TERRITORIO NEGRO

Territorio Negro: Operación Ballesta: el crimen de Chiquitín

En este espacio de Territorio Negro, hemos contado muchas veces que hay desapariciones de primera y de segunda. Pero también hay desaparecidos de tercera o de regional, a los que no busca nadie o casi nadie, como el protagonista de nuestra historia de hoy. Afortunadamente, una vez más, se ha demostrado en esta operación Ballesta de la que nos hablarán hoy, que los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado, en este caso la Guardia Civil, no hacen estas distinciones y que para ellos todos los desaparecidos importan y en todos ponen su empeño y su profesionalidad. La Guardia Civil de Almoradí han resuelto el crimen de un hombre, desaparecido hace un año, al que solo buscaba su madre. Triste y dura historia la que vamos a contar hoy en Territorio Negro.

Luis Rendueles y Manu Marlasca

Madrid | 12.06.2018 17:23

Comencemos por saber quién es la víctima de este crimen, ese hombre al que solo su madre echó de menos. José Manuel Escudero Ballesta tenía 45 años cuando desapareció, en mayo del pasado año. Nació en Orihuela (Alicante) y tenía dos hijos, de 24 y 22 años, que viven desde niños con su madre y a los que apenas veía. José Manuel salió de su casa, en Bigastro, en la provincia de Alicante, en 2013, dirección a Almería buscando trabajo en el sector de la construcción, una vida mejor, le dijo a su madre. La navidad de ese año –2013– fue la última vez que vio a su familia. José Manuel mantenía un hilo, un anclaje, con su familia: se comunicaba con su madre cada diez días, llamándola por teléfono. Sin embargo, en los últimos días del mes de junio ese contacto se interrumpió. Dejó de llamar. La mujer intentó llamarle en multitud de ocasiones, pero el teléfono de su hijo siempre estaba apagado.

Su madre era el único contacto que este hombre tenía con su familia. El pasado mes de septiembre la mujer acudió a un pequeño cuartel de la Guardia Civil, en Jacarilla, en Alicante, muy cerca de Orihuela, y contó a los agentes que sospechaba que a su hijo le había pasado algo. Tardó varios meses en denunciar porque alguien le sugirió que su hijo pudo haberse ido al extranjero y porque, seguramente, ni siquiera sabía que a su hijo le podía buscar alguien. Apenas pudo dar datos a los agentes, porque solo sabía que vivía en Almería y no tenía la menor idea de con quién se relacionaba, ni siquiera si trabajaba o no. Sus hijos tampoco sabían nada sobre su padre desde hacía mucho tiempo.

Y la Guardia Civil comienza una investigación sin apenas datos, con un nombre, unos apellidos y una provincia… Y algo más y que veremos que fue muy importante: un número de teléfono móvil. El equipo de Policía Judicial de Almoradí, que se hizo cargo de la operación Ballesta, tiró de este hilo, porque no había otro: ni domicilio, ni trabajo, ni entorno. Al estudiar el tráfico de llamadas del teléfono de José Manuel, los agentes descubren varios datos relevantes. El primero, que efectivamente, llamaba cada diez días a su madre. Y el segundo, y más importante, que había un número con el que se comunicaba casi a diario, hasta el 12 de julio de 2017 a las 19 horas. Ese fue precisamente el último contacto telefónico de José Manuel.

La titular, en este caso. Es una mujer de 51 años llamada Concha, residente en Almería. Con antecedentes por tráfico de drogas y robos con fuerza y consumidora habitual de alcohol y estupefacientes. Hay otro dato que sorprende a los investigadores. El 13 de julio el teléfono de José Manuel deja de funcionar. Ese día, y en días sucesivos, varias personas intentan llamarle. Quien no vuelve a intentar contactar con él es Concha, la mujer con la que hablaba a diario hasta el 12 de julio.

