EN LA BRÚJULA

La Carta de Ónega: “Málaga, es que no me quiero marchar”

Fernando Ónega dedica su carta, en La Brújula, a la región de Málaga coincidiendo con la emisión del programa en el Museo Thyssen de Málaga.

ondacero.es

| 10.09.2020 23:28

Málaga. ¿Cuántas veces te habré escrito? Desde luego, más que a mi pueblo. Todas las veces que esta radio peregrina se acercó hasta ti, en busca de tu olor a mar y jazmines, que decía Machado, en busca de tu luz, en busca de la noche malagueña.

Hace nada, hace solo dos semanas, estuve ahí, como todos los veranos desde que tengo memoria. Voy tanto a ti, Málaga, que no sé cómo no tengo acento malagueño. Y creo que, a pesar de tanto viaje, todavía no te he descubierto.

He aprendido a amarte como ciudad. He aprendido a darme un baño de arte en tus museos, como el Thyssen que hoy nos acoge. Llevo en la retina la calle Larios, el castillo de Gibralfaro, la Alcazaba, las playas, las tabernas de pescadores, el Teatro Romano o la Catedral. Pero me faltaba tu provincia, Málaga de pueblos mágicos y paisajes de seducción.

Creo que nos falta a la mayoría de los turistas, porque tú, Málaga, eres la tierra más visitada, pero quizá la menos conocida.

A ver: cuántos conocen palmo a palmo la Gran Senda, ese prodigio de 650 kilómetros, que pasa por medio centenar de municipios, de veredas y de estepas. Es como hacer el Camino de Santiago, pero con indulgencias laicas de vino de la tierra, habas, rabo de toro o porras antequeranas.

A ver quién hizo las rutas de la Axarquía, la del Sol y el Aguacate, la del vino, la de la Pasa y el Aceite. A ver cuántos entraron en la Cueva del Tesoro del Rincón de la Victoria. A ver cuántos conocen el sendero Peloponeso, que empieza adorando a Delfos en Grecia y termina adorando los vientos de Tarifa.

Es que se necesitan años para conocerte, tierra de Málaga. Para ver la Fuente de los Cien Caños. Para sentir el vértigo del Caminito del Rey. Para descubrir los dólmenes de Antequera, el de Menga, los de Miera y El Romeral. Para entrar en Ronda, asombrarse ante el tajo, santiguarse ante la plaza de toros y esperar que salga sola una leyenda de bandoleros.

Para meterse en el alma de Marbella, que es mucho más que guiris y Maserattis por Puerto Banús. Y al lado, Mijas, Benalmádena, Estepona, Torremolinos, santuarios del turismo. Y algo más lejos, Nerja. Y en el cielo, todavía, el águila real. Y en los montes, todavía la cabra montesa. Y al pie de los montes, los valles: el del Genal, el del Guadalorce. Y por todas partes, los pueblos blancos.

Y en todos los pueblos, la gente malagueña: esa que te saluda; esa que te abre su casa; esa que te pregunta en qué puede servirte; esa a la que quiero comprar su filosofía de vida, esa que te dice “a ver cuando vuelve”, y tú le tienes que decir: “es que no me quiero marchar”.