Le llamé anoche en El Transistor, y me reencontré con el hombre bueno al que el boxeo lo encumbró hasta lo más alto, pero cobrándole su factura en golpes y sacrificios.
Ahora Castillejo vive en Parla, donde ha mantenido una escuela de boxeo y aún tiene tiempo de ofrecerse voluntario a la Cruz Roja y subirse a una camioneta para repartir paquetes con alimentos en los barrios menos favorecidos, que en estos momentos ya son demasiados, y como en estos tiempos el boxeo se contempla como un deporte casi proscrito por los más elitistas puretas, me pareció de justicia rescatar la fotografía del boxeador Campeón del Mundo, al que alguno podía imaginar tirado en el arroyo.
Pues no, el boxeador, el campeón, está ayudando a la gente que se encuentra en el arroyo o que las circunstancias del momento les tienen al borde de ese arroyo de aguas residuales. Anoche su voz ya estaba más cascada, porque los campeones también cumplen años, pero su naturalidad, su cercanía y su solidaridad eran las de siempre, por eso le escuché con el mismo respeto, el mismo cariño, y la misma admiración: Javier Castillejo, el Lince de Parla, hoy el campeón samaritano.