JULIA EN LA ONDA

Territorio Negro: Juicio por la muerte de Sara

Sara murió asesinada en su casa de Valladolid el 3 de agosto de 2017. Solo tenía cuatro años. Esta semana termina el juicio por su muerte, en el que un jurado popular tendrá que dictaminar quién o quiénes son los responsables de la muerte de la pequeña.

ondacero.es

Madrid | 14.05.2019 17:15 (Publicado 14.05.2019 17:12)

En el banquillo se sientan Davinia Muñoz García, una cabo del Ejército, madre de la niña, y su pareja, Roberto Hernández Hernández, mecánico. Luis Rendueles y Manu Marlasca nos van a contar hoy en su Territorio Negro todo lo sucedido en los días previos a la muerte de Sara y lo qué está pasando en el juicio, que está a punto de concluir. Ya les advierto que la muerte de Sara es uno de los episodios más duros de los casi 500 territorios negros que llevamos en Julia en la Onda.

Empecemos hablando del juicio. Nueve hombres y mujeres, el jurado popular, tendrán que decidir si Davinia y Roberto son culpables o no de los delitos de malos tratos, violación y asesinato, de los que fue víctima Sara, una niña de tan solo cuatro años.

Para el fiscal y las acusaciones populares, que ejercen la asociación Clara Campoamor y la Asociación de Asistencia a Víctimas de Delitos Sexuales, la madre de Sara y su pareja son responsables de todos esos delitos. Roberto, autor material de todos ellos, y Davinia, autora por omisión, es decir, por conocerlos y permitirlos. Además, consideran que la madre es autora de un delito de abandono de menores. La Fiscalía y las acusaciones populares reclaman la prisión permanente revisable para las dos personas que se sientan en el banquillo de la Audiencia de Valladolid. La acusación particular, que ejerce la abogada Isabel Palomino en nombre del padre biológico de la niña, solo acusa a Roberto, la pareja de Davinia, a la que exime de cualquier responsabilidad.

Davinia es una cabo del Ejército de Tierra, con coeficiente intelectual medio bajo, baja autoestima y dependencia emocional, según los informes forenses. Hasta el 30 de mayo de 2017, convivió en Valladolid con Marinel Feraru, el padre de Sara, aunque la relación llevaba rota desde el año 2015. Davinia es madre, además de otra niña, Andrea, que en la fecha de la muerte de Sara tenía doce años. La mujer conoció a Roberto a través de Badoo, una web de contactos, en abril de 2017, aunque hasta el 14 de mayo no se conocieron personalmente. El 30 de mayo, Roberto durmió por primera vez en la casa en la que vivían Davinia y sus dos hijas, en el barrio vallisoletano de La Rondilla. Ese día, este mecánico, que confesó a la mujer que cambiaba mucho de teléfono, “por sus movidas ilegales”, según le dijo, conoció a las hijas de su pareja. Y desde bien pronto, mostró una extraña debilidad por Sara, que justo el 1 de junio cumplió cuatro años.

La fiscal, en su escrito, la califica de “interés morboso y excesivo” y pone de ejemplos los guasap que se cruzaban Davinia con su pareja. El 1 de junio, Roberto le escribió: “imagínate en tu casa con Sarita al lado llamándome vampiro”. Al parecer, Sara llamaba a Roberto así, con este peculiar apodo. Tres días después, volvió a enviarle otro mensaje: “¿que no hace caso al vampiro?

No, muy al contrario, la madre comenzó a ser partícipe de estas morbosas bromas, que iban subiendo de tono. El 5 de junio, Roberto le mandó un mensaje a Davinia bastante explícito: “vaya risas con Sarita… me toca la cola y me dice ‘qué es eso, cómo molan las niñas’”. La madre de la cría le contesta: “lo bueno es que se quita la ropa también y se apunta. ¡Fiesta!”. Y Roberto sentencia con otro mensaje: “le molan los tríos”.

