CON JAVIER CANCHO

#HistoriaD: El rescate más insólito de la Segunda Guerra Mundial

Javier Cancho relata cómo el ejército estadounidense rescató a tres pasajeros que sobrevivieron a un accidente en la isla de Papúa Nueva Guinea en mayo de 1945.

Javier Cancho

Madrid | 21.03.2023 13:14

Sucedió en mayo del 45. Por entonces, en el Pacífico, la Segunda Guerra Mundial aún no se daba por terminada. Aunque, ya no había combates al oeste de las Islas Salomón. Y por eso, de vez en cuando, se hacían vuelos militares recreativos para observar desde la ventanilla lugares asombrosos de Papúa Nueva Guinea.

Sobre una comarca, de esa isla enorme, había relatos fascinantes de aviadores que la sobrevolaron, describiendo un valle asombroso, habitado por miles de personas para las que la Edad de Piedra no había terminado. Para tratar de explicar el paraje, se mencionaba la novela ‘Horizontes perdidos’, de James Hilton, procurando así dar una idea de lo que se veía desde lo alto. Por eso, aquella comarca fue apodada Shangri-La.

El plan consistía en sobrevolar el área. Veinticuatro militares iban a bordo para contemplar desde el cielo un paraje insólito. Pero, el Douglas se estrelló. Sólo tres pasajeros sobrevivieron. La cabo Margaret Hasting, el sargento Decker, y el teniente McCollom. Los tres fueron vistos en tierra durante un rastreo aéreo, 72 horas después del siniestro.

Era un valle recóndito de una jungla desconocida. Cuando los reporteros tuvieron acceso a la foto de Margaret Hasting, empezaron a cubrir la historia como si una joven estrella de Hollywood hubiera caído en la mitad de la selva. Sólo faltaba Tarzán. La prensa estadounidense publicó detalles exagerados. Se contó que los indígenas eran caníbales.

En la tribu de los Dani, los hombres van ataviados exclusivamente con una calabaza en el pene. Son guerreros; pero, son más curiosos que hostiles. De hecho, fueron muy hospitalarios. Los Dani tenían mucha curiosidad, habían vivido en un mundo prehistórico desde siempre, y de repente, había pájaros mecánicos enormes y ruidosos sobrevolando sus cielos.

Para sacar a los tres accidentados de allí, el ejército del Tío Sam envió decenas de especialistas que saltaban en paracaídas. Para los nativos aquello fue como si hubieran llegado los extraterrestres. El plan de rescate consistía en aterrizar un planeador Waco en una pista excavada en la jungla, la idea era meter en el planeador a los supervivientes, con paracaídas por si acaso, y luego volver a poner en el aire el avión sin motor.

Con el planeador sin motor en el aire, un C-47 equipado con un gancho de acero colgante tenía la misión de engancharse a la cuerda de remolque del planeador. El gancho de agarre estaba sujeto a 300 metros de cable de acero en un cabrestante, lo que reduciría la carga de choque, es decir, el tirón del instante en que el gancho entra en contacto con la cuerda.

Hasta aquel mes de marzo del 45, el sistema solo se había utilizado para recuperar planeadores vacíos. De hecho, a aquellos planeadores se los llamaba los ataúdes voladores. Esta vez, el plan era que el planeador llevase pasajeros.

Al final, no hicieron falta los paracaídas. Una de las misiones de rescate más locas de la Segunda Guerra Mundial había terminado bien.