Este sonido fue grabado en la plaza de Santa Clara, en Lerma. Allí es donde está el sepulcro de Jerónimo Merino.
Sobre su vida, hay relatos que no han podido ser constatados, hay un componente legendario adherido a la máscara del héroe, intuyéndose la presencia del mito. En cualquier caso, no hay duda de que el cura Merino fue un guerrillero. Uno que le dio sentido a la legendaria frase de Wellington: "cuanto más terreno tienen los franceses, más débiles son en cualquier punto determinado".
El punto donde el cura tuvo una enorme determinación se ubica en las comarcas burgalesas, en un tiempo caótico y brutal. En un momento en el que no era sencillo distinguir a los guerrilleros de los bandoleros. Fue en aquella época, cuando un cura con una partida de 2000 hombres, le ganó 58 batallas al ejército de Napoleón.
El cura Merino controló -con sus guerrilleros- buena parte de la provincia de Burgos durante la Guerra de la Independencia. Se echó a los montes, después de unas cuantas humillaciones de los soldados franceses. Aunque, probablemente, fuera la violación de una de sus hermanas menores la que le inclinó definitivamente a las armas. Con 39 años empezó a matar franceses, con dos compinches, regresando a la aldea para dormir. Al acabar la guerra mandaba regimientos. Después de que hubiera ido sumando sumando partidarios entre pastores, leñadores y arrieros. Se propuso matar 16 franceses por cada uno de los suyos que perdiera la vida.
En 1809 , el cura Merino se hizo con un convoy francés compuesto por 118 carros cargados de pólvora y municiones. Lo hizo ante la estupefacción del general Roquet y el mariscal Kellermann. Hasta cuatro altos mandos, fracasaron tratando de apresarle. Nunca consiguieron la captura del que no usaba uniforme. Los guerrilleros manejaban el factor sorpresa, eran como fantasmas surgiendo entre las brumas y la niebla causando escabechinas entre las tropas napoleónicas. El cura Merino mortificó las líneas de comunicación del ejército francés.
Terminada la guerra, siguió atacando correos de la reciente autoridad española, en el camino real de Madrid a Burgos. El cura Merino siempre tuvo mejor relación con los campesinos que con los obispos. Él representaba la mentalidad tradicionalista, postulando la versión más absolutista: con el Dios, patria y rey. Sus enfrentamientos con los liberales le fueron inclinando hacia posiciones carlistas que podrían ser definidas dentro de un integrísimo católico. Llevándole su destino a un paradójico exilio en Francia, donde llegó a recibir una pensión vitalicia que cobró durante cinco años hasta que se murió en Alenzón. Sus restos fueron reclamados en tiempos de Franco. Llegaron a España un 2 de mayo, de aquel mes de mayo del 68, tan históricamente francés.