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Territorio Negro: Asunta Basterra. Las cartas de sus padres

La noche del 21 de septiembre fue asesinada en Santiago de Compostela Asunta Basterra Porto, la niña china adoptada cuando era un bebé por el periodista Alfonso Basterra y la abogada Rosario Porto. Sus padres están en la cárcel acusados del crimen. En el territorio negro de hoy vamos a contar las novedades sobre esta historia: los informes médicos sobre la madre y las notas que se han ido escribiendo los dos acusados desde la cárcel.

Luis Rendueles y Manu Marlasca

Madrid | 07.04.2014 18:12

Interviú publica que los padres de la niña, encarcelados en la prisión de Texeiro (A Coruña), se han estado escribiendo y cruzando notas.  Está prohibido expresamente. El reglamento de Instituciones Penitenciarias obliga a que la correspondencia que escriba un preso se haga en un sobre cerrado, donde conste a quién se la envía, y queda registrada. De otro lado, la que recibe un preso se registra también en ese libro de la prisión y la recogen los funcionarios, que la abren delante del destinatario por motivos de seguridad, obviamente.

Los padres de Asunta están en módulos distintos de la cárcel. No se ven, ni coinciden, para no perjudicar la investigación del crimen. Son presos preventivos, están a la espera del juicio por el asesinato de su hija, los dos mantienen su inocencia y la lógica obliga a que estén separados para evitar, entre otras cosas, que se pongan de acuerdo en sus versiones.

Para enviarse mensajes han utilizado un sistema de notas manuscritas y firmadas que entregaban a alguien de la prisión, algún intermediario que hacía de correo para los dos y las llevaba a su destino, no sabemos a cambio de qué. De esta forma, Basterra y Porto evitaban el control de sus comunicaciones, aunque ahora se ha sabido y se exponen a ser sancionados.

En estas notas los dos mantienen su inocencia. La madre se queja del frío que hace en el módulo de mujeres (es cierto, allí no hay calefacción). También de que otras presas la insultan y ha habido una que le ha tirado una lata de Coca Cola a la cara. No escribe ninguna palabra de cariño, solo se dirige a su ex llamándole por el diminutivo: Alf

El padre, Alfonso Basterra, es más vehemente. “Me duelen los ojos de tanto llorar”, escribe. Y mucho más cariñoso con la que ya era su ex mujer, desde finales del 2013, le dice por ejemplo que ella es su vida y lo será el resto de sus días, la llama deditos y le pide: “Sé fuerte y aguanta, que la verdad triunfará”.

El padre hace incluso algún alegato contra nuestro sistema judicial. La madre se preocupa también de lo que dicen las televisiones, y de quiénes lo dicen. Rosario Porto es consciente del riesgo que corren al intercambiarse estos mensajes: “no te escribo más porque tengo miedo de que intercepten estos escritos”. Eso sí, se queja de su suegro, el abuelo paterno de Asunta, y de sus apariciones a cambio de dinero en programas de televisión. “Pídele a tu padre que se calle. Yo lo pago, si hace falta, pero que no alimente a los buitres”.

El ex marido trata de calmarla y de que no se rompa, de que se mantenga serena. Le escribe. “En este puto país te pueden mandar a prisión por meras sospechas aunque no exista ni una sola prueba. No veas ni leas nada de lo que se dice”.

Pero esas notas que se han ido cruzando en la prisión también han servido, además de para darse ánimos, para mantenerse unidos, como estrategia de defensa. Durante meses, el juez mantuvo el secreto de sumario, los padres no sabían qué pruebas había contra ellos. En ese clima tenían sentido las notas que se pasaban en las que hablaban de sus abogados y de que se llamasen más. La Guardia Civil ha intentado siempre quebrar la pareja que forman los padres, sin conseguirlo.

Las notas les han servido hasta para comunicarse lo que piensa el juez Vázquez Taín, encargado del caso, de los dos. Alfonso le escribe a Rosario: “Está un poco mosca contigo porque no dijiste desde el principio que habías ido a la finca, pero nada más”. El padre, pese a todo, vuelve a tranquilizar a su mujer, “no tienen nada, no tienen prueba alguna contra nosotros, solo sospechas. Y por eso no nos pueden condenar”.

Recordemos que la madre de Asunta contó primero que había dejado a la niña haciendo los deberes en su piso de Santiago y luego recordó (días después y sólo después de que le mostraran imágenes de las cámaras de seguridad) que aquella tarde, la del crimen, ambas habían ido juntas a la finca familiar de Teo, donde se supone que murió la niña.

