TERRITORIO NEGRO

Territorio Negro: Caso Karate, el gimnasio de los horrores

"Un maestro, un dios, un padre". Así era calificado Fernando Torres Baena, el campeón de karate convertido en el mayor depredador sexual de la historia de España. Hace unos días, la Audiencia de Las Palmas le condenó a más de 300 años de prisión por delitos terribles. De lo que se escondía detrás de este karateca y entrenador de éxito va este post.

Manu Marlasca y Luis Rendueles| ondacero.es

ondacero.es | 25.03.2013 18:01

Desde que el caso estalló, en 2010, lo hemos seguido con cierta distancia, quizás porque los medios peninsulares no prestamos la debida atención a lo que ocurre en Canarias. Pero al adentrarnos en el sumario, al conocer los testimonios de las víctimas, los informes policiales… nos hemos encontrado con uno de los casos que mejor se adapta a esas palabras que pronuncia Marlon Brando, encarnando al coronel Kurtz en esa obra maestra del cine llamada Apocalypse Now: “No creo que existan palabras para describir todo lo que significa a aquellos que no saben lo que es el horror. El horror. El horror tiene rostro”… Y en esta caso, sin duda, el rostro del horror era Fernando Torres Baena, tal y como veremos a lo largo del espacio.

Intentar trasladar ese horror a un programa de radio con las únicas herramientas que tenemos, las palabras, es muy complicado. En cualquier caso, creemos que este caso merecía un territorio negro en el que haremos todo lo posible por contar lo mejor que podamos cómo Torres Baena se convirtió en el mayor depredador sexual de nuestra historia.

Fernando Torres Baena es, probablemente, uno de los karatecas más prestigiosos de España: campeón nacional en 1979, cinturón negro sexto dan, entrenador nacional, licenciado en Educación Física, doctor en Ciencias del Deporte, presidente de la federación de karate de Gran Canaria, director de I+D de la Federación Española de Karate. Autor de varios libros sobre este deporte, su fama se debe, sobre todo, a que es uno de los entrenadores con más títulos en su haber. Su escuela era, y eso es innegable, una productiva fábrica de campeones.

Es cierto que Torres Baena fabricaba campeones de kárate y, sobre todo, campeonas. De su club han salido más de 300 medallas en campeonatos nacionales, europeos y mundiales. Dos de sus más laureadas karatecas han acabado sentadas con él en el banquillo y condenadas: se trata de Ivonne González –siete veces campeona de Europa– y María José González –dos títulos europeos y siete de España–. Además, María José era la pareja sentimental de Fernando Torres Baena desde 1999, cuando ella acababa de cumplir veinte años y él tenía 53… Ivonne y María José, antiguas alumnas de Torres, saltaron en 2007 a las páginas de Interviú: posaron desnudas, reclamando más ayudas para su deporte.

Un entrenador de éxito, que obtiene excelentes resultados. Eso es lo que era Torres Baena hasta que salta el escándalo ¿Cómo salta y por qué? Seguramente, Torres Baena seguiría hoy siendo un entrenador laureado y nada más que eso si el Viernes Santo de 2008 no hubiese pasado lo que pasó en el chalé que el karateca tenía en playa de Vargas. Ese día, una de sus discípulas, Ivonne, quiso dormir junto a una de las alumnas de la escuela, una chica a la que nosotros llamaremos Diana y que en el proceso ha sido conocida como la testigo número uno. La alumna tenía entonces trece años e Ivonne solo pudo manosearla, porque la chica no le dejó ir a más.A la mañana siguiente Ivonne pidió ayuda al maestro Torres Baena, que regañó a la díscola alumna por no haber querido mantener relaciones sexuales con su profesora, a lo que accedió esa misma noche. Y eso se repitió varias veces, y no solo con Ivonne, sino con otros alumnos del gimnasio. Sus maestros le dijeron que tenía que hacerlo con sus compañeros. El que no pudo doblegarla nunca fue el maestro Torres, que varias veces le propuso mantener relaciones sexuales y ella se negó.

Pero el escándalo no saltó entonces. Diana no dijo nada hasta enero de 2010, cuando acababa de cumplir quince años. Y se lo dijo a su tutor del colegio. El profesor la veía sola en los recreos, llorando con frecuencia y cuando le preguntó a la chica, ésta le dijo que había sido víctima de abusos en la escuela de karate y que estaba muy preocupada porque el hermano de una compañera de clase, un niño menor que ella, iba a ingresar en la escuela de Torres y sabía bien lo que le iba a pasar. Días después, la chica contó lo mismo en su casa y su madre puso la primera denuncia.

