CON JAVIER CANCHO

Historia del primer esperma que fue visto

A finales del XVII todavía se desconocía cuál es el proceso biológico del embarazo.

Javier Cancho | @J_Cancho

Madrid | 21.03.2019 11:13 (Publicado 21.03.2019 11:11)

Un día de 1677, un tipo llamado Anton van Leeuwenhoek examinó -a nivel microscópico- su propia eyaculación. El señor van Leeuwenhoek no era científico, era un comerciante de telas holandés que solía usar lupas para analizar la calidad de los textiles que adquiría. Siendo experto en telas, Anton van Leeuwenhoek fue alguien con una curiosidad empírica. Él se hacía sus propias lupas, sofisticando tanto sus creaciones que esas lentes funcionaban como un microscopio. Y lo que comenzó como un pasa tiempos llegó a ser unos de los más trascendentes hallazgos de la historia de la Bilogía.

Anton van Leeuwenhoek estaba mirando a través de su súper lupa cuando vio todo aquello. Aquello era una concentración de células, de las más pequeñas que tenemos. Piensen que el esperma es 10.000 veces más pequeño que el óvulo. La cola tiene un movimiento en forma de látigo que se mueve de un lado a otro para impulsar el espermatozoide. La cola es un propulsor. Van Leeuwenhoek lo describió como el movimiento alocado de animalculos retorciéndose. Nunca nadie hasta entonces había visto lo que él tenía delante. Él ya había contemplado microorganismos en muestras del agua, pero cómo contarle a alguien lo que había descubierto.

Y sin ser científico y sin saber inglés ni latín, escribió a la Royal Society de Londres, la institución científica más importante de Europa en aquel momento. Aquella carta quedó fechada en noviembre de 1677. Van Leeuwenhoek describía que había visto multitud de animales pequeños, más de un millón -decía- meneándose con movimiento de serpiente. El secretario de la Royal Society, Mr Brounker, lejos de escandalizarse pidió al comerciante que ampliase el estudio a los cuadrúpedos. Y así fue como Van Leeuwenhoek acabó describiendo los espermatozoides de otros mamíferos; pero también de anfibios, peces y moluscos; llegando a la reveladora conclusión de que la fertilización ocurría cuando el esperma penetraba el óvulo. La historia de la humanidad nos reserva este instante turbador: un comerciante fue el primero en identificar la presencia de espermatozoides en las trompas de falopio y en el útero. Démonos cuenta de que acabándose el siglo XVII para la ciencia el origen de los bebés seguía siendo todo un misterio.

Algunos pensaron que el espermatozoide ya era un ser humano diminuto que después iba creciendo. Como ven estaban muy perdidos en aquella época. Tanto que fue un comerciante quien abrió una compuerta microscópica desconocida a los investigadores de entonces. Descubrió las bacterias. Investigó dentro de las bocas de personas que nunca se había aseado los dientes. Son tantas decía que dentro de una sola boca caben más animales que personas puedan contarse en un reino.

Reyes de varios reinos fueron a visitar su estudio. En una de sus cartas, van Leeuwenhoek explicaba que su trabajo no buscaba obtener la alabanza que ahora disfruta sino principalmente un ansia de conocimiento. Pero, eso fue al final de esta historia. Al principio se rieron de él. Y cómo alguien como él podía cuestionar a aquellos tipos que iban con pelucas y eran considerados los sabios del momento. Sus hallazgos sobre espermatozoides fueron mantenidos en secreto durante décadas. No fue hasta finales de los 50 del siglo XX cuando las investigaciones de van Leeuwenhoek recibieron la consideración que merecían. Fue el padre de la microbiología y de la microscopía óptica. Fue el hombre que vio lo invisible.