Y buenas noches, Melania. Naturalmente, Melania Trump, porque no hay otra y, si la hay, no lo parece. Le escribo, porque supongo que esta es su última noche en la Casa Blanca. Y digo que lo supongo, porque no me consta que usted haya vivido allí, ni que haya dormido allí, ni que haya querido acompañar a su marido una noche tan especial como esta.
Su despedida de esa casa es una de las más tristes que se hayan vivido en Estados Unidos. Es que se van como desahuciados, Melania. Es que su marido no quiere ni asistir a la ceremonia de relevo. Él se considera robado, pero el resto del mundo lo considerar un desestabilizador que no acepta el resultado de las urnas. Y a usted, Melania, a usted que parece una mujer sensata, le tiene que dar un poco de vergüenza este penoso final.
Como le tienen que haber dado vergüenza las historias de amoríos pagados de su ilustre marido y las historias de silencios comprados, también por su ilustre marido. A lo largo de cuatro años la hemos visto a su lado. Usted se esforzó en poner cara de normalidad. Sonreía lo justo, apenas un esbozo de sonrisa para aparentar normalidad, como precio de ser primera dama. Pero nada más: ni una concesión a los fotógrafos, ni un beso en la mejilla, ni una expresión de afecto de esposa.
Cuando tenía que estar, estaba, y punto; no se hable ni se le pida más. Durante cuatro larguísimos años hemos buscado sus manos, a ver si decían más que sus palabras y sus labios y nunca las hemos visto unidas a las de su marido, y no era por timidez. Quiero imaginar, señora, que a partir de mañana se sentirá usted una mujer más libre, porque necesitar, lo que se dice necesitar la Casa Blanca, no la necesitaba para nada. Era otra de sus jaulas de oro.
Ahora, si decide seguir con Donald, detalle sobre el que discrepan las fuentes, será por algún pacto de conveniencia, quizá porque el viejo cariño no le deja abandonarlo ante su incierto horizonte político, personal y procesal. ¿Sabe una cosa? Cada vez que la vuelva a ver en las fotos, pensaré cuándo se decide a escribir sus memorias. Hágalo, Melania. Hágalo, porque conocemos al Trump de los tuits y las mentiras, pero no sabemos nada de su intimidad. Y tiene pinta de roncar.