¿Y ahora qué pasa? Pues, de entrada, nada. Y de salida, probablemente tampoco.
El PSOE tiene presentada una moción de censura para tumbar a Pedro Antonio y entronizar a Tovar, el socialista afín a Patxi López. Una moción coja mientras no cuente con la bendición de Ciudadanos. Y a día de hoy, y de mañana, no cuenta. Los socialistas no quieren elecciones porque ir de nuevo a las urnas para volver a perder y quedarse otros cuatro años sin gobierno es una aventura bastante absurda. Si censuras será para gobernar tú, no para darle a Ciudadanos la satisfacción de convocar urnas de nuevo con una ley electoral renovada.
Del Cura le preguntó anoche a Miguel Sánchez, portavoz de C’s en Murcia, en qué queda entonces aquel ultimátum que ellos dieron.
Patada al balón y que siga corriendo. Ahora es al PSOE al que da unos días Ciudadanos para que rectifique sus intenciones y acepte una moción de censura que ellos llaman instrumental, o traducido, para forzar unas elecciones que sólo está en manos del presidente autonómico convocar.
Barcelona, ayer. La vergüenza ajena de ver a esta panda de asaltantes de la CUP gritando “fuera las fuerzas de ocupación” mientras ocupaban por sus narices una sede que no es suya. Asaltar la sede del PP es la idea que tiene esta gente de la tolerancia, el diálogo y la democracia. Jovencitos de la ultra izquierda independentista llenándose la boca de conceptos que les vienen grandes y erigiéndose en lo que nunca han sido: portavoces del pueblo catalán, ya quisieran los agresivos vocingleros.
Éste es el derecho a decidir en versión de la extrema izquierda independentista: el derecho que se atribuyen ellos mismos a meterse por las bravas en la sede de un partido político al que odian y al que intentan que todo el mundo odie. Con la diputada autonómica Anna Gabriel disfrutando en primera fila del espectáculo.
Cuando un grupo de independentistas voceantes se pusieron a increpar a la fiscal Magaldi y ésta dio una rueda de prensa para contar lo que le había pasado le faltó tiempo a Artur Mas para decir, ¿cómo era aquello?, que había una operación del Estado para caracterizar a los independentistas como gente poco tolerante.
El señor Puigdemont se ha hecho pagar un viaje evangelizador a los Estados Unidos para explicar allí, dice él, lo que está pasando en Cataluña. “Allí” significa en los tres o cuatro foros que ha podido apalabrar, porque reuniones de alto nivel no consta que vaya a mantener ni una sola. Puede empezar por explicarle a sus interlocutores, sean estos quienes sean, lo que está pasando en el gobierno de Cataluña: o cómo la alianza que le sostiene a él la forman su partido, PdeCAT, que presume de ser socialdemócrata pero siempre fue visto como de derechas; un partido independentista de izquierdas que ahora quiere ser de centro y que se llama Esquerra; y una amalgama de grupúsculos de la extrema izquierda que se dice anticapitalista, antisistema y antieuropeo. Que explique cómo ha tenido que ir cediendo a todas las exigencias de este grupo extremista cuya portavoz en el Parlamento estaba ayer festejando el acto de intimidación a otro partido.
Y si no lo explica él, que lo explique Raúl Romeva, que acompaña a Puigdemont en este viaje tan provechoso, ansioso como está por poder fotografiarse alguna vez con alguien que tenga más tirón que el ministro de Asuntos Sociales de Camboya.
Gregorio Serrano.
Explicando que la residencia oficial que tenia intención de ocupar, propiedad de la Guardia Civil, es una permuta de la DGT con la Benemérita.