecho de que es lectora (si no acude el ministro Wert, missing in action, pues acude ella)-, dispuesto a compartir mesa con el nuevo líder emergente del que todo el mundo habla -que es Pedro Sánchez, el que sale en Sálvame, no Pablo Iglesias, el que sale en todos los demás programas-, y dispuesto, en fin, a compartir mesa con José Manuel Lara, empresario catalanísimo, y figura de la sociedad catalana, que viene reclamando diálogo entre Barcelona y Madrid pero viene reclamando, sobre todo, que se pare la deriva independentista porque si eso acaba sucediendo, la independencia, él se da de baja.
No es verdad que en esta mesa presidencial, a diferencia de las otras, pongan cubertería de plástico porque quien evita la tentación evita el pecado. No es verdad, tampoco, que se haya puesto una silla supletoria, pegada a la de Mas, por si se decide a acudir Oriol Junqueras en su condición de copiloto o presidente entrante. Ésta es una noche de hablar de la mar y los peces, de los últimos libros que uno ha leído y de lo guapa que está la novia. Ni aunque Artur Mas le dijera a Ana Pastor lo inaudito que le resulta que Rajoy no se haya leído Victus, llegaría la sangre al río porque para eso está el anfitrión, para velar por que todo transcurra en correcta armonía, convertido el palau esta noche en una isla, con presión negativa para que quede perfectamente aislado del tormentoso debate político que sigue desatándose ahí fuera.
Nadie se preguntará en voz alta, mirando a Mas, quién ocupará su silla en el premio Planeta del próximo año. Quién será el president 130 y cuándo. Nadie se atreva a preguntarlo porque está por allí Pilar Rahola -oh capitán, mi capitán- y es capaz de subirse a la mesa a defender al rey Arturo con la espada. Brianne de Tarth en el Juego de Tronos.
Se le quejaron a Mas sus socios en el debate parlamentario de esta mañana de que les cambie el caviar del derecho a decidir por el chóped del derecho a manifestarse. Que pretenda saciar su sed de justicia con un librillo de todo a cien después de haberles mostrado la tierra prometida. Qué fue, Moisés, de las Sagradas Escrituras. Es verdad que hubo cruce de reproches entre la pareja Mas Junqueras pero esto no alcanza, aún, categoría de Kramer contra Kramer.
Están, hoy, en escribir cada uno su memorial de agravios, pero es pronto para concluir que este enfurruñamiento de ahora impida que acaben concurriendo juntos a unas autonómicas. Si la comparecencia de ayer del señor Mas indujo a una notable confusión entre los suyos, la comparecencia de Junqueras seis horas después no contribuyó a aclararles las ideas a los otros. Puso cara de enfadado el líder de Esquerra, como ha vuelto a hacer hoy, pero no descartó, en realidad, escenario alguno. Cuando el enfado se le pase habrá que ver cómo respira Esquerra.
Por si sirve de pista -dado que Mas se ha aficionado tanto a este juego de enseñar sólo media carta-, por si sirve de pista ninguna de las dos asociaciones que han liderado la movilización por la consulta, la Asamblea Nacional y Omnium Cultural, han llamado aún a la población a protestar en la calle contra la maniobra aguadora que ha anunciado el president. Esta novela aún no tiene epílogo porque carece aún de desenlace. Si además de todos estos personajes que aparecen en la trama tuviéramos un detective -astuto y audaz- podrían darle el premio Planeta a Mas y Junqueras.
Después de todo este año, y por lo que contó ayer Lara, abundan entre las historias presentadas al premio novelas policíacas, aquellas en las que la intriga gira en torno a alguien que ha incumplido la ley y disimula. El thriller le ha comido el terreno a la novela histórica, también en Cataluña, aunque estemos en el tricentenario del sitio de Barcelona. Novela policíaca. Hacer creer al lector que la trama desembocará en un determinado desenlace para incluir, al final, un giro que hace que todo cambie. Un personaje que no era quien decía ser, un cabo suelto que olvidó atar, un inocente que resulta que era culpable.
A la espera de que se dé la enhorabuena a los premiados, va a poder disfrutar de una noche amable el presidente Mas y los miembros de su corte que asisten a la velada. Noche amable y noche grata porque en esta fiesta también se reparten papeletas para que participe el personal. Un cartoncillo con una lista de autores (con su nombre o su pseudónimo) y unas casillas para que los comensales digan quien creen que a ganar.
Guarda un cierto parecido con lo del nueve de noviembre, porque los asistentes están entretenidos aunque derecho a decidir, lo que se dice derecho a decidir, no tienen. Al ganador lo elige el jurado, no los invitados a la fiesta. ¿Por qué? Porque ésas son las normas.