Esta historia empieza con una muerte, la de una cría de solo 16 años, Nora Ayala, una chica rebelde y mala estudiante que vivía con sus padres.
La noche del 25 de septiembre de 2011, Francisco Javier Ayala, el padre de Nora, un hombre que trabaja como muchos por temporadas en un hotel de Mallorca, encuentra el cuerpo de su hija a la puerta de su casa. No respira, tiene sangre y una herida en la barbilla. La autopsia revelaría que la joven falleció por sobredosis de cocaína y heroína.
Nora era una chica rebelde y mala estudiante, pero como miles de jóvenes. Había repetido dos cursos, en primero y tercero de la ESO, y después de Semana Santa había dejado de acudir al instituto. Su madre, Teresa, que trabaja de noche en el Casino de Palma, y dormía buena parte del día, sospechaba que las cosas iban mal y se temía que su hija podía estar fumando porros. Toda la familia, los padres y Nora, acudió a los servicios sociales del Ayuntamiento de Palma en busca de apoyo el 26 de julio de 2011.
Allí se entrevistan con una educadora, supongo. Pero la madre sospechaba que su hija fumaba porros. El informe del ayuntamiento afirma que la madre, preocupada por algunas actitudes de su hija, vigiló su correo electrónico y vio algunas conversaciones “que no le gustaban”. Compró entonces un detector de mensajes de mail y espió el correo de Nora. Llegó a la conclusión de que fumaba porros, aunque las aparentemente buenas notas que la joven sacaba en el instituto la tranquilizaban.
Nora llegó incluso a falsificar las notas del instituto. Y esa era la verdad que veían sus padres en casa. El espionaje de sus correos electrónicos tampoco sirvió demasiado. La chica se enfrentó con su madre por ese asunto, amenazó incluso con irse de casa, y además tenía un sistema de encriptado de mensajes para que sus padres no sospecharan la terrible.
Nora y sus amigas tenían pequeños trucos. Por ejemplo, si hablaban por Messenger o en facebook de ir a ver a quien realmente era su camello y también uno de las que las explotaban sexualmente, un tal Eric, no le llamaban así, sino que escribían que iban a ver a su amiga Vanessa.
Lo mismo hacían con los otros clientes, a los que ponían nombres de chica y calificaban como amigas. En cuanto a las drogas, para no escribir cocaína, decían por ejemplo, “la de blanco”. Así que sus padres, por mucho que quisieron, no supieron realmente qué pasaba hasta después de la muerte de su hija, pero además habían inventado un lenguaje muy particular, casi como un juego de niños para disfrazar de qué hablaban realmente.
La policía lo descubrió después al analizar el ordenador de la chica. Al estilo de algunos chavales que dicen sipí, o nopó, en lugar de sí y no, Paloma, también menor de edad y también prostituida a cambio de droga, por ejemplo, escribió a Nora: “pikiepero puuna parapaya”, que la policía tradujo luego por “quiero una raya” de cocaína, una dosis de droga.
Después de la muerte de una de ellas, la policía se pone a trabajar. En el ordenador de Nora se vieron los mensajes que cruzaba con su amiga Paloma, y lo que estaban viviendo. Cómo escribían (vamos a traducirlo) que no querían ir a practicar sexo con esos hombres, algunos incluso decían que les daban asco. También, su dependencia absoluta de la droga, a pesar de que alguno de ellos, su camello, había pegado a Nora tres veces.
Al tipo, al que ellas llamaban en clave Vanessa para que sus padres no lo supieran ni siquiera leyendo sus correos, le llaman Eric, pero su nombre es Edison Cornelio Flores, un ecuatoriano de 35 años que se empezó ganando la vida en Palma de Mallorca haciendo de cundero para los toxicómanos, aunque cuando conoció a Nora estaba intentando establecerse por su cuenta.
Los cunderos son los conductores de los taxis de la droga, coches particulares que llevan a los toxicómanos a los poblados chabolistas, en este caso el poblado de Son Banya, en Palma de Mallorca, a comprar droga. Es un trabajo muy arriesgado, porque los yonquis pueden atracarte, robarte o incluso pueden morirse en tu coche. Así que el tal Eric, que tenía más ganas de prosperar que escrúpulos, empezó también a vender por su cuenta cocaína a algunos de esos drogadictos.
Son dos mundos aparentemente lejanos. El instituto y el camello de un poblado. En este caso, hizo falta algo tan sencillo como un cibercafé, un pequeño parque y lo más importante, una captadora, una mujer que reclutaba chicas.
El cibercafé se llama Otta, en la calle Pascual Ribot de Palma de Mallorca, y su dueño era uno de los clientes de la red de prostitución de menores. A la salida hay un pequeño parque. Y allí hacia 2009 coinciden una amiga de Nora que se llama Hanna con la prima mayor de Miguel, un chico que le gusta. Esta mujer se llama Eva María Vera, es treintañera, madre de una niña de cinco años, con la que entonces acude al parque. Eva se prostituye con algunos hombres de la zona, pero estos ven que hace amistades con chicas jóvenes, la pandilla de Nora, y le piden, así consta en un mensaje, “niñas para follar”.
Y esta mujer de 33 años acepta hacer de celestina, prostituir menores de edad, a cambio de droga y dinero. Por ejemplo, 50 euros o 20 euros, o medio gramo de droga. Ella misma lo declaró a la policía. Explicó que en el año 2009 conoció a Nora y dos amigas suyas más, entonces de 14 años. Reconoce que Nora la vio tomar cocaína y le dijo que ella también tomaba. Le presentó entonces a su camello, el tal Eric, que le daba dos o tres micras (dosis) de cocaína a cambio de sexo y propone hacer lo mismo con Nora. Nora, dice ella, se enganchó mucho a la droga, y tuvo sexo al menos con cinco hombres, algunos casados. Le daban 150 euros, por ejemplo un hombre casado llamado Joan, luego 50, luego 20 y algo de droga… La joven iba cayendo en un infierno.
