Traigo que venía yo en la motivo de Ávila por entre los jarales florecidos en verdes con lunares blancos, en esa primavera asesina y estaba en lo de Évole a Yolanda Díaz, Campanilla letal, papisa de Fene, Jeanne D’Arc de la izquierda de la izquierda de Sumar. Algo pasó en la entrevista, en el minuto no sé cuál, lo de Yolanda hizo crá. Fue cuando le dio la puntilla y le instaló un cadalso con guillotina y tricotosas y confluencias y ese aire de programa infantil que me aterra.
Mira Pablo, arriba está la cuchilla y abajo, tu cuello, ahora niños, soltamos esa cuerda y Zas. Yolanda vino a rematar a Pablo Iglesias echando unas risas pero está dando un miedo que no veas. Si hay algo que no funciona en política es rematar al adversario, porque Yolanda, si supiera de toros sabría que la parte menos valorada de la lidia es el puntillazo. La puntilla, Yolanda, es vulgar, porque es una suerte que como mucho se dice que es efectiva.
El toro echado, el hombre casi a salvo, el metal que asoma de la funda tan frío. Un puntillazo efectivo, no hay arte no hay torería ni hay tarro de las esencias. A los españoles no nos gusta la sangre por sí misma, si nos gustara la sangre, Yolanda, habríamos puesto gradas en el matadero de la izquierda de la izquierda. Ah, si Yolanda supieras de toros iría por ahí con una ramita de romero como si fuera Curro y no con los testículos de Iglesias colgados de tu lanza, Yolanda, que parece Sumar el Toro de la Vega con tenacillas.