La ex ministra Irene Montero dejó ayer el cargo igual que lo ejerció: dándose más protagonismo a ella que a sus políticas. Y mira que ha hecho cosas su Ministerio de Igualdad. En estos años en el cargo, Irene Montero ha aumentado los permisos por nacimiento de las 16 a las 20 semanas, ha ampliado el derecho al aborto; también las ayudas a mujeres víctimas de violencia machista y los derechos de las personas trans. No se la recordará por eso.
Ella misma contribuyó a ello en el tiempo de descuento con su discurso dislocado, en el que recriminó a Sánchez que la echara del Gobierno, como si ella y Belarra fueran las únicas ministras de las que han echado del Consejo de Ministros a lo largo de la historia. Como si el traspaso de poderes fuera el lugar apropiado para echarse reproches en vez de flores y como si marcharse dando otra vez la nota no fuera a ayudar al que las cesa a alegrarse de su marcha.
Irene Montero ha cometido grandes errores que tampoco ha reconocido en su discurso de despedida, manteniendo su estilo más de regañar que de disculparse. Los discursos de despedida tampoco están para eso, en realidad, están para recordar lo bueno y cederle con elegancia el protagonismo a la sucesora. Y eso sí que se notó que le costaba a Irene Montero. Vaya si se notó. El traspaso de la cartera a Ana Redondo no sé, pero el traspaso de protagonismo sí que se le hizo cuesta arriba.
El discurso de una ministra que está a punto de dejar de serlo todavía es noticia. El de una ex ministra mucho menos. Y el de una diputada rasa que tampoco dirige su partido va a serlo menos todavía. Los cinco diputados de Podemos van a pintar más o menos en función a la bronca que estén dispuestos a montar. Será su manera de ser seguir siendo noticia, en busca del protagonismo y los votos perdidos.
¿Moraleja?
No es elegante despedirse entre reproches, pero cuál iba a ser si no su último broche.