La carta de Ónega a los inversores en bolsa: "Todo, por culpa de un minúsculo virus que todavía no sabemos de dónde viene"
Y buenas noches a ti, pequeño y gran inversor en Bolsa. Sobre todo a ti, el modesto ahorrador que un día tuviste unos dineros que te sobraban y decidiste jugar en ese mercado.
Te anticipo que no sé aconsejarte ni casi decirte nada, porque nunca tuve un euro ahí. Pero me pongo en tu lugar y sé que en muy poco tiempo has perdido, probablemente, más de la tercera parte de ese patrimonio. Recuerdo sesiones informativas de algún grande del Ibex en las que se decía a los grandes fondos: cómprennos, que la acción llegará a los 35 euros. Al cierre de la sesión de hoy, la acción de ese gigante no llegaba a los 4 euros, un 10 por ciento del antiguo valor soñado. La mayor caída de la historia, está diciendo Juan Ramón Lucas desde el comienzo de La Brújula. Si es la mayor caída de la historia, es más fuerte que las caídas de la crisis de 1929, cuando los suicidios de Wall Street. Mucho más que las de 2008, cuando pareció que el mundo se hundía y para tantos se hundió. Para los más débiles, como siempre.
Y ahora te toca a ti, inversor de 2020. A ti y a cientos de millones compañeros tuyos en el mundo. Quizá a media humanidad. Y todo, por culpa de un minúsculo virus que todavía no sabemos de dónde viene, ni qué intenciones trae, ni cuánto tiempo estará entre nosotros. Solo sabemos que destroza las costumbres; que aísla a mucha e importante gente, como las viejas pestes; que deja hoteles vacíos y levanta barreras internacionales; que deja a ciudades italianas sin más espacios abiertos que las farmacias y las tiendas de alimentación. Y que mata. No mata tanto como otras epidemias, pero llena de terror las casas y los hospitales. Me gustaría decirte que tengas paciencia, que estamos de mala racha, que todo pasará y volverás a sonreír y normalizar tu patrimonio. Será así, sin duda, porque siempre se sale y la ciencia no nos a fallar. Pero no me atrevo porque en 2008 se sabía dónde estaba el origen de todo y estaba en una banca podrida que se salvaba regándola con dinero. Ahora no se sabe. Ahora el virus deja sin recursos incluso a los poderosos Estados. Y algo que acelera y agranda el miedo auténtico, que es el miedo a lo desconocido: nadie sabe cuánto puede durar.