Territorio Negro

Territorio Negro | Operación Beato: la importancia de una voz

El 4 de febrero de 2017, hace ahora algo más de dos años, un hombre de 81 años moría en una cochera de Santander. Sus asesinos le maniataron y le amordazaron y después acudieron a su casa en busca de un botín que ni siquiera existía. Ahora, tras 24 meses de investigaciones, la Policía da por resuelto el crimen, con la detención de tres veteranos delincuentes. Los secretos de esta Operación Beato serán el argumento principal de este Territorio Negro. Una operación en la que, ya verán, tuvo una importancia vital una rama de la Policía Científica poco conocida, la acústica forense.

Luis Rendueles y Manu Marlasca

Madrid | 04.03.2019 20:11 (Publicado 04.03.2019 17:23)

Comencemos por conocer a la víctima de este crimen, un hombre de 81 años.

Se llamaba Ángel Prieto Cobo y era un jubilado de costumbres bastante rutinarias. Vivía con una mujer de 79 años, con la que había contraído matrimonio recientemente, y cada mañana acudía a una cochera de su propiedad, en la calle Beato de Liébana –de ahí el nombre de la operación-, a menos de un kilómetro de su casa, para atender a los pájaros que tenía allí. Los daba de comer, de beber, limpiaba sus jaulas y barría la acera. A Ángel le iban bien las cosas. Pasaba una jubilación tranquila e incluso contó en los bares que frecuentaba que estaba inmerso en una operación para vender un piso de su propiedad.

Y esa mañana del 4 de febrero de 2017, sábado, este jubilado siguió su rutina habitual y fue asaltado. Sus asaltantes debían conocer muy bien sus rutinas, porque le sorprendieron atendiendo a sus pájaros en el interior de la cochera. Allí, la Policía cree que tres delincuentes le redujeron, le maniataron y le quitaron las llaves de su casa. Para reducirle, le metieron un trapo en la boca, que fue lo que le provocó la muerte por asfixia, debido a su avanzada edad y a su delicado estado de salud, según los informes de la autopsia. Probablemente, una víctima más joven no habría fallecido. Después, los asaltantes se desplazaron hasta la casa del hombre, un recorrido que se hace en apenas cuatro minutos. Y allí, en la casa, había una mujer, la esposa de Ángel.

Dos de los delincuentes accedieron a la casa sin problemas, con la llave que les había dado Ángel. Seguramente, el tercero se quedó esperándoles por las inmediaciones en el vehículo en el que habían llegado, por si había alguna complicación. Una vez dentro de la casa, maniataron a la esposa de Ángel y le obligaron a abrir la caja fuerte que ellos sabían que había en el domicilio. La mujer la abrió y los ladrones se llevaron varias joyas y una pequeña cantidad de efectivo, pero no hallaron el botín que estaban buscando. La mujer logró liberarse de sus ataduras y avisó a unos vecinos, que llamaron a la Policía. Poco después, encontraron en la cochera el cuerpo sin vida de Ángel.

Ángel había comentado, como dijimos antes, que había vendido una casa. Lo dijo en varios locales –bares, cafeterías, tiendas…- del barrio, a los que acudía con frecuencia. La hipótesis de los investigadores es que alguien lo oyó y dio el santo, como se dice en argot delincuencial, de que en esa vivienda podía haber dinero fresco y quisieron darle el palo. De ahí que preguntaran directamente por la caja fuerte cuando irrumpieron en la vivienda. Probablemente también sabían que en el domicilio estaba esa caja blindada. Lo que también creen los investigadores es que los delincuentes no tenían intención de acabar con la vida del hombre, sino que se les fue de las manos. Lo cierto es que ese dinero aún no había llegado: en la caja fuerte solo hallaron joyas y una pequeña cantidad de dinero en metálico. La mujer no pudo precisar ni cuánto dinero ni el valor de las joyas, porque, según dijo, eso solo lo sabía Ángel.

Lo que tuvo claro desde el primer momento la Policía es de que se trataba de un crimen con móvil económico, perpetrado por delincuentes veteranos…

La forma de actuar hacía pensar en gente bragada, en cacos habituados a entrar en casas habitadas e intimidar de forma eficaz a sus moradores. La primera y más importante testigo con la que contaron los investigadores fue la mujer de la víctima. Ella no vio los rostros de los dos individuos que accedieron a su casa, porque iban cubiertos con capuchas y bragas militares. Solo pudo describir la complexión que tenían y el acento de sus voces, que ella solo dijo que era español. Otros testigos, vecinos de la zona, contaron a la Policía que vieron por la zona a la hora del ataque un Ford Focus, un coche que habitualmente no estaba allí.

