Quizás para entender cómo funciona Donald Trump conviene hacer una breve cronología de su plan para convertir Gaza en la Atlantic City del Mediterráneo.
Es una idea que ya expresó en la campaña, pero que nadie se tomó entonces en serio. Cuando la pronunció en el Despacho Oval, no sólo no la había consultado con Benjamin Netanyahu, sino que su gobierno desconocía el anuncio. No había habido ninguna reunión para tratar el tema y los miembros de alto rango de su gobierno fueron tomados por sorpresa.
Antes siquiera de comenzar la reunión con Netanyahu volvió a fantasear sobre la expulsión de los palestinos de Gaza para iniciar la conversión de la franja en un próspero resort vacacional con hoteles y casinos.
Desde entonces miembros de la administración estadounidense se han afanado en matizar sus palabras, en suavizar las interpretaciones, en explicar el sentido de la declaración. Cuando estaba en la tarea, un tuit arruinó sus esfuerzo. Trump, directamente Trump, se reafirmó en su idea para Gaza, sólo que con una puntualización.
Lo que plantea Trump es que concluida la guerra, la administración de Gaza le sea transferida a Estados Unidos pero sin que sea necesario un despliegue de tropas de Estados Unidos en la Franja. La idea de que tropas estadounidenses luchen y mueran en Gaza parece inverosímil en un presidente que ha querido sacarlas de Afganistán, Siria e Irak. ¿Cómo? Es una incógnita. Igual que el destino de dos millones de personas que necesariamente tendrían que abandonar el lugar. ¿A dónde? Nadie lo sabe. ¿Por cuánto? Tampoco se ha precisado.
Porque todo lo que rodea a este plan es una incógnita, empezando por si es verdaderamente un plan o más bien se trata de una amenaza para forzar a una negociación partiendo de unos términos completamente nuevos. Porque nadie, y nadie es nadie, explica, no ya si es moralmente asumible el desplazamiento forzoso de millones de personas que nadie quiere acoger, sino cómo se puede hacer posible lo que todos consideran irrealizable.
Sea como sea… La mera propuesta no sólo ha reforzado a quienes defienden una Israel antes marginada por radical, como es lo que denominan con jerga administrativa como la transferencia. El Ministerio de Defensa está diseñando el dispositivo que permita la salida voluntaria de los gazatíes que quieran abandonar su tierra.
Miren lo que hoy cuenta The New York Times: «En el gobierno de Estados Unidos no se habían celebrado reuniones con el Departamento de Estado ni con el Pentágono, como suele ocurrir con cualquier propuesta seria de política exterior, y mucho menos con una de tal magnitud. No se habían creado grupos de trabajo. El Departamento de Defensa no había elaborado estimaciones sobre el número de tropas necesarias, ni estimaciones de costes, ni siquiera un esbozo de cómo podría funcionar».
Pero es que el anuncio fue también una sorpresa para los visitantes israelíes de Trump.
Algo que ha provocado un desconcierto en Estados Unidos es que una intervención tan decidida en un conflicto al otro lado del mundo choca frontalmente con el aislacionismo de Trump y su promesa de America First. Trump siempre ha presumido de que jamás se ha creído el gendarme del mundo.
Lo que ocurre es que ahora mismo no existe la oposición en Estados Unidos porque además de que los demócratas son minoría en las cámaras aún están tratando de recuperarse de la derrota en las pasadas elecciones.
Por otro lado, la posición de Biden en el conflicto había dividido dramáticamente al partido, porque las nuevas generaciones, los demócratas jóvenes cuestionaban la lealtad sin fisuras de Biden con el aliado israelí.
¿Y Europa? Europa aún está paralizada por la amenaza arancelaria, como para ponerse ahora a debatir sobre la paz en Oriente Próximo. De hecho la tibieza de la reacción de la Comisión Europea sólo puede entenderse por la amenaza que se cierne sobre ella de una guerra comercial.
Sencillamente reafirma su compromiso con la solución de los dos estados y deja que sean las cancillerías de las naciones miembros las que modulen la intensidad de su condena a las palabras de Trump.
Las razones de la discreción de Bruselas es que ahora está centrada en la negociación de los aranceles. Ante la amenaza de un gravamen del 10% a los productos europeos en Estados Unidos, ha optado por la solución Sheinbaum, que es negociar una moratoria para seguir negociando y así evitar que se desate la guerra comercial.
La negociación viene acompañada de la advertencia, la verdad es que no muy convincente, de que cualquier imposición arancelaria por parte de Estados Unidos encontrará una respuesta firme y coordinada de Estados Unidos.
En cuanto a España, hoy hablado Pedro Sánchez, precisamente en un acto con agricultores y acompañado del ministro Luis Planas.