Supongo que ese detalle la convierte rápidamente en el centro de las pesquisas de los agentes de la Guardia Civil. Pero no hay nada más contra ella, ni siquiera saben los lugares que frecuentaba el desaparecido o sus relaciones, así que la Guardia Civil vuelve a recurrir a la tecnología y al teléfono de José Manuel para tener algún dato más. La geolocalización del móvil señala un área de Almería concreta, el barrio de Nueva Almería, como el lugar por el que habitualmente se movía el desaparecido. Y hasta allí se desplazaron los investigadores, que pronto descubren que José Manuel no había encontrado una vida mejor, tal y como le dijo a su madre al salir de su casa, sino más bien al contrario.

Los investigadores encuentran un centro social de Cruz Roja al que José Manuel acudía casi a diario para asearse, lavar ropa, tomar café… Allí, los agentes descubren que dejó de ir a esa especia de albergue a mediados de julio, coincidiendo con la fecha en la que deja de funcionar su teléfono. Y allí les cuentan que José Manuel subsistía pidiendo dinero y comida la puerta de los supermercados del barrio. No era un delincuente, sencillamente era un tipo que no había tenido demasiada fortuna, que tomó unas cuantas decisiones erróneas y que acabó viviendo en la mendicidad y con un único anclaje: su madre.

El sargento de la Policía Judicial de Almoradí y su equipo –hay que dejarlo bien claro- se dejaron la piel en esta investigación para saber qué le había ocurrido a José Manuel. Lo tomaron como una desaparición de alto riesgo, pese a que no apareció en los medios, ni se trataba de un menor, ni de una chica joven y guapa… Recorrieron decenas de supermercados preguntando por el desaparecido, hasta que en uno de ellos su propietario les dijo que antes de desaparecer, el hombre vivía en una casa que él mismo le había dejado, porque le conocía desde hace tiempo y confiaba en él, le parecía un buen hombre. Así que los agentes ya tenían un domicilio al que acudir.

Lo que encuentran en esa casa les confirma, como ya sospechaban, que a José Manuel le había pasado algo. En la casa había ropa y objetos personales del desaparecido, un paquete de tabaco y hasta un ticket de una ensalada comprada el 11 de julio a las tres de la tarde, un día antes de que se perdiera su rastro. Además, había un cargador de teléfono aún enchufado. Nada que hiciera pensar que el hombre había planificado su marcha, sino más bien que salió de casa con la idea de volver.

Recordemos que hay ya una sospechosa, que solo es eso, una sospechosa, pero que la Guardia Civil no tiene nada para poder acusarla de nada. Los agentes comienzan entonces una labor complicadísima, porque tratan de localizar a las personas que se relacionaban con José Manuel. Y todas ellas pertenecen al ámbito de la marginalidad y la mendicidad. Aún así, encuentran testigos que cuentan cosas relevantes. Uno de ellos relata que por la casa en la que vivía José Manuel apareció a mediados de julio un hombre que acababa de salir de la cárcel. Y otro cuenta que Concha –recuerden, la mujer con la que el desaparecido hablaba a diario- le dijo un día, animada por el alcohol, que al Chiquitín le habían matado y enterrado.

Y, naturalmente, Chiquitín es el desaparecido, José Manuel… Así le conocían en Almería. Medía 1,55 y pesaba menos de 60 kilos. Ese comentario de Concha deja muy pocas dudas sobre lo sucedido, pero además, el pasado mes de abril se recibe en un cuartel de la Guardia Civil la denuncia de un hombre que avala lo dicho por Concha en esa borrachera. El denunciante, también perteneciente al mundo de la marginalidad, cuenta que la mujer intentó robar en su casa y que cuando la sorprendió y la reprendió, ella le dijo: “te voy a matar y te voy a enterrar, como al Chiquitín”. Además, otros testigos detallan que Concha y el desaparecido mantenían una relación sentimental y que José Manuel había discutido con ese misterioso hombre que había salido de prisión poco antes de que desapareciese.

