JULIA EN LA ONDA

Territorio Negro: Sin odio, sin violencia, sin armas. El butrón de Niza

En el Territorio Negro vintage viajamos hasta Francia de la mano de Manu Marlasca, que nos va a hablar del gran golpe en Niza hace 42 años, en el que un grupo de ladrones sorprendiese al mundo con el primer gran butrón de la historia criminal.

Madrid | 17.07.2018 16:09

Se acaban de cumplir 42 años desde que el un grupo de ladrones sorprendiese al mundo con el primer gran butrón de la historia criminal: un agujero excavado desde las alcantarillas hasta el corazón de la cámara acorazada de un banco de la ciudad francesa de Niza permitió a la banda hacerse con un botín de más de 20 millones de los actuales euros y sobre cuya cuantía exacta nadie se pone de acuerdo. La pintada que dejaron en las paredes de la sucursal, tras ejecutar el golpe, se convirtió en el mantra de los ladrones de guante blanco: “sin odio, sin violencia, sin armas”. Viajamos hasta Francia de la mano de Manu Marlasca, que nos va a hablar de ese gran golpe en Niza y de su cerebro, un personaje llamado Albert Spaggiari.

Viajamos a Francia de la mano de Johnny Halliday, fallecido recientemente. Seguramente, el músico más famoso de la historia de Francia, que nos sirve para introducir al ladrón más famoso de Francia, Albert Spaggiari.

Albert Spaggiari, conocido como Bert en el mundo de la delincuencia, nació en el departamento francés de Larange-Monteglin, al pie de los Alpes, y creció en la ciudad de Hyeres, donde su madre regentaba una lencería. El inicio de su historia delincuencial –que está llena de medias verdades, exageraciones y alguna mentira– se sitúa antes de cumplir los 18 años, cuando robó un diamante para regalárselo a su novia. Lo que sí es cierto es que al cumplir los 18 años se enroló en los boinas rojas, los paracaidistas de la Legión Extranjera francesa. En esta unidad combatió en la guerra de Indochina, el conflicto colonial que precedió al a la guerra de Vietnam. Durante la guerra de independencia de Argelia, Spaggiari militó en las filas de las OAS, un grupo terrorista de carácter paramilitar que se oponía a la independencia del país norteafricano. Fue detenido y condenado a tres años de prisión, acusado de repartir propaganda subversiva y de tenencia de armas, delitos no demasiado graves. Él, para alimentar su leyenda, dijo que en 1961 tuvo en el punto de mira de su rifle al mismísimo general De Gaulle, el enemigo acérrimo de las OAS, pero que recibió la orden de no disparar. Así que si hacemos caso a Spaggiari, él sería el verdadero Chacal, el personaje de la novela de Frederick Forsyth.

Así que antes de ladrón, Spaggiari fue terrorista. Y su paso por prisión no debió de templarle, precisamente, pero en un principio pareció que sí. En 1974, tras salir de la cárcel, Spaggiari abrió un estudio fotográfico en Niza, que le proporcionaba unos ingresos suficientes para vivir honradamente, pero no para llevar vida de bon vivant a la que era tan aficionado Spaggiari: se paseaba por el puerto de Niza con trajes caros, gafas de sol y fumando valiosos habanos. Y su casa era lugar de reunión de viejos mercenarios de las OAS. De hecho, como recuerdo a sus tiempos de soldado de fortuna, bautizó su vivienda como Les Oies Sauvages, el título de una vieja canción que los militantes de las OAS adoptaron como himno oficioso.

Spaggiari estaba leyendo una mañana un diario local de Niza y se topó con un reportaje que hablaba de la red de alcantarillado de la ciudad. El texto estaba acompañado por planos de las cloacas y Spaggiari reparó en un detalle: las alcantarillas pasaban justo por debajo de la Societe General de Niza, el banco más grande de la ciudad. A partir de ese instante, Spaggiari solo pensó en cómo llegar al corazón de ese banco desde las cloacas. Lo primero que hizo fue ir a conocer el terreno, el teatro de operaciones, como se dice en el argot de los atracadores.

