con javier cancho

Historia de Diego Corriente, el ladrón de Andalucía

Fue considerado el ladrón más generoso del siglo XVIII en España. Se llamaba Diego Corriente, el bandido que tenía la cara llena de viruelas, y una cicatriz en la nariz.

Javier Cancho

Madrid | 17.11.2020 11:57

Procedía de una familia de campesinos que -de sol a sol- hincaba el lomo en la tierra en uno de los latifundios de Andalucía. Desde niño, había oído maldecir a sus mayores: tanto sacrifico para no llegar ni a malvivir. Quiso él menos servidumbres, así que sin cumplir los 20 años, se echó al monte para robar caballos que después en Portugal vendía. Y fue así como comenzó la vida furtiva del ladrón que robaba a los ricos y a los pobres socorría.

Parte del dinero que obtenía lo entrega después a quienes más padecían. Pero, sus andanzas y sus robos llegaron a oídos de don Francisco de Bruna. Don Francisco, caballero de la Orden de Calatrava, era Oidor Decano de la Real Audiencia, Honorario del Supremo Consejo y Cámara de Castilla, y Alcaide de los Reales Alcázares. Don Francisco era el señor del Gran Poder, al menos así en Sevilla se le conocía. Y se conoció por toda Andalucía la orden que se dio para detener al bandido. Diego Corriente fue puesto en busca y captura mientras él -mostrándose desafiante- se dejaba ver donde y cuando le parecía.

Se cuenta que un día, una tarde de primavera, cuando el señor del gran poder a Sevilla regresaba…su carruaje fue asaltado en mitad del camino. Y allí, empuñando los trabucos, Diego Corriente y los suyos encañonaron a la autoridad y a su séquito. Del revés se pusieron las jerarquías de aquel instante. Y apoyando un pie sobre la portezuela del coche obligó el bandolero al caballero a inclinase, a agacharse como los pobres. Y fue en aquel momento cuando don Francisco de Bruna, como si fuera un sirviente, hubo de abotonar el botín de Diego Corriente. Fue aquello el desencadenante definitivo de una obsesión. Y diez mil reales fueron como recompensa fueron ofrecidos para aquel que facilitase su detención.

En los días en los que fue apresado, Diego se escondía en el cortijo del Pozo del Caño, en territorio portugués. El lugar fue rodeado por una guarnición de cien soldados. Y el bandolero fue arrestado. Y el conde de Floridablanca intervino para hacer cumplir el tratado de extradición de 1778. Ya en España, después de pasar por una cárcel de Badajoz y otra de Sevilla, finalmente, Diego Corriente fue ahorcado y después descuartizado. Y su cabeza y miembros fueron expuestos donde se decía que había cometido algunas de sus fechorías.