"Una botella en una tienda no es una amenaza, pero cuando la compras y rompes el precinto, entonces sí te conviertes en la amenaza" y entonces, Robert se planteó la forma de acabar con ellas.
"Me desperté de un sueño en el que estaba en un pueblo en el que todo estaba hecho de botellas. Y entonces lo supe: tenía que hacer casas con ese plástico. Intentar hacer algo para hacer un mundo mejor", recuerda. Con miles de botellas acumuladas, formó estructuras de hierro, paredes, techos y suelos… Después los cubría con hormigón y los pintaba, consiguiendo casas que desde fuera son iguales que cualquier otra construida con ladrillos. Según Robert, un humano que viva hasta los 80 años, dejará una huella ambiental de 14.400 botellas de plástico que tardarán cientos de años en descomponerse. Pero una de sus casas está construida por esas mismas 14.000 botellas.
"Vivimos en una isla donde la gente tiene 1 o 2 aires acondicionados en sus casas; en la nuestra la diferencia de temperatura de dentro a fuera es enorme y además es resistente a los terremotos". También son de alta flotabilidad en caso de ser arrastradas por un tsunami…y termoaislantes, por lo que ahorran más energía. Robert quiere ampliar sus construcciones a granjas e incluso carreteras y piscinas. "Me gustaría que la gente de todo el mundo viniera aquí y aprendiera a construir este tipo de casas. La idea es cambiar el mundo sin cambiar la Tierra", añade.