Spaggiari, que entonces tenía 44 años, se presentó con su mejor traje y dijo que estaba interesado en alquilar una caja de seguridad. Una vez dentro, se dio cuenta de que la puerta de la cámara era un armatoste de veinte toneladas de acero, ten inexpugnable como las paredes de 30 centímetros de hormigón armado. Pero la cámara parecía tener un punto débil: el suelo. La cámara acorazada albergaba 400 cajas de seguridad y en una de ellas, la que había alquilado, Spaggiari introdujo un aparatoso despertador. Programó la alarma para que sonase a medianoche y así comprobar si la cámara estaba dotada con alarmas de detección sísmica o acústica. El despertador sonó y no pasó nada. No había alarmas porque los responsables del banco creyeron que las puertas y las paredes eran protección más que suficiente. Spaggiari ya tenía toda la información que necesitaba.

Su primer plan fue ofrecer el golpe a hampones de la Costa Azul, pero los capos de la mafia marsellesa consideraron que era una locura. Nunca nadie antes se había atrevido a excavar desde las alcantarillas para acceder a un banco. Con esa negativa, Spaggiari decidió formar su propia banda. Reclutó a unas veinte personas, entre las que había ex compañeros de armas, albañiles y hasta un experto joyero que debía decidir qué piezas llevarse cuando accediesen a la cámara y reventasen las cajas.

La cuadrilla de Spaggiari trabajó de forma muy profesional y con unas condiciones muy exigentes: prohibió el alcohol y obligó a los suyos dormir diez horas diarias. Durante los tres meses que duró el trabajo, se hicieron pasar por trabajadores de obras públicas mientras diariamente entraban en las cloacas con una maquinaria que pesaba cerca de una tonelada, entre la que había un enorme gato hidráulico, sopletes y bombonas de oxígeno a presión. Cada día, el equipo de Spaggiari lograba cavar entre 10 y 20 centímetros, hasta que completaron los ocho metros que separaban el punto de inicio del suelo de la cámara acorazada del banco. El plan era llegar allí coincidiendo con el largo fin de semana del Día de la Bastilla, entre el viernes, 16, y el domingo, 18 de julio de 1976. Y lo consiguieron, después de que en la última jornada tuvieron que trabajar 16 horas para alcanzar el objetivo marcado.

Ese viernes, festivo en Francia, el grupo ya está dentro de la cámara acorazara de la Societe General de Niza. Y tienen tres días por delante para trabajar con tranquilidad. Y así lo hicieron. Soldaron por dentro la puerta de la cámara, para evitar la entrada de intrusos y abrieron una por una las 400 cajas que guardaba esa cámara acorazada. Seleccionaron muy bien lo que se llevaron y lo que dejaron. Spaggiari pidió a los suyos que descartaran el contenido de las cajas que pareciesen guardar pequeños ahorros personales. Se llevaron joyas, bonos al portador y todo tipo de valores, por un montante que nadie se pone de acuerdo, pero que superó los veinte millones de dólares. El botín lo cargaban en bolsas de plástico selladas que subían a bordo de balsas hinchables que flotaban en las aguas de las alcantarillas. Otros miembros del equipo esperaban a las balsas y llevaban el botín a un lugar seguro. Todo perfectamente coordinado y todo con la firma de Spaggiari, un tipo al que no le faltaba el sentido del humor.

En varias cajas encontraron fotografías pornográficas de miembros de la alta sociedad de Niza y con ellas empapelaron las paredes de la cámara acorazada. Además, antes de dejar el banco, en la madrugada del lunes, Spaggiari encargó que comprasen patés y vinos caros para celebrar el éxito del golpe en el mismo teatro de operaciones. Los restos del banquete los encontró la Policía junto a la pintada más famosa de la historia del crimen. Esa que escribió el propio Spaggiar con un spray: sin odio, sin violencia, sin armas.

La clave para llegar a la banda de Spaggiari fue una esposa celosa. La mujer contó en ambientes del hampa que su marido había pasado muchos días fuera de casa en las semanas precias al golpe. Aquello llegó a los oídos de la policía, que ató cabos y detuvo al hombre. Este primer arresto, que se produjo tres meses después del golpe, llevó hasta el resto del grupo, incluido Spaggiari.

Pero Spaggiari no fue juzgado por este millonario robo. Reconoció en sus primeras declaraciones su participación en el asalto, pero dijo que el objetivo del butrón era financiar a una organización política secreta de carácter anticomunista llamada La Catena (la cadena, en italiano), una organización que solo existía en la imaginación del ladrón, que lo que intentaba era ganar tiempo para planificar su siguiente gran golpe de efecto.

