Un verano como este, pero hace 50 años, se estrenó una película que cambió para siempre la forma de ver y hacer cine: ‘Tiburón’, de Steven Spielberg. Medio siglo después vuelve a la gran pantalla remasterizada y en 4K. Es el punto de partida de Arturo Téllez, Javier Ruiz y Paloma Gallego para hablar de cine analógico, cine digital y de cómo se hace hoy una película entre laboratorios, celuloide y píxeles.
Un negocio que sigue revelando sueños
Rodrigo Ruiz-Tarazona es dueño y CEO de Cinelab Rumanía, el último laboratorio de cine que queda en Europa. Durante años trabajó para Kodak, hasta que decidió comprar tres laboratorios: en Bucarest, Londres y Grecia (éste último ya cerrado). Su apuesta: mantener vivo el celuloide. Para Rodrigo, rodar en negativo no es solo nostalgia: es garantía de calidad, longevidad y una textura única que nuestro cerebro percibe de forma más “real”.
El negocio no se limita a rodajes: las filmotecas europeas confían en Cinelab para limpiar, restaurar y volcar archivos digitales a película, un soporte físico que puede conservarse durante más de 100 años. Entre sus clientes hay grandes directores, documentales, videoclips y producciones que han ganado premios como ‘Tarde para la ira’ o ‘Entre dos aguas’.
En palabras de José Luis Sánchez Noriega, catedrático de Teoría e Historia del Cine en la Complutense, el digital es comparable a la llegada del color o el sonido: una revolución triple que transformó rodajes, distribución y consumo. Hoy las plataformas permiten estrenos simultáneos, series de calidad cinematográfica y una democratización de la producción. Lo difícil ya no es rodar, sino que alguien vea tu película.
El soporte fotoquímico sobrevive gracias a directores que valoran la estética, la longevidad y la autenticidad. Según José Luis, hoy es residual y reservado a grandes nombres. Aun así, el analógico sigue formando parte de la enseñanza en escuelas de cine. Muchos jóvenes quieren probarlo: recuperar el grano, la luz y la sensación de lo físico frente a la perfección digital.
