Por miles hubiéramos peregrinado a donde nos hubiera ordenado el Padre Daniel, descalzos y con cilicio. Los atléticos no olvidaremos nunca ese comienzo, el ciclón rojiblanco, los dos goles en un cuarto de hora. Lo imposible se convirtió en probable y la felicidad que nos invadió se pareció mucho a la que proporcionan los títulos.
El problema es que el Real Madrid se inventó este torneo y se conoce todos los recovecos. Cuando amainó el temporal recuperó la pelota. Fue entonces cuando Benzema, sencillamente genial, se escapó de tres defensas y sirvió en bandeja un gol que acabó marcando Isco. El Atleti tenía que subir la misma montaña que al principio del partido, pero con menos tiempo por delante. Casi no quedó emoción en la segunda parte porque ya la habíamos consumido toda. El Calderón se despidió de Europa con una cerrada ovación y será en el nuevo estadio donde intentaremos ajustar cuentas con el destino. No, al final no hubo milagro, aunque lo importante es que hemos comprobado que existen porque ayer, durante cuarenta minutos, le vimos los pies a uno.