TERRITORIO NEGRO

Territorio Negro: La mente de Maje, la viuda negra de Patraix

María Jesús Moreno y Salvador Rodrigo están encarcelados desde el pasado mes de enero, acusados del asesinato de Antonio Navarro, ocurrido en agosto de 2017 en el barrio valenciano e Patraix. Ella era su esposa y él, uno de sus amantes. Según la investigación, María Jesús –a la que todos conocían como Maje– convenció a Salva para que acabase con la vida de su esposo. En Territorio Negro, detallamos las vidas y las mentes de estos dos vértices del triángulo que protagoniza este crimen: lo que le han contado a los psiquiatras.

Luis Rendueles y Manu Marlasca

Madrid | 30.10.2018 15:33

El 16 de agosto del pasado año, un vecino del barrio de Patraix encuentra el cadáver de Antonio Navarro Cerdán, un ingeniero natural de Novelda (Alicante), de 36 años, que trabaja en Ferrovial, en el tercer sótano del garaje de su domicilio, junto a su coche de empresa. El cuerpo presentaba seis puñaladas, casi todas ellas agrupadas en el pecho, mortales de necesidad. El forense fijó la hora de la muerte en torno a las siete de la mañana, la hora a la que habitualmente Antonio salía hacia su trabajo. La Policía descartó el atraco casi desde el primer momento, porque a la víctima no le faltaba ningún objeto –dinero, cartera, teléfono…– y por la violencia con la que se empleó el asesino.

Y tras una larga investigación, la Policía acaba por detener a la mujer de la víctima y a un hombre, con el que ella mantenía una relación paralela. Los agentes del Grupo de Homicidios de la Brigada de Policía Judicial de Valencia centraron muy pronto su foco sobre Maje, una joven enfermera que se había casado once meses antes con la víctima. Enseguida descubrieron que la mujer llevaba una intensa vida sexual y sentimental antes y después del asesinato de su marido. Escucharon su teléfono y la oyeron contar sus hazañas sexuales a sus amigas, comprobaron la colección de amantes que tenía y se dieron cuenta de que había simultaneado hasta tres relaciones mientras estaba casada.

Y en un momento de la investigación apareció ese Salva… Apareció bien avanzada, gracias a una llamada de teléfono que se produjo el 8 de noviembre, casi tres meses después del crimen. La Policía comprobó que el hombre que hablaba con Maje era Salvador Rodrigo Lapiedra, de 47 años, un auxiliar de enfermería del mismo hospital en el que trabajaba ella. Los agentes averiguaron que entre mayo y agosto –hasta una semana antes del crimen– ambos habían hablado veinte veces y siempre había llamado él. Tras el crimen, sin embargo, no volvieron a hablar. En esa llamada del 8 de noviembre él estaba abatido porque se había enterado de que la mujer iba a pasar el fin de año con uno de sus amantes.

A partir de ese momento, la Policía le comenzó a seguir y comprobó que ambos hablaban con un teléfono de seguridad, porque sabían que el teléfono de la mujer estaba intervenido. Y el 28 de diciembre, los agentes escucharon una conversación clave, que llegó tras un anzuelo lanzado por la policía, que los dos mordieron. Maje se fue a hablar con un hermano de Antonio por cuestiones de la herencia y a éste los investigadores le contaron que ya sabían quién era el asesino. Y así se lo dijo a Maje la familia de su marido. Y, claro, la mujer habló angustiada con Salva en términos ya inequívocos. Y él le dijo cosas como “me tendrían que estar investigando a mí y no me están investigando”. Los dos quedaron en verse en el aparcamiento de un centro comercial unos días más tarde, el 2 de enero. Y la Policía acudió y grabó lo que se dijo en esa cita, que fue definitivo para que unos días después, ambos fuesen detenidos.

Una vez detenidos, Salva reconoció el crimen. Dijo que estaba enamorado de ella, que lo hizo para ayudarle, que ella le contaba lo terrible que era su matrimonio… Ella, si bien en un principio reconoció haber planificado el crimen, ante el juez lo negó. Se limitó a reconocer que encubrió a Salva porque tenía miedo.

En prisión, Salva y Maje reciben la visita de los psiquiatras que tienen que determinar su estado mental. Son psiquiatras del Instituto de Medicina Legal de Valencia, que acuden a la prisión varias veces para entrevistarse con los dos acusados de la muerte de Antonio Navarro. Empecemos por el final, por su dictamen, que deja bien claro que ni Maje ni Salva sufren alteración psíquica alguna que haya influido en el crimen del que están acusados. Así que esa baza, la del trastorno, no parece que vayan a poder jugarla sus abogados. Más allá de eso, y como siempre se hace en estos informes, los dos detallan sus vidas y dan detalles interesantes sobre su relación.

Salva sigue enamorado de Maje, pese a llevar en la cárcel desde el mes de enero. De hecho, se queja ante los psiquiatras de que no le dejan comunicarse con ella en prisión –están en el mismo centro, aunque en módulos separados– y culpa de ello al psicólogo de la cárcel. En estas entrevistas, da todo tipo de detalles de su relación con ella. Dice que la conoció en 2015, cuando ella comenzó a trabajar en la clínica donde él era celador: “Me resultaba atractiva, con ella era diferente a los flirteos previos, quería que se prolongara nuestra relación”, les dice a los psiquiatras.

Salva es un hombre casado, que cuando conoce a Maje tiene una hija ya mayor. También habla de su matrimonio. Se casó con su primera novia, porque, según dijo, en su juventud no tuvo ninguna relación, lo que él atribuye a que pesaba 120 kilos. Tres años después de casarse, tuvieron su hija. Reconoce haber sido infiel a su mujer una vez antes de Maje, porque con su mujer no mantenía relaciones sexuales con él: “era un asunto del que no hablábamos como pareja, ni yo recurría a otros métodos de satisfacción. Me entretenía con algún que otro flirteo inocente con compañeras, que no progresaron, hasta que conocí a Maje”.

Maje y Salva se conocieron y comenzaron una relación que acabó en un crimen. Salva cuenta que todo comenzó con unos mensajes de whatsapp y que poco después, la invitó a comer “para evitar el riesgo de que pensara mal si la invitaba a cenar”. Él era testigo de la relación de Maje con Antonio y todos sus amantes, pese a que le dice a los psiquiatras que “me llegué a plantear el futuro con Maje y pensé que tenía que ser una relación formal, no una aventura, y eso no podía ser estando yo casado y sin posibilidades económicas para afrontar una separación y cargas familiares”. Salva detalla que cuando Antonio y Maje se fueron a vivir juntos, redujeron sus encuentros sexuales (que él cifra en diez durante 2016 en la casa de ella y en algún motel), que durante 2017 mantuvieron (cuatro o cinco veces). Él llega a ser patético cuando cuenta que recogía a Maje en su casa para llevarla a la casa de otros amantes.

¿Y qué contó Salva de lo que conocía de la relación de Maje con su marido? Recordemos que confesó que mató a Antonio para ayudarla a ella. Dice que Maje le hablaba mucho de las broncas con Antonio, de su mal carácter. “Yo iba percibiendo que la relación entre ellos no era buena, ella se quejaba de que él era posesivo. Cuando iban a las fiestas del pueblo, él salía con los amigos, pero a ella no la dejaba salir”. Incluso cuenta que Antonio la exhibía mucho, pero que apenas mantenía