Y en ese infierno, Nora no cayó sola. Algunas de sus amigas recibieron la misma oferta, algunas dijeron que no; pero otras dos al menos también se engancharon a la droga y se prostituyeron. Las más fuertes, las que tenían más personalidad, rechazaron las ofertas de dinero, regalos como iPhones, también las de droga… a cambio de prostituirse. Hanna, una de las chicas a las que se le ofreció “ir de fiesta” a cambio de mucho dinero, lo recuerda: “Nora era buena, pero no tenía mucha personalidad, se dejaba llevar”.
Y sí, hubo dos chicas más, dos menores de edad, Paloma y Francisca, a la que todos llaman Xisca, que también entraron en el mundo de la cocaína, y en el mundo del sexo forzado. Primero con Eric, luego con otros hombres de la zona.
Estas dos chicas viven para contarlo, lo contaron a la policía y luego en el juicio que ha quedado visto para sentencia en la Audiencia de Palma de Mallorca. Paloma recordó que conoció a Eric a través de Nora. Le dieron cocaína y también 70 euros la primera vez que aceptó acostarse con el camello. El método para enganchar a las chicas era retorcido pero eficaz. Nora, por ejemplo, la amiga de Paloma, también recibió dosis de cocaína por conseguir que su amiga menor de edad entrara en el circuito de prostitución. “Ella me pidió que lo hiciera porque si no no le daban más droga”, recordó Paloma.
La otra menor que puede contarlo es Xisca. También la engancharon a la cocaína y aceptó tener sexo con hombres adultos, algunos incluso jubilados. Aceptó también, por ejemplo, que uno de esos hombres la grabara en vídeo haciéndole felaciones. Aunque, a veces se negaba a acudir a algunas citas. Por eso, uno de los clientes escribe a la celestina Eva un SMS pidiendo y leemos textualmente: “una chica nueva porque Xisca está muy necia, para cuando quiero follar, pago bien”.
Imaginen el mercado de carne tan cruel en ese parque de Palma de Mallorca, donde van madres con sus hijas, también crías. Los hombres que las veían acudían a esa celestina, a Eva, para que las convenciera. Preferían acostarse con chicas de 15 años antes que con ella, que ya pasaba los treinta, claro.
De hecho, tenían que buscar chicas nuevas porque los clientes pedían más. Todos querían a Nora, una belleza de ojos verdes. Primero fueron algunos dominicanos, implicados en tráfico de drogas; luego algunos nigerianos, el propio dueño del cibercafé. También un tipo casado, mallorquín, el que más dinero pagaba por los encuentros, y hasta un jubilado andaluz, José Manuel Egea.
Otra vez a través de Eva, la celestina. Ella limpiaba su casa y a veces se prostituía para él. Lo que ocurrió, y es así de simple, es que el hombre, entonces de 63 años, supo que Eva reclutaba chicas más jóvenes, vio cómo era Nora y quiso tener sexo con ella.
El sumario recoge que la llamó 124 veces en siete meses, hasta la muerte de Nora. Y le ofrecía dinero a cambio de darle “clases de informática”, que era como lo llamaba en clave para que los correos no dieran pistas. Eva, la intermediaria, recuerda que el jubilado le pidió que convenciera a Nora para que se acostase con él y le escribió. “Nora, piénsatelo, que tengo mucho dinero y lo que te haga falta”. Ella no quería ir, le daba asco, y así lo dejó escrito, pero lo cierto es que acudió alguna vez para pagarse la cocaína. Eran sus últimos días de vida.
Pero vamos a hacer un esfuerzo para escuchar algo más, un capítulo todavía más repugnante en esta trama. Esta red también prostituyó a una discapacitada.Sí. Se llama Sara y tenía 19 años cuando la prostituyeron. Se le diagnosticó un 46 por ciento de discapacidad. Su edad mental es mucho menor que la cronológica. El doctor que la trataba informó que cualquiera que se relacione con ella se da cuenta de ese problema.
A Sara también la engancharon a la cocaína. La captadora de chicas, Eva, aseguró que su jefe, el jubilado Egea, le pidió también tener sexo con ella y le dio 10 euros por esa labor de mediación. Las declaraciones de Sara son, y hemos leído muchas de víctimas, terribles. Uno de sus clientes, ella asegura que estuvo con unos 30 hombres, la hizo tener sexo sin condón y luego la llevó a comprar la píldora del día después… Uno de los integrantes de la trama, Josep Joan Bonnin, hasta le dio un guión, porque, claro, con sus problemas mentales, la chica no sabía cómo hacer para conseguir dinero de los hombres.
Es muy sencillo, está escrito para Sara, una mujer con mente de niña. Fue ella quien lo entregó a la policía. El tal Josep le escribió en una nota: “dile: ¿podríamos hablar en privado? Y luego le explicas que querías hacer eso por algo de dinero y a ver si te puede dejar 15 o 20 (euros) que te hacen falta”.
Bueno, 12 de estos tipos (incluida esa celestina, Eva), están pendientes de lo que decida la Audiencia de Palma. Hay algunos clientes, se habla de unos cuarenta clientes, que se han ido de rositas. Esta historia tan negra dice mucho de cómo somos, de la sociedad. Ojalá se haga justicia