Entiendo que los primeros pasos de la investigación estuvieron orientados en esa dirección, en la de buscar ese coche, cámaras que hubiesen captado a los delincuentes

Los agentes del Grupo de Homicidios de la Brigada de Santander, que comenzaron las pesquisas, se toparon con que en España hay circulando cerca de 100.000 vehículos de ese modelo y marca, así que esa vía era muy complicada. Luego lograron reducir este número hasta los 7.000, una cifra aún altísima. En las pocas imágenes que grabaron las cámaras de videovigilancia de la zona solo se podían apreciar las vestimentas de los delincuentes y su complexión, pero en ningún momento se les veían los rostros. Los investigadores hicieron lo que se hace casi por defecto en cualquier operación: solicitar a las compañías operadoras de telefonía los números posicionados en la zona en el momento de los hechos, pero tampoco salió nada claro de allí y, además, era muchísima información en bruto, sin procesar.

La Policía contaba con una ayuda que pocas veces existe. Tenían grabada la voz de uno de los atacantes. Al día siguiente del asalto, alguien llamó a un teléfono de la Cruz Roja en Madrid.

¿A qué se refería con lo que estaba diciendo? ¿Y por qué llamó a la Cruz Roja de Madrid?

Cuando la Policía oyó esta grabación, facilitada por Cruz Roja, no tuvo ninguna duda de que el propietario de la voz era uno de los autores materiales de la muerte de Ángel y del asalto a su casa o, al menos, alguien muy cercano a ellos. Lo que está describiendo el comunicante con toda precisión son los lugares en los que dejaron a sus víctimas: la casa, donde quedó la mujer, y la cochera donde asaltaron a Ángel, pensando que la Policía aún no los había encontrado y sin saber que el hombre había muerto a consecuencia del ataque. No sabemos si fue la mala conciencia o la idea de reducir su responsabilidad lo que le hizo hacer esa llamada, en la que pedía a su interlocutor que avisase a la Policía para que acudiese a esos lugares porque había personas heridas.

La primera pista fue el lugar desde el que se hizo esa llamada, una cabina de la ciudad de Vitoria, lo que indicaba que al menos uno de los protagonistas del suceso estaba lejos de Santander 24 horas después. La segunda línea de investigación que dejaba esa llamada era, precisamente, el lugar al que se había hecho: un teléfono de la asamblea de Cruz Roja en Madrid, un número que no estaba en los listados de números de emergencia, ni aparecía en ninguna web ni nada parecido. Por tanto, eso hacía pensar a los investigadores que el comunicante tenía o había tenido alguna relación con Cruz Roja. El hecho de que no hubiese llamado al 112, al 091, o a cualquier número de emergencias también indicaba que el tipo tenía cierta conciencia forense, sabía que esas llanadas quedarían grabadas. Lo que no sabía es que la que estaba haciendo, también quedó registrada.

¿Esa llamada dio la pista definitiva para la detención de su autor?

No, ni mucho menos. Dio muchos datos, pero no los suficientes. Los agentes de Homicidios de Santander y sus colegas de la UDEV Central, que se unieron a la investigación, pidieron ayuda al departamento de acústica forense de la Policía Científica, que hizo algo muy peculiar: un pasaporte vocal. Este pasaporte consiste en ubicar geográficamente el origen del propietario de esa voz.

¿Y en qué se basa ese pasaporte, solo en el acento?

No, no solo en el acento, que en este caso se aprecia perfectamente que es del norte de España, casi con seguridad del País Vasco. Los analistas de acústica forense también se fijaron en otros detalles, como en determinados giros, expresiones y hasta palabras: en esta grabación se utiliza la palabra ‘lonja’, propia del País Vasco, se oye varias veces decir ‘a lao’, por al lado, y hay una palabra muy característica: quisquete, en lugar de pestillo, una derivación de una palabra del euskera. Así que los analistas de acústica forense fijaron el pasaporte vocal de ese comunicante entre el País Vasco y el norte de la provincia de Burgos.

Esos datos, supongo, sirvieron a los investigadores para acotar algo más la búsqueda, ya tenían una zona.

Sí, lo que hicieron fue difundir la grabación entre agentes especialistas en atracos, que a su vez se la pasaron a sus confidentes, entre delincuentes de la zona… Pero nadie pudo identificar al comunicante, hasta el punto de que el juzgado archivó provisionalmente la causa, ante la falta de avances en las investigaciones. La Policía decidió entonces tomar la iniciativa y repetir algo que se había hecho muchos años atrás, 23 años atrás.