Por eso fue la primera en ir a prisión. Rosario fue la última persona de la que hay constancia que vio viva a su hija. En su contra hay además dos indicios: su teléfono estaba bajo la antena de la pista forestal donde el cadáver de su hija fue abandonado, atado de pies y manos. Atado, además, con una cuerda naranja idéntica a otra que se encontró dentro de una papelera del dormitorio de la finca familiar.

Pero contra el padre hay muchas menos evidencias, al menos el día del crimen. Lo contamos aquí en otro territorio, vamos a repasarlo. Su último día de vida, la niña come con sus padres, con los dos, y sale andando del piso. Detrás de ella va la madre. Ambas van luego en coche hasta la finca, pero ninguna cámara graba al padre, ni se le distingue en la parte de atrás del coche. Basterra ha dicho que no salió de su casa en toda la tarde. Y que esa noche, hacia las nueve, fue cuando su mujer le llamó para preguntarle si la cría estaba con él. Poco después, los dos fueron a comisaría a denunciar la desaparición.

Ese día, el del crimen, a Asunta le dieron cantidades tremendas de lorazepam, un ansiolítico para adultos. Eso es un hecho, lo reveló la autopsia. Y no era la primera vez. Y esa es una de las evidencias contra los dos, el padre y la madre. La autopsia reveló que la niña recibió una gran dosis de lorazepam, tenía 0,68 microgramos por litro de sangre, diecisiete veces más de una dosis considerada normal en un adulto. Para que nos situemos, en casos de adultos que han intentado suicidarse tomando orfidales, el nombre comercial más conocido del lorazepam, se habían tomado cinco cajas de pastillas y dieron 0,60 microgramos por litro.

Y los padres están acusados de drogar a Asunta al menos en otras tres ocasiones, entre julio y septiembre. Así lo muestran los análisis del pelo de la niña. También están los testimonios de varias profesoras relatando que llegaba groggy, y el mensaje que envió la madre justificando una ausencia de su hija: “Asunta está ko porque se ha tomado pastillas”.

La niña fue drogada en los meses de julio y septiembre, según los análisis de su pelo, pero no en el mes de agosto. Ese paréntesis les compromete, porque ese mes de agosto la niña no vivió con ellos. Se fue a casa de una amiga. La madre de Asunta había tenido en julio un ingreso hospitalario por motivos psiquiátricos. Basterra la cuidó con mimo y cuando recibió el alta, se fueron los dos, sin la niña, a una casa de verano en Sanxenxo. En septiembre, todos volvieron a las rutinas. Y la niña volvió a ser drogada, la penúltima vez, el martes antes de su muerte. Los padres contaron que tenía alergia, pero la pediatra de la niña lo ha desmentido. En el vestido azul que la madre llevaba el día del crimen, además, se encontraron polvos de lorazepam.

Una tarde de agosto van en el coche con la madre de su amiga, jugando a contar historias, y Asunta cuenta que han intentado matarla. La madre de la amiga se alarma y ella le dice que es verdad. Se lo dice luego a la madre de la niña, que le confirma la historia, pero le cuenta que no lo ha denunciado para no traumatizarla: un tipo encapuchado entró en la casa de madrugada y trató de estrangular a la niña. La madre la salvó y se enfrentó a él, que la golpeó y huyó.

La madre cuenta todo esto en comisaría después de la desaparición de la niña. Pero la Guardia Civil no la cree. Y en la investigación se grabó también la primera charla que mantienen los dos en los calabozos cuatro días después del asesinato de la niña.

Alfonso tranquiliza a su mujer: no hay pruebas contra ellos, pero también le advierte: “silencio”. Sabe que les pueden estar grabando. En esa conversación la mujer le reprocha a su ex marido algo de forma enigmática: “¡Fíjate la que has montado!” le dice- “Fui tan tonta que hice todas las cosas que tú me mandabas”.

Y aquí hay un episodio muy confuso. En la camiseta de la niña hay restos pequeños de semen de un hombre, un colombiano residente en Madrid, acusado en su día de abusar sexualmente de otra joven. El juez acaba de dejar libre a ese hombre, de levantarle la imputación.

No es fácil de explicar esta situación. Ramiro es un tipo colombiano que fue acusado por una amiga de abusar de ella tras una fiesta en una casa. Él aseguró que habían tenido sexo consentido. La Guardia Civil guardó en su base de datos, en el laboratorio de criminalística de Madrid, su ADN, tomado de sus restos biológicos.

A ese laboratorio de Madrid llegaron varias pruebas del caso de Asunta, entre ellas la camiseta que llevaba la niña. Y se estudiaron en el mismo laboratorio y con el mismo instrumental que se estudió el ADN de Ramiro. Y tras estudiarse, el semen de Ramiro estaba en la camiseta de Asunta.