Y esa primera denuncia es la que desencadena el caso Karate. Muchos se han preguntado en todo este tiempo por qué denunció esa chica, ¿qué razones tuvo ella que ninguna de las otras, al menos 30 víctimas, tuvieron para denunciar a Torres Baena? Esa chica “tiene una personalidad y un carácter muy fuerte”, según sus informes psicológicos, que están en el sumario. Durante el proceso, las defensas de los acusados intentaron por todos los medios desacreditarla, incluso el abogado de Torres Baena –un tipo que no parece tener límites a la hora de ejercer su derecho a la defensa– le preguntó a su tutor por lo suelta que era la chica –utilizó esa misma palabra–. La sentencia de la audiencia de Las Palmas es la que mejor contesta a esa pregunta. Leemos textualmente: “su madurez le llevó a dar un paso adelante en defensa de otros menores que pudieran llegar a ser víctimas, consciente de que habían abusado de ella, de que la habían obligado a tener relaciones con sus compañeros. No se trata de ninguna conspiración como pretendió hacer ver el acusado. Se trata simplemente de una menor cuya libertad sexual y dignidad fueron arrancadas por los acusados y que decidió gracias a su madurez, inusual para su edad, poner fin a la situación”.

Fernando Torres Baena y su abogado quisieron hacer creer, con poco éxito, desde luego, que todo se debía a una conjura. Una conspiración en la que tenían cabida sus rivales en la federación canaria de kárate y un grupo de ex alumnos que había montado su propia escuela y quería hundirle el negocio. Pero, claro, era difícil creer que más de medio centenar de testigos se pusiesen tan de acuerdo para conspirar.

Durante la instrucción del procedimiento llegaron a declarar 61 posibles víctimas, pero de ellas sólo 39 pudieron acreditar haber sufrido abusos por parte de los acusados y que esos delitos no hubiesen prescrito por el tiempo transcurrido.

Fue terrible para todas esas víctimas declarar sobre esos hechos. El magistrado que emitió un voto particular –quería condenar al único absuelto en la causa, Juan Luis Benítez, un monitor de la escuela– lo dice al comenzar su sentencia: muestra su reconocimiento a la primera denunciante, de la que ya hemos hablado, y luego habla de “la valentía de todas y cada una de las víctimas que han declarado y han pasado la vergüenza de tener que relatar hasta cuatro veces –comisaría, juzgado, psicólogo y juicio– cosas muy íntimas, sumamente dolorosas y desagradables”.

Algunas de las víctimas apenas tenían nueve y diez años cuando empiezan a abusar de ellas. La defensa de Torres Baena pretendía que todo el juicio fuese a puerta abierta, con luces y taquígrafos, sin restricciones de ningún tipo, pero la sala, con buen criterio a nuestro entender, optó por proteger a todas esas víctimas, muchas de las cuales habían rehecho sus vidas ocultando lo que les ocurrió en la escuela. Los testigos declararon ocultos tras un biombo para no ver a Torres y hubo momentos en el juicio escalofriantes, porque el maestro quería dejar bien claro que seguía dominándolos.

Lo hacía de manera muy sutil. Hubo un momento terrible que nos recordaba uno de los policías que instruyó el caso. Uno de los chicos que llevaba desde los cinco años en la escuela de Torres estaba contando con todo detalle los horrores que había vivido. Lo estaba haciendo con normalidad, hasta que oyó, al otro lado del biombo, la tos de Torres Baena, que carraspeó de manera ruidosa. El chico empezó a tartamudear. Estaba aterrorizado.

Sólo de esa manera se explica cómo pudo este tipo mantenerse impune durante más de veinte años. Hay muchas explicaciones. Y todas ellas aparecen reflejadas en las diligencias, en el testimonio de las víctimas y en el informe que sobre este grupo ha hecho un buen amigo nuestro: el psicólogo y criminólogo Vicente Garrido. La primera explicación está en el carácter del deporte que practicaban Torres Baena y sus alumnos: el karate, como todas las artes marciales, procede de las milicias japonesas. Y hay un componente de jerarquía enorme: el maestro, el sensei, es alguien absolutamente indiscutible.

Y, evidentemente, Torres Baena, era indiscutible para sus alumnos.Y más cuando hablamos de alumnos de 5, 6 o 7 años, que eran las edades a las que empezaban en la escuela. Pero es que, además, el maestro utilizaba técnicas propias de las sectas, tal y como dice en sus informes Vicente Garrido. Había rituales, como en todas las sectas. Por ejemplo, el grupo de los ‘elegidos’ –los preferidos por el maestro– se saludaban besándose en la boca. Y las relaciones sexuales eran en ese grupo un método de evolución personal y deportiva. Lo que hacían Torres y su guardia pretoriana era vencer las reticencias de los chicos y las chicas convirtiéndose en una especie de familia alternativa en la que se buscaba un ambiente de relajación moral: María José e Ivonne se paseaban desnudas, se veían películas pornográficas, se consumía alcohol y cannabis y se trataba de desacreditar a las familias auténticas de los alumnos.

