A raíz del cara a cara se está hablando mucho de datos sacados de contexto, mentiras y de la urgencia de un fact checking o verificación de hechos en los debates. Como si los desmentidos a posteriori fueran a cambiar el resultado del debate mismo.
Desenmascarar las mentiras y medias verdades de los políticos es una obligación periodística.La pregunta es: ¿sirve de algo el fact-checking? Pues a la hora de decidir a quién votar, parece que para poco. Lo revelan numerosos estudios psicológicos que analizan el efecto de las mentiras en política. Cada vez somos más indulgentes con las falsedades cuando descubrimos que un político ha tratado de engañarnos.
Está estudiado que en contextos polarizados son más los ciudadanos que apoyan a los candidatos que mienten a sabiendas de que lo hacen. Será un mentiroso, pero es nuestro mentiroso.
Pillar mintiendo al candidato favorito no cambia un voto, es más, puede servir para ganar más apoyo especialmente si el bulo confirma un prejuicio. Es decir, el umbral de la verosimilitud que le damos a una información depende de si sirve o no para darnos la razón. Si queremos creer que la economía española va mal siempre habrá un dato al que aferrarse. Y lo mismo vale para argumentar que va como una moto.
Los asépticos desmentidos estadísticos del 'fact-checking' que se dirigen al cerebro son especialmente inútiles para cambiar el voto. Además, creer a los políticos que dicen lo que queremos oír requiere menos esfuerzo que dudar de ellos. La inercia mental a creer ciertas cosas es más poderosa que nuestra capacidad de cambiar de opinión. Y darle publicidad a un hecho falso al tratar de desmentirlo repetidamente es contraproducente porque multiplica el alcance de la mentira. Pasa también con los bulos que vinculan delincuencia a inmigración.
Lo que sí tendría más eficacia es que los candidatos que participan en un debate supieran rebatir y desmentir en directo las bolas que le está tratando de colocar el contrario. Así demostraría que sabe de lo que habla y que no se la cuelan fácilmente. Quejarse de que a uno le están mintiendo sin explicar por qué no transmite credibilidad. Y menos a posteriori.
¿Moraleja?
Si las mentiras en política dan cada vez más igual, algo estamos haciendo mal.