Una contaminación en el laboratorio. Menos mal que Ramiro no estuvo nunca en Santiago, y que ha podido demostrar que la noche del crimen estaba en Madrid, encargando un traje de novio, porque se iba a casar, y cenando en un restaurante. Se investigaron sus teléfonos, sus tarjetas, se comprobó que nunca había estado en Galicia, que no conoce a la niña ni a los padres… El juez le retiró la acusación hace unos días.

Lo más triste no es el error en un laboratorio, lo más triste es que a día de hoy, nadie de ese departamento, el más importante en los casos criminales de toda España, ha admitido haber hecho algo mal, nadie se ha hecho responsable, lo que ha hecho perder mucho tiempo y también ha dado un arma a las defensas de los padres.

La investigación ha buceado en la vida del matrimonio, de la familia, y en el divorcio de esos dos padres en busca de una explicación para el crimen. Rosario y Alfonso se conocieron en 1991, se casaron en el año 96 y se separaron en enero de 2013. El hombre se enteró de la infidelidad de su mujer al mirar en su teléfono móvil y se enfadó, tanto que golpeó una puerta y la mujer se fue de casa, asustada, dejándole a él solo con la niña. “Se puso como un energúmeno… A ella no le iba a hacer nada”, explicó luego Rosario. Días después, Alfonso deja la casa, se va a un hostal y acaba consiguiendo un piso de alquiler muy cerca de donde se quedan viviendo la madre y la niña.

Las entrevistas que ahora le han hecho los psiquiatras a Rosario Porto han permitido saber que la mujer admite que adoptaron una niña china un poco presionados por los abuelos paternos, que su marido no quería tener hijos y, además, que acusa a su ex marido de malos tratos. Rosario cuenta a los médicos que en los cuatro últimos años de matrimonio, su marido la pegó en varias ocasiones, entre tres y cuatro veces cada año, dice ella.

Se separan en enero y la madre se queda con la niña. En los meses siguientes, el ex marido le envía mensajes poco cariñosos. Bastante agresivos. Hasta que en el mes de julio la madre tiene otro episodio depresivo que la hace ingresar en el hospital. Entonces Alfonso Basterra la cuida día y noche. Y llegan, lo cuenta ella, a un acuerdo particular. Al salir del hospital, ella dejará a su amante y volverán a estar juntos.

Y al salir del hospital es donde, que se sepa, su hija empieza a recibir drogas, sedantes. Y la mujer engaña a su ex marido, porque el día antes del crimen lo pasa ella con su amante, un hombre casado. Y su ex marido se siente traicionado. Lo descubre. Ella cuenta que la llama varias veces, ella no lo coge  y le pone excusas. La mujer llega a casa hacia la una y media de la madrugada. Asunta está durmiendo en casa del padre.

Según los psiquiatras Rosario porto es una persona normal.  Los doctores Brenlla, Touriño, López de Abajo y Pampín, que la han entrevistado, coinciden en que Rosario no tiene ninguna enfermedad mental que le impida distinguir el bien del mal ni las consecuencias de lo que hace. O sea, que podrá ser juzgada por el crimen de su hija. Lo que sí le han diagnosticado es un trastorno depresivo recurrente, es decir ha sufrido varios episodios de depresión desde los años noventa. Sufre, como miles de personas por otra parte, un cuadro de ansiedad y ella dice que entonces entra en una crisis personal. En diciembre de 2008, toma una sobredosis de medicamentos y tiene que ser atendida en urgencias.

En cuanto a su cerebro, los neurólogos no hallaron nada extraño en él. Es una mujer más inteligente que la media, los psiquiatras se declaran impresionados, dicen ellos, por su hiperadaptación a la cárcel. En sus estudios, la califican de “emprendedora y sociable, con buena capacidad para ajustarse a nuevas situaciones… Pero exigente de gran cantidad de atención y afectividad por parte de los demás”.

O sea, y esto es lo que más impresiona, son dos personas normales acusadas de matar a su hija. Seguimos sin saber qué móvil habría detrás de este crimen, si lo cometieron ellos. La hipótesis del juez y la Guardia Civil es que la niña les estorbaba para reconstruir su relación. No podemos decir demasiado, pero parece que hay algunos mensajes entre los dos, padre y madre, en los que fantasean con irse a iniciar una nueva vida, los dos solos, sin nadie más. En esos mensajes no sale el nombre de la niña ni una vez, no mencionan dónde la van a dejar.