Marinel Feraru se llevó a Sara y a su hermana –pese a que no es hija suya– de vacaciones a Pedrajas de San Esteban, un pueblo de Valladolid, del 23 al 29 de junio. Después, el 7 de julio, el último día que vio a su hija con vida, viajó a Rumania, su país. En esas fechas, Roberto ya se había instalado en casa de Davinia –empezó a pernoctar allí desde el 16 de junio– y también había hecho saber a la mujer su animadversión a los rumanos. Concretamente, el 24 de mayo envió un mensaje que decía que le daban mucho asco los rumanos. De hecho, a Sara la llamaba “la rumanilla”.

Y esa madre, Davinia, consiente que ese tipo que dice esas cosas, se meta en su casa. No solo eso, sino que ella se iba a trabajar y dejaba a sus hijas con Roberto. Desde que él se instala en la casa, comienza un tormento para Sara, que acaba de la peor manera posible. Sorprende también que la madre aceptase con naturalidad que el hombre no correspondiese a sus insinuaciones ni deseos sexuales. De hecho, no tienen relaciones completas hasta el 22 de junio y en los dos meses que estuvieron conviviendo bajo el mismo techo solo mantuvieron tres o cuatro encuentros sexuales. Él prefería siempre estar con la niña, a la que empieza a maltratar bien pronto, y en cuya habitación se colaba por las noches.

Las señales llegaron bien pronto. Justo antes de que el padre de Sara se la lleve de vacaciones, el 23 de junio, la niña tiene moratones en las nalgas y en las extremidades. Esas marcas las ven el padre y dos tíos de la cría, hermanos de Davinia, que se lo comunican a la madre. Pero ella no dice nada. El 11 de julio la cosa fue a mayores, porque Davinia tuvo que llevar a su hija al hospital Campo Grande. La pequeña tenía los labios muy inflamados a consecuencia de los golpes que le había propinado Roberto. Un pediatra y una forense reconocieron a Sara y comprobaron que tenía hematomas en las nalgas, la cara interna de los muslos, la espalda, el pecho y los brazos.

Hay que decir que esos médicos hicieron su trabajo. Alertaron a los servicios sociales y preguntaron a la madre, que justificó la hinchazón en los labios diciendo que la niña se mordía mucho y los golpes, asegurando que eran producto de caídas y de jugar con su hermana. La Policía se entrevistó con ella al día siguiente y Davinia ocultó a los agentes que Roberto convivía con ella y apuntó lo mismo que dijo hace pocos días en el juicio: que era el padre de Sara quien la maltrataba.

Sí, y de qué manera. El 16 de julio, Sara fue atendida de quemaduras y uñero a consecuencia de un golpe en el pulgar derecho. Fue su tío quien la llevó al médico para que la curaran y cuando éste pidió explicaciones a la madre, ella le dijo que Sara había puesto el dedo en la vitrocerámica encendida y, además, se lo había pillado con una puerta. El 23 de julio, la niña presentaba hinchazón en una mejilla y tres días después, arañazos en la cara. Por esas fechas, Davinia sabía que los servicios sociales y la Fiscalía de Menores tenían sospechas fundadas de lo que estaba pasando en esa casa y decidió obstruir todo lo que pudo la intervención de estos organismos.

Los médicos que atendieron a la niña le habían reprochado que la pequeña tenía todas las piezas dentales destruidas por caries, así que ella acudió a una clínica dental privada con la intención de que elaborasen un informe que asegurase que esas infecciones eran producto del exceso del uso del biberón y no de la falta de higiene. La doctora que la atendió detectó que la niña tenía una gravísima infección en la boca y le dijo a la madre que debía acudir de forma urgente a un hospital, algo que, por supuesto, no hizo. El 26 de julio, Davinia acudió a una cita con las funcionarias de Protección de Menores y les ocultó que Roberto vivía en su casa.

Como siempre pasa, los servicios sociales llevaban sus ritmos, que no eran todo lo rápidos que hubiese sido deseable, claro. Así fue. Porque los golpes no paraban. Seguían a buen ritmo. El 28 de julio, mientras Davinia estaba trabajando, Roberto propinó una paliza a Sara. La niña presentaba un enorme hematoma en la cara, a la altura de la sien y del ojo izquierdo, extendiéndose por la frente y la mejilla. Pese a lo aparatoso de la lesión, Davinia no llevó a la niña al médico y además, llamó a los servicios de protección de la infancia, con los que tenía cita, para que no acudieran a su casa. Tres días después, volvió a poner una excusa para que las funcionarias no fueran a su casa, pero éstas acudieron igualmente y llamaron a la puerta. Dentro estaban Roberto, Sara y Andrea y mientras Davinia les daba instrucciones por guasap para que no abrieran y mantuviesen a Sara en silencio, que no llorase.

