Me he vaciado, dijo hoy Guardiola, necesito rellenarme y recuperar la alegría. Si el triunfo agota, qué no hará el fracaso, ¿verdad? En el día en el que supimos que el paro en España alcanza ya a una de cada cuatro personas en disposición de trabajar -cinco millones seiscientos mil desempleados- la frase de Guardiola cabe aplicársela a la sociedad española: en estos cuatro años de crisis, con doble recesión, nos hemos ido vaciando (hemos ido quemando la ilusión de que todo esto durara poco, nos hemos ido quedando sin horizonte de recuperación cercano) y andamos necesitados de algo que nos devuelva las ganas, la confianza en el futuro, un antídoto que frene esta infección de desaliento.
Para muchos ese revulsivo era el cambio de signo en el gobierno central. Los hechos han demostrado que esto no era tan sencillo como cambiar a Zapatero por Rajoy, recuperar la confianza del mundo mundial y volver a crecer como una moto. Ojalá las cosas fueran tan sencillas: cambias una pieza del puzzle y el desierto se convierte de golpe en un arrozal.
Hubo cambio de signo político en el gobierno de la Nación, hubo dos reformas laborales en un año y medio, tres reformas financieras, una reforma de las pensiones, una subida del IVA (otra medio anunciada ya para el año que viene), una subida del IRPF, varias de impuestos autonómicos, dos presupuestos del Estado restrictivos (con severo recorte del gasto), hubo hasta una reforma express de la Constitución para meter el equilibrio presupuestario como mandato, y el paro sigue subiendo, el PIB sigue bajando y Standard and Poors nos sigue jo... rebajando la calificación crediticia. Dices: bueno, tampoco caben sorpresas, era sabido que este año iba a ser muy malo. Cierto, pero en el fondo todos queremos pensar que alguna vez las previsiones resultarán fallidas pero para bien, ¿no?, que alguna vez podremos decir: la cura de caballo, el empacho de aceite de ricino, esta ingrata lavativa que la sociedad española está encajando, dará el fruto que nos permita pensar que la depresiones económicas no son eternas, que ya empieza a notarse el resultado de tantos cambios. La tímida esperanza es cada vez más chica.
La última vez que salió la EPA -finales de enero- comentamos aquí que tener a la cuarta parte de la población activa en paro no es, como algunos dicen, una tragedia. Es algo peor. Es un fracaso colectivo, como sociedad y como país. Un motivo de bochorno, de vergüenza nacional. Y, desde luego, es una sucesión casi interminable de historias personales amargas, de vidas que se han quedado detenidas, atrapadas en el desempleo que no permite hacer plan alguno de futuro, ni siquiera para la semana que viene, para el verano, para el próximo curso. Millones de personas -millones- que cada mañana salen de casa agarrados a la esperanza de que hoy, por fin, cambie su suerte, que aparezca un cartel destinado a ellos (oferta de empleo) en un escaparate, en un café, en una tienda, un taller, una gran superficie.
Millones de personas obligadas a hacer equilibrios imposibles para aguantar hasta final de mes, apurando hasta que llegue el día diez, sabiendo que ni siquiera el subsidio del paro dura eternamente. Salen cada mañana queriendo creer que hoy será el día y regresan a la noche, sin empleo, peleando contra su propio desfondamiento, intentando no contagiar su decepción a sus hijos, a sus parejas, a aquellos con quienes comparten techo. Dejándose los cuernos para que la angustia no dinamite la convivencia.
Y cada vez son más. Quienes no tienen empleo y quienes van perdiendo la confianza de encontrarlo. Cada vez son más los parados y durante más tiempo. Cada vez la recesión es más una depresión. Y ni siquiera hablar de “emergencia nacional” refleja, a estas alturas, la dimensión del desastre social que estamos viviendo. “Emergencia nacional” que nunca ha merecido una respuesta ni remotamente parecida a la unidad de acción de los partidos políticos -aquí siempre ha parecido más natural tirarse los parados a la cabeza-.
La última reforma laboral -a la vista está- no ha revertido la tendencia creciente del paro que arrastramos desde finales de 2007, con mayor intensidad en 2009 y en los últimos seis meses. Atribuir los nuevos parados a esta reforma sería posible si tuviéramos la seguridad de que, sin la reforma, el paro no hubiera subido ya más, pero esa seguridad, obviamente, no la tenemos. Hay otros factores, el principal (seguramente) que la actividad económica sigue cayendo, es la segunda recesión en tres años. El gobierno empieza a decir que, quitando la estacionalidad, hombre, sube el paro pero no más que el trimestre anterior, no se acelera (esto se lo escuchamos al gobierno anterior tantas veces que acabó sonando a cuento) y el PSOE -que terminó su gestión con cinco millones doscientos mil parados al cabo de cinco años consecutivos de subida- se agarra a este nuevo eslógan que se le ha ocurrido (y que debe de parecerle ingenioso) que dice que Rajoy y Merkel se han quedado solos en Europa: a falta de ideas nuevas, se abonan a la caricatura.
Las etapas difíciles se llevan mejor cuando uno sabe el tiempo máximo que duran, o cuando uno tiene la seguridad de que las medidas que se toman darán, sin duda, un resultado concreto. La tremenda dificultad que tiene esta etapa en la que nos encontramos es que no tiene fecha de expiración ni es seguro que el tratamiento dé el resultado que se busca. Cuidado, tampoco es seguro que un tratamiento distinto -el regreso a los estímulos, a la inyección de gasto público- produjera la sanación; no cabe olvidar que ese fue el tratamiento que aplicó Europa en la recesión de 2009, presupuestos expansivos, y produjo un desfase entre ingresos y gastos que desembocó en la crisis del euro. Las circunstancias son, en buena medida, inéditas, y estamos los países europeos en una especie de prueba-error, prueba-error, probando tratamientos y corrigiéndolos sobre la marcha.
La gran pregunta es, claro, si la terapia es la correcta: si es que, siendo la correcta, necesita tiempo para que la curación se produzca, o si es errónea y urge cambiarla. En cuyo caso el problema que tenemos es que Europa no permite, a día de hoy, otro tratamiento. Dicen que Europa ya es un clamor contra la austeridad fanática de la señora Merkel, que jefes de gobierno, economistas, organizaciones sociales se han levantado en armas para cambiar el rumbo. Dicen. Pero hoy la canciller Merkel proclamó que el ajuste es simplemente innegociable y no consta que nadie, ningún gobierno europeo, la haya mandado a hacer gárgaras o haya hecho ni medio ruido. Para ser una rebelión, hoy nadie ha abierto el pico.