Spaggiari le dijo al director de la prisión en la que estaba encarcelado que quería ofrecerle al juez detalles del atraco. El magistrado le recibió en su despacho del palacio de justicia de Niza el 10 de marzo de 1977, cuando el delincuente llevaba cinco meses en prisión. Spaggiari entregó al magistrado una nota manuscrita supuestamente escrita en un lenguaje cifrado. Le dijo al juez que ahí estaban los secretos del golpe a la Societe General. El magistrado no entendía nada y le pidió al delincuente que se acercase a ayudarle a descifrar el papel. Spaggiari, se levantó, se acercó al juez y saltó por la ventana que había detrás de la silla del magistrado. Cayó sobre un coche y una motocicleta le recogió y se lo llevó a toda velocidad.

El autor del robo más espectacular de la historia se convirtió también en el protagonista de una increíble fuga, una fuga que convirtió a Spaggiari en una leyenda. Y una fuga en la que, cómo no, también tiró de su peculiar sentido del humor y de su peculiar sentido del humor: pocos días después de la fuga, un hombre contactó con la prensa para mostrar un giro postal de unos 600 euros que había recibido de Spaggiari con una nota que decía “por los desperfectos”. Era el dueño del coche sobre el que el ladrón al arrojarse por la ventana y antes de subirse en la moto que conducía un compinche que nunca fue identificado. El juicio por el robo se celebró y Spaggiari fue condenado en rebeldía a cadena perpetua, pero los doce años que tardó en morir, siempre fue un fugitivo. La policía nunca pudo echarle el guante.

Como todo lo que tiene que ver con Spaggiari está lleno de zonas de sombras, de leyendas. Se dice que vivió en Argentina y Brasil, que se juntaba en Sudamérica con otro ladrón de leyenda, el cerebro del autor del asalto al tren de Glasgow, Ronnie Biggs. Parece que se hizo la cirugía plástica para cambiar su aspecto y tuvo el descaro de conceder dos entrevistas televisivas, que se grabaron en suelo francés. En 1979, tras un pacto secreto con una editorial, publicó su autobiografía, titulada ‘El gran robo de Niza’. En el libro detalló los pormenores del robo y se hizo pasar por una especie de Robin Hood. Dijo que no se había quedado nada del dinero que se llevó del butrón, porque lo había enviado a la gente oprimida de Yugoslavia, Portugal e Italia.

Y por si había poca leyenda, hace unos años, la CIA desveló que Spaggiari había trabajado para el servicio secreto del dictador chileno Augusto Pinochet, la temida DINA. Según un documento desclasificado por la CIA en el año 2000, Michael Townley, el agente de la DINA que asesinó al ministro de Allende Orlando Letelie, mantenía frecuentes contactos con Spaggiari. El documento aseguraba que Spaggiari –Daniel era su nombre en clave– participaba en operaciones secretas de la DINA. Lo cierto es que el misterio y la leyenda siguió a Spaggiari hasta el final de sus días. Supuestamente su madre encontró su cuerpo frente a su casa el 10 de junio de 1989. Sin embargo, lo que parece más cierto es que el ladrón murió de cáncer de garganta el 8 de junio de 1989 y Audi, su mujer, trasladó de forma clandestina el cuerpo hasta su ciudad natal para que pudiese ser enterrado allí.

Y hace muy pocos meses, en abril, la justicia francesa dictó una nueva condena relacionada con el robo de Niza. Una historia increíble. El condenado es Jacques Cassandri, un hombre que ahora tiene 74 años. Fue condenado a 30 meses de prisión por desvío de fondos, trabajo irregular y tráfico de influencias, pese a que le pedían una pena bastante mayor: el fiscal le acusaba de blanqueo de dinero, ya que sospechaba que utilizó el dinero del botín del butrón de Niza para comprarse una casa, terrenos y una discoteca. Sin embargo, en el juicio no quedó claro el origen del dinero.

A veces, la vanidad es la peor enemiga de los delincuentes. En 2010, una pequeña editorial publicó un libro firmado bajo seudónimo titulado “La verdad sobre el robo de Niza”. En él, el autor contaba detalles del butrón a la Societe Generale y se atribuía la jefatura del grupo de ladrones, minimizando el papel de Spaggiari. Nunca se supo quién era el autor del libro hasta que en un registro en casa de Cassandri motivado por un tiroteo en un club relacionado con el clan hampón al que pertenecía, la Policía halló en su ordenador un manuscrito del libro. Por el robo no pudo ser juzgado por ser un delito prescrito…