En plena II Guerra Mundial, sacó adelante su carrera mientras buscaba junto a sus compañeros de pupitre algo para comer. Trabajó durante 30 años en los servicios médicos aéreos, donde trataba a pacientes que vivían en las afueras del país. Hoy en día, acude al hospital a las 8 de la mañana, atiende a sus pacientes en la consulta y a las 11 entra en los quirófanos. Sus manos son en apariencia acordes a su edad pero funcionan a la perfección, sin un atisbo de temblor que dificulte su trabajo. La energía que desprende en la sala de operaciones la ha convertido en un "caballo de carreras", tal y como se autodefine Alla, un concepto que apoyan sus colegas de profesión.
"Nunca se la ve cansada, es una persona muy fuerte. Cualquiera puede tener envidia de su resistencia y aguante" comenta uno de ellos. Alla ha demostrado que pese a su edad y su metro y medio de estatura, no existen límites, el año pasado recibió por su trabajo el premio al mejor médico de Rusia. Vive en un pequeño estudio, que comparte con ocho gatos. Cuando no está en el hospital, cuida a un sobrino, que padece una discapacidad, y en el tiempo libre que tiene, lee. Está convencida de que su trabajo "no es una profesión, es una forma de vida".