Las piezas de este puzle iban encajando. Ya había dos sospechosos, incluso lo que parece un triángulo amoroso, pero no hay ni rastro del paradero del cuerpo de José Manuel. Hasta que la Guardia Civil logra agitar el avispero. Concha debió de enterarse de que los agentes estaban preguntando a su entorno por el destino de José Manuel y cometió un error, se puso nerviosa: le pidió a varias personas una pala. Y esa petición llega a los oídos de la Guardia Civil, que tenía las orejas bien levantadas.

La pala, naturalmente, era para desenterrar el cuerpo de José Manuel, al que ella misma confesó –recuerden- que había matado y enterrado. Concha da síntomas de nerviosismo, quiere cambiar el cadáver de lugar porque cree que tiene el aliento de la Guardia Civil en la nuca. Así que a finales de mayo, la mujer está vigilada las 24 horas del día, a la espera de que haga algún movimiento que ayude a localizar el cuerpo de José Manuel. Pero la vigilancia no da resultado y el pasado 28 de mayo los agentes deciden echar un órdago y detenerla. Es una decisión valiente, porque saben que si se cierra en banda no habría forma de encontrar el cadáver, lo que a esas alturas era la prioridad de la Guardia Civil.

Como casi siempre pasa en estos casos, confesó, pero a medias. Los investigadores la arrollaron y la acorralaron con las pruebas y con los testimonios que tenían y ella reconoció que había estado presente en el asesinato de José Manuel, pero que no fue ella quien lo cometió, sino el tercer vértice del triángulo amoroso del que les habló.

¿Quién es ese tercer vértice? Es el hombre al que un testigo vio rondar por el domicilio de José Manuel, al que otro vio discutir con el desaparecido, el mismo que había salido de prisión poco antes de que se perdiese el rastro del hombre. Concha identificó en su declaración al hombre, un tipo llamado Manuel, de 53 años, delincuente habitual, y reconoció que mantenía una relación sentimental con él. Al salir de prisión, Manuel quiso retomar la relación, regresó a la casa de ella, una infravivienda en el barrio del Zapillo, y sospechó que Concha estaba con José Manuel: hablaban con frecuencia por teléfono y daba la impresión de que tenían una relación estrecha.

Según confesó la propia Concha, José Manuel fue a la chabola en la que vivía ella y se encontró con Manuel. Según el testimonio de la detenida, en ese momento se produjo una discusión en la que el ex presidiario golpeó a Chiquitín en la cabeza con una piedra. Ella negó cualquier responsabilidad en el crimen y no quiso contar a los agentes –dijo que no lo sabía– el paradero del cuerpo de José Manuel. Pero, eso sí, aportó datos relevantes sobre Manuel, un tipo de 53 años al que identificó plenamente.

Tras el crimen, el hombre se había marchado a Málaga, donde fue localizado por agentes de la Guardia Civil cuando salía de un supermercado. Tras ser detenido, hizo lo mismo que Concha: se situó en la escena del crimen, pero dijo que la autora material del asesinato había sido ella. La Guardia Civil está convencida de que los dos tuvieron participaron de común acuerdo en la muerte de José Manuel. Manuel sí dio al menos a los agentes la ubicación del cuerpo del desaparecido: estaba enterrado, a poca profundidad, bajo un colchón, en un descampado situado a poco más de 20 metros de la escena del crimen, la casa de Concha, donde los agentes también encontraron unos 300 gramos de hachís y un revólver.

Y así, casi un año después de que su madre denunciara su desaparición, la Guardia Civil de un pequeño pueblo de Alicante resolvió el caso y dio paz a esa madre. Es una buena lección.

Y también lo es para los periodistas, que quizás debamos aprender de esta historia y del empeño de ese sargento de la Policía Judicial de Algemesí. Aquí no ha habido Unidad Central Operativa, ni un enorme despliegue de medios. Solo la profesionalidad de ese sargento y sus hombres y mujeres, aunque desvelaremos un pequeño secreto: ese sargento pasó unos cuantos años resolviendo homicidios en la UCO.