Es abominable. Indigerible. Y así, en ese escenario, llegamos a la mañana del 2 de agosto. Estén atentos, aunque cuesta, desde luego, porque lo que van a escuchar es de una crueldad increíble.

El 2 de agosto, Sara, una niña que acababa de cumplir cuatro años, se levantó a las siete de la mañana y se vistió sola. Su madre tenía que trabajar y la pequeña quería irse con ella a toda costa, pero Davinia no la dejó. Le puso crema en la cara, le dio ibuprofeno y dejó a Sara en la habitación de Roberto. Lo que pasó a partir de ese instante lo vamos a leer del escrito de acusación de la fiscal:

“Roberto penetró parcialmente a Sara por vía vaginal y anal. La niña intentó defenderse en vano, dada la enorme diferencia de fuerzas (lo único que logró fue arañarle levemente manos y brazos). El acusado le propinó entonces, con la intención de matarla, diversos golpes, especialmente intensos en la cabeza, pues la hizo chocar contra una superficie plana o la golpeó en la frente y en la región biparietal con un objeto romo grande”.

Este salvaje hace esto a Sara mientras su madre está trabajando. Después pasaron casi dos horas desde que Davinia se fue de casa hasta que comenzó a recibir llamadas de Roberto (hasta nueve), que no atendió. A las 9.26, llamó al 112 y dijo lo mismo que dijo hace unos días en el juicio, que se despertó.

Sara, que llegó al hospital en estado de muerte cerebral, tardó 24 horas en morir, falleció a las ocho de la mañana del día siguiente y bastante antes, incluso sin necesidad de autopsia, Roberto fue detenido. La cría tenía en sus uñas resto de la piel de quien la había torturado.

Una enfermera, que fue de las primeras en atender a la niña, se dio cuenta de que aquello no era un accidente y avisó a la Policía. Sara tenía hematomas por todo el cuerpo, varias uñas arrancadas, los ojos amoratados, los dedos de los pies sangrando, los dorsos de las manos en carne viva… Tras su muerte, la autopsia determinó que había fallecido a consecuencia de los golpes en la cabeza, que le provocaron una hemorragia masiva y un edema cerebral. Pero es que, además, tenía importantes lesiones en la región vaginal y anal, producto de la violación de la que fue víctima.

Ya sabes que no nos gusta ser ventajistas y que a toro pasado todo se ve más claro. Pero sí es cierto que casi todos los errores fueron inducidos por el empeño de la madre en proteger a Roberto y ocultar el verdadero origen de los malos tratos. Los dos médicos del hospital Campo Grande hicieron muy bien su trabajo, el problema es que Davinia acusó al padre de Sara de pegarlas a ella y a la niña, así que el tema se comenzó a tratar como un caso de violencia de género. Cuando los agentes de la UFAM acudieron a entrevistarse con ella, cambió su versión y dijo que las lesiones de la niña eran producto de lo movida que era. Pese a ello, el caso acabó en un juzgado de violencia sobre la mujer, donde Davinia no quiso proseguir con la denuncia.

Supieron del caso los servicios sociales cuando Davinia declinó ratificar la denuncia, quedó solo viva la investigación por los malos tratos a la niña. El protocolo establece que el caso se derive a un juzgado de instrucción, que dio parte a la Fiscalía y esta a su vez a los servicios sociales. Una comunicación que, lo creas o no, en 2017 se hacía por correo ordinario. Cuando los servicios de protección al menor conciertan la primera cita con Davinia ya han pasado 15 días desde que la niña estuvo en urgencias. El psicólogo y el trabajador social solo pudieron entrevistarse una vez con Davinia y nunca lograron ver a la niña por los plantones que les daba la mujer, lo que había provocado un expediente para retirarle la custodia, un expediente que llegó tarde.