Y buenas noches, Yolanda Díaz. Si no he entendido mal, esta tarde, desde el Matadero de Madrid, inició usted la aventura de su vida. La que lleva un tiempo preparando, quizá desde aquel día en que don Pablo Iglesias, al tiempo que dimitía como vicepresidente del gobierno, dijo de usted, imitando a las Sagradas Escrituras: esta es mi ministra muy amada en quien tengo todas mis complacencias.
Y usted sintió el vértigo que se puede sentir, lo más parecido al miedo, y se acogió también a los textos santos y sin santiguarse siquiera se dijo: “hágase en mí según tu palabra”. Y se hizo, Yolanda. Primero se preguntó qué hacía una militante del Partido Comunista ungida por el líder de Podemos, pero quizá lo entendió como un mandato de la Providencia, que en la política hispana nunca se sabe y Tierno Galván dejó dicho que “Dios nunca abandona al buen marxista”.
Después vio que no era tan descabellado, porque recibió el visto bueno de la opinión publicada. Y vinieron las encuestas y lo que es la opinión pública: donde antes aparecía usted como desconocida, resulta que o empataba o era preferida a Pedro Sánchez, qué herejía. Y pasó lo que pasó en el PP, apareció Feijoo en forma de paloma, y la competición ya era con Feijoo.
Y por si faltara algo, el brujo Iván Redondo se apareció a los mortales tocando una trompeta que decía: “sí, Yolanda puede ser presidenta”. Y a por ello va, señora Díaz. No sabemos cuál será el nombre de su formación política. Ignoramos si su programa electoral será un resumen de sus ideas o de las ideas escuchadas a la España que usted quiere escuchar. Pero allá se va usted a recorrer la península desde Tarifa a Ferrol, con quien tanto quiso. Y desde Huelva a Rosas. Y desde Menorca a la isla del Hierro, a decir aquí está Yolanda Díaz para quien quiera algo de ella. Cuánto lamento no poder acompañarla en su viaje, porque solo a esta generación corresponde el privilegio de asistir a su irresistible ascensión, señora.
Aunque, si le digo la verdad, lo que lamento es no poder estar al lado de su padre, para contar cómo un viejo sindicalista contempla esta aventura de su hija. Le deseo suerte, vicepresidenta. Creo que es usted la esperanza de mucha izquierda. Ojala esa izquierda no la despedace, como ocurrió en el Gólgota andaluz.