Estas voces han quedado grabadas en el imaginario de la historia criminal española. Están relacionadas con el secuestro de Anabel Segura.

Exacto. Anabel fue secuestrada en abril de 1993 y estas voces se difundieron en enero de 1995, a través del programa de Paco Lobatón ‘¿Quién sabe dónde?’ Son las voces de Felisa García –que simula ser Anabel Segura– y de Emilio Muñoz, su marido, el principal responsable del secuestro y asesinato de la chica. Emilio y su colega, Cándido Ortiz, raptaron a la chica y la asesinaron horas después, pero simularon un secuestro para obtener dinero. Felisa, la mujer de Emilio, se hizo pasar por Anabel para fabricar una falsa prueba de vida. La difusión de estas voces sirvió para identificar y detener a los responsables del crimen y para encontrar los restos de Anabel.

Y muchos años después, la Policía repitió la jugada: difundió una voz invocando a la colaboración ciudadana. ¿Funcionó?

Funcionó muy bien. La voz se difundió el 26 de septiembre de 2018 y se recibieron en torno a 300 llamadas aportando información más o menos precisa sobre la identidad del comunicante. Algunas de las llamadas acertaron: hablaban de un veterano delincuente de 66 años, residente en Vizcaya, que había trabajado como conductor de ambulancias. Ese era el nexo, probablemente, que le unía con Cruz Roja. Cuando la Policía Nacional había cursado ya una orden de detención contra él, la Policía Autonómica Vasca le identificó, gracias al ADN, en el asalto a un chalé en Vitoria cometido en junio de 2016, en el que amordazó y maniató a la mujer que se encontraba en la casa, un modus operandi casi calcado al que empleó en Santander. Fue detenido el 10 de octubre del pasado año y acusado de los dos asaltos, el que le costó la vida a Ángel Prieto Cobo y el de Vitoria.

¿Quién es este primer detenido en la operación Beato, el hombre al que no sabemos si la mala conciencia o qué empujó a llamar a la Cruz Roja y con ello, facilitar su detención?

Paulino Gómez Lobato de llama. De 66 años, su historial delictivo arranca en 1980 y ha sido detenido 39 veces, prácticamente todas ellas por delitos contra la propiedad y en los últimos tiempos se había especializado en el asalto a casas con moradores dentro. Tras su detención, la Policía registró una casa de Vitoria en la que solía dormir y halló un abrigo con una capucha con pelo, idéntico al que aparecía en las imágenes grabadas por la cámara del portal en el que vivían Ángel y su mujer. Eso era un indicio poderoso, pero el cotejo de su voz con la de la llamada fue definitivo para que el juez le enviase a prisión.

Esa fue la primera de las detenciones. Pero en el asalto que acabó con la muerte del hombre, habéis dicho, participaron al menos tres personas. ¿Se ha localizado a todas?

Tras ese primer arresto, la Policía buscó los vínculos de Paulino, residente en Vizcaya, con Santander, la ciudad en la que se cometió el delito. Y lo encontraron. Juan Carlos Cobo, un amigo de Paulino, vivía en Santander y, además, su madre era propietaria de un Ford Focus idéntico al que aparecía en las grabaciones de las cámaras y al que describían los testigos. El pasado 5 de febrero, casi coincidiendo con el aniversario del crimen, fue detenido en Santander. Reconoció que en las fechas de los hechos, alojó en su casa a Paulino, del que era amigo desde años atrás, y a otro hombre, que le presentó como su hermano y que el día del crimen él se limitó a hacer de chófer, a llevarlos a los lugares que le indicaron, sin tener ni idea de lo que habían hecho.

Es decir, se quitó el muerto, echó la culpa a los otros. Pero identificó al tercer delincuente. ¿Era realmente el hermano de Paulino? Ricardo, de 53 años, hermano de Paulino, fue detenido mientras trabajaba como albañil en la reforma de un polideportivo en Bilbao, donde reside. Había sido detenido en cinco ocasiones anteriormente, todas ellas por delitos de robo y en su casa la Policía encontró tres armas, dos de ellas simuladas y una inutilizada. Además, hallaron una prenda similar a una de las que se veía en las imágenes. Ricardo, al igual que su hermano, se negó a declarar.

Se ha detenido a las tres personas que participaron en la muerte de Ángel y en el robo con detención ilegal de su mujer, pero los investigadores creen que aún falta alguien importante por detener, alguien que dio a estos tres delincuentes la información sobre las rutinas de Ángel y sobre la posibilidad de que en casa tuviera una caja fuerte con dinero. En eso están ahora los investigadores, que no cerrarán la operación Beato hasta que hayan caído todos los implicados