La actualidad política en España continúa sacudida por una sucesión de escándalos que reflejan una preocupante normalización de prácticas poco ejemplares. El foco de las últimas horas recae sobre el diputado socialista Santos Cerdán, cuya súbita preocupación por las adjudicaciones de obra pública ha levantado más de una ceja. Según ha trascendido, fue a partir del 9 de mayo cuando el parlamentario empezó a registrar preguntas sobre esta materia, lo que ha desatado sospechas, ¿está Cerdán construyendo un escudo preventivo frente a las pesquisas que prepara la Unidad Central Operativa (UCO) de la Guardia Civil?
La sospecha es alimentada por la posible conexión con Koldo García, exasesor del exministro José Luis Ábalos, con quien supuestamente se habría comunicado por WhatsApp sobre estos asuntos. De confirmarse, esta vía de consulta no solo sería irregular, sino un síntoma claro de cómo se difuminan las fronteras entre lo público y lo privado en la política nacional.
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, ha mostrado un respaldo tibio a Cerdán desde la tribuna del Congreso. Mientras, el líder de la oposición, Alberto Núñez Feijóo, denunciaba que se está "difamando a gente honesta", aludiendo directamente al secretario de la Organización del PSOE.
Pero este no es el único frente abierto. El caso del exministro Alberto Ruiz-Gallardón vuelve a agitar las aguas. En una maniobra calculada, busca recuperar el aforamiento para eludir su exposición judicial. Para ello, ha sido necesario que una diputada extremeña renuncie a su escaño, junto a varios compañeros que figuraban por delante de él en la lista electoral. Una operación chapucera que recuerda más a un ajuste de cuentas partidistas que a un ejercicio de responsabilidad política. La presunta recompensa: un cargo en la Subdelegación del Gobierno que, de momento, no se ha materializado por la negativa del delegado en funciones.
Todo esto ocurre con una estética cada vez más descarada. Las estrategias partidistas ya no se ocultan: se exhiben a plena luz del día sin rubor ni pudor. Desde los laboratorios de ideas del PSOE, se lanza el mensaje de que se vive bajo una suerte de "golpe de Estado", retórica que busca cohesionar a las bases frente al aluvión de casos que los acorrala.
En paralelo, otro episodio revela el drama de la pobreza y el abandono institucional. Aena ha iniciado un protocolo para cerrar por la noche el acceso a los aeropuertos a personas sin billete, medida con la que se pretende evitar que decenas de personas sin hogar pasen allí la noche. Cáritas ya lo había denunciado hace tiempo, especialmente en Madrid. Esta decisión, más cosmética que efectiva, no resuelve el drama social que oculta: la falta de recursos para los más vulnerables y la incapacidad de las administraciones para ofrecer una solución integral.
Y en este magma de corrupción, desidia y cinismo institucional, aparece una figura inesperada: la ex Miss Asturias, Claudia Montes. Su historia —una madre soltera, desempleada, que contacta con Koldo García y acaba enchufada en una empresa pública— pone rostro al lado más turbio del poder. Según su propio testimonio judicial, accedió al empleo sin entregar ni siquiera un currículum; Fue Koldo quien lo redactó por ella. A cambio, recibieron peticiones sexuales y videollamadas obscenas. Todo ello, mientras altos cargos del PSOE proclamaban desde las tribunas su defensa del feminismo y de los derechos de las mujeres.
Montes, conocida por sus presuntas conexiones con el entorno de Ábalos, asegura que su vida ha sido destruida. Su historia evidencia un desprecio absoluto hacia una mujer vulnerable usada como moneda de cambio. El mismo Koldo que exigía favores sexuales se sentía, al parecer, legitimado por haberla "colocado".
El discurso que Ábalos pronunció en su día en la moción de censura contra Mariano Rajoy, ensalzando la ética socialista, resuena hoy con un tono amargo. Las incoherencias entre lo predicado y lo practicado, entre el feminismo de púlpito y el machismo institucional, revelan no solo una profunda hipocresía, sino también el procesamiento moral de ciertas estructuras de poder.
Mientras tanto, desde algunos sectores del PSOE se insiste en mirar hacia la derecha, culpabilizando al adversario ideológico de una polarización que parece más bien una coartada para evitar rendir cuentas. Pero los hechos hablan por sí solos. Y lo que dicen es que España atraviesa una crisis de integridad política que solo podrá resolverse con más transparencia, más justicia y menos impunidad.