EL MONÓLOGO DE ALSINA

Los amantes del chavismo no quieren ser pasajeros

Les voy a decir una cosa.

Los amantes del chavismo no quieren ser pasajeros. Celebran el embalsamamiento de Chávez -el comandante en formol- como si fuera la vacuna que andaban buscando contra el fantasma de la caducidad, el miedo a que su movimiento, tan abrumadoramente multitudinario, tan arraigado, tan sólido, acabe siendo un producto perecedero.

ondacero.es

Madrid | 08.03.2013 20:12

Despedida a Hugo Chávez
Despedida a Hugo Chávez | EFE

Se afanan en la preparación de la vitrina donde quedará el muerto eternamente expuesto, tal como le gustó estar en vida, siempre visible, siempre presente; embalsamado y de uniforme, naturalmente el uniforme -lo del chandal es una broma para tener entretenidos a los medios, el Chávez que inventó el chavismo vestía, y vestirá, de uniforme, que no olvide el Ejército que el difunto surgió de entre sus filas-. Quieren a Chávez visible, en el Panteón, porque temen que, en ausencia del guía y con el paso del tiempo, sea el movimiento chavista el que acabe siendo visto como una momia, la revolución envuelta en vendas, sus oficiantes, momificados.

Frente a la incertidumbre de las urnas, la certidumbre de la urna funeraria. En la carrera que ha emprendido Maduro por dotar a quien le apadrinó del mayor agasajo (eterno) que conocieron nunca los pueblos, aún le gana Kim Il Sung, abuelo del actual líder de Corea del Norte (de los Kim de toda la vida), que sigue siendo presidente aún después de muerto. Presidente perpetuo de la nación, ése sí es un cargo con ínfulas, el santo súbito bajo cuya advocación ejercen el poder los descendientes. En la mitología que van construyendo a prisa los dirigentes huérfanos, Chávez tenía tres hijas, Rosa Virginia, María Gabriela, Rosa Inés, y un hijo, Nicolás Maduro. Ya, el hijo de verdad (el biológico) se llama Huguito y nunca tuvo mucho feeling con su padre, pero el hijo histórico es Maduro, el ungido, el hereu, el hijo beneficiado por el dedazo vivificador del padre eterno.

Diosdado Cabello, el figurante útil, ha asumido (por fin, a estas alturas) que su único cometido, en este instante, es apartarse para que Maduro brille solo. Ni normas constitucionales ni gaitas: Chávez dijo que el sucesor era Maduro y eso es lo único que importa, no hay más ley para el chavismo que la palabra del fundador del movimiento. En Venezuela habrá elecciones, ya veremos cuándo, y la televisión oficial emitirá veinticinco horas de cada veinticuatro estas imágenes que a lo largo del día de hoy ha ido grabando: las colas ante la capilla ardiente de Chávez, la presencia de dignatarios extranjeros en el acto de adhesión esta tarde -raro será que no presenten al mismo Príncipe Felipe como un admirador del chavismo y de Maduro-, las lágrimas de éste, el juramento emocionado que se producirá esta noche, el calor del pueblo y la presencia tangible del fallecido hoy reencarnado.

Después de todo, el activo político del futuro candidato no es otro que éste: el dedazo de Chávez. Vete tú a Caracas a decirle a Cabello que abra un debate interno sobre las cualidades que debe reunir el nuevo líder, díle que pida unas primarias.  La secuela de Chávez se apellida Maduro y, con panteón y todo, es un enigma. Como lo son todos los secundarios que, mientras pervivió el guionista, no consiguieron -ni intentaron- volar solos.

La vida espiritual de Nicolás Maduro giró siempre en torno a dos santones: el comandante bolivariano y el gurú Sai Baba, Sha-ya-na-ra-ya-na Raju, el indio de la única naranja y el pelo a lo afro que se presentó ante el mundo, en los setenta, como la encarnación humana de Brahma, Visnú y Shiva, la trinidad del panteón hindú hecha carne. Cuando murió el santón, hace dos años, Maduro encargó al Parlamento venezolano que emitiera una declaración de duelo nacional, dado el predicamento que sus enseñanzas tenían entre muchos venezolanos, empezando por él mismo. Ahora que ha muerto su otro santón, Maduro declara el luto perpetuo.

Entre los venezolanos que no han asistido a este acto de despedida a Chávez se encuentra una persona que no tuvo buenas relaciones con él y que advirtió de que estaba llevando al país a una dictadura camuflada de democracia popular. Se llama Jorge Urosa Savino y  ejerce como arzobispo de Caracas. En palabras del difunto, un “troglodita” que trabaja para la oposición y contra el gobierno del pueblo. Al arzobispo lo nombró cardenal hace ya algunos años el papa Ratzinger y por eso se encuentra esta semana en Roma, poniéndose, con sus compañeros cardenales del resto del mundo, al día de la situación de la Iglesia Católica. Y allí ha oficiado esta tarde una misa en memoria del fallecido en la que ha invitado a los venezolanos a orar por el descanso eterno de Chávez, que en el caso del cardenal, es tanto como rezar porque su influencia decaiga por muy embalsamado que lo conserven.

La Iglesia que se presenta a sí misma como legado de Cristo se encontró en Venezuela con un militar, activista y político, que también se presentó a sí mismo como renovador del mensaje cristiano, “el cristo de los pobres” le llaman los suyos. Cariñoso no ha estado el cardenal en su misa por Chávez. Se ajustó a la liturgia, evitó hacer valoraciones sobre el desaparecido, y rezó por la convivencia pacífica de los venezolanos y el cumplimiento de las normas que rigen esa convivencia. Traducido: que espera que se convoquen elecciones cuanto antes y que éstas se celebren en igualdad de oportunidades para todos.

Fecha para las elecciones venezolanas aún no hay, pero fecha para la elección vaticana sí. Les ha costado decidirse a sus eminencias pero esta tarde por fin han puesto, con perdón, el huevo. Los encierros se celebrarán -bueno, dicho así suena a otra cosa--, el encierro de los cardenales en la Sixtina comenzará el próximo martes, 12 de marzo y día de San Inocencio I Papa. El santoral no engaña cuando de escoger fechas en el Vaticano se trata. Ese día participarán los cardenales de otra misa para pedir la inspiración divina antes de aislarse a recabar apoyos los unos de los otros para ganar esto que, después de todo, es una elección, cuyo cuerpo electoral es ciertamente escaso (poco más de cien personas) y cuya derecho a voto les fue concedido por la voluntad personalísima del anterior Pontífice. A partir de ahí, lo que ya sabemos.

Votaciones de mañana y tarde, dos y dos, hasta que el humo salga blanco. Si se cumple la media del siglo pasado, el cónclave durará tres días y saldrá elegido el nuevo para el jueves, catorce. Dice el santoral que ese día es San Zacarías, papa.