Fernando Torres Baena es equiparable al jefe de una secta. Sus estudios psicológicos hablan de un gigantesco narcisismo, de la necesidad de ser adulado permanentemente y de una enorme capacidad de manipulación. Porque otra de las razones de la impunidad de Torres ha sido la forma en la que ha empleado a sus cómplices.

Ivonne y a María José, que han sido condenadas a más de 120 años de prisión cada una. Pero antes ya había utilizado a Edith, su primera mujer, con la que se casó cuando ella tenía 16 años. Ella confesó durante la instrucción que había mantenido relaciones sexuales con alumnos de su marido por amor a él. No se ha sentado en el banquillo porque en 1994 se separó y sus delitos ya han prescrito. Fue el primer gancho de Torres. Un papel que luego asumieron Ivonne y María José.

Ivonne y María José eran profesoras en distintos centros y colegios. Ellas llevaban hasta la escuela de su líder a los chicos y a las chicas que consideraban que podían ser del agrado del maestro. Y muchas veces eran ellas las que iniciaban en el sexo a los alumnos. Una de las víctimas quiso hacer un dibujo a la policía sobre la estructura del grupo: dibujó una pirámide y en la cúspide puso a Torres. Por debajo, a la misma altura, puso a estas dos mujeres.

De hecho, son las que le han acompañado en el banquillo y a las que les espera una larga estancia en la cárcel. No había distinción entre chicos y chicas. Transcribimos parte del sentencia, que define a Torres Baena como un depredador sexual: “Torres lograba que los alumnos se doblegaran a sus requerimientos, logrando que se plegaran a sus deseos, en los que cabía no solo cualquier tipo de práctica sexual, sino que era indiferente su posición tanto como sujeto activo o pasivo y sin importarle el género masculino o femenino de la víctima, ni mucho menos su edad”. Hemos omitido a propósito algunos términos creemos que innecesarios para la comprensión de esta frase.

La sentencia repasa uno por uno los 39 casos, las 39 víctimas. Relata con todo detalle cómo fueron víctimas de Torres, de Ivonne, de María José o de dos de ellos o de los tres. Muchas veces a edades tan tempranas como los nueve o los diez años. Como dijeron algunos de los testigos, la norma allí era “todos con todos y el maestro con todos”. Todos los casos tienen cosas comunes: los abusos se producían, en un primer momento, en el altillo del gimnasio de Torres Baena o en la casa de playa de Vargas, el lugar al que, con la excusa de realizar concentraciones deportivas, el maestro llevaba a los alumnos elegidos para organizar verdaderas orgías.

 

Allí, a ese chalé, Torres sólo llevaba a los chicos que ya estaban doblegados total o parcialmente. Ten en cuenta que las charlas de contenido sexual comenzaban cuando los alumnos tenían entre seis y ocho años. Cuando iban a la casa de la playa algunos llevaban cinco años oyendo que sin sexo no hay éxitos deportivos y sin éxitos deportivos no eres  nada en la vida.

Es decir, al llegar a esa casa de la playa, los chicos estaban casi convencidos de lo que tenían que hacer. Allí, Torres Baena organizaba con cuadrantes quién tenía que mantener relaciones con quién. Él, Ivonne y María José, por supuesto, elegían a sus parejas entre los niños y niñas. A veces en encuentros, llamémosles convencionales, y a veces en tríos o cuartetos. Pero, en otras ocasiones, instaban a los alumnos a mantener relaciones entre ellos. Y entre esos alumnos estaba el propio hijo de Torres Baena, que está entre las víctimas. En una ocasión, fue obligado a tener sexo con una compañera y entre los dos llegaron a un acuerdo para mentir y simular el encuentro. Uno de los papeles de las chicas era también el de decirles a las chicas qué tenían qué hacer después de estos encuentros, que para muchas de ellas suponía su primera relación.

Los testimonios son tremendos. Torres insistía en algunas prácticas pese a las quejas de los chicos, que hablaban del daño que les hacía. No queremos seguir dando detalles, pero basta con decir que muchas de las víctimas siguen sufriendo hoy síndorme de estrés postraumático y secuelas terribles: una huella imborrable, como dice la sentencia.

Imaginamos que allí, en la cárcel, no podrá presumir, como hacía fuera, de haber estado con más de cien niños. Aunque, eso sí, parece estar planeando ya su futuro: como hizo Ginés Jiménez con ‘el sheriff de Coslada’, Torres Baena ha registrado el término ‘caso Karate’ para poder explotarlo comercialmente. Y antes de acabar no queremos dejar de recordar lo dicho por Ángel Luis Calonge, el abogado de Torres Baena al conocer la sentencia: “Nadie va a una casa de putas obligado”. Sus palabras definen, no ya al acusado, sino la clase de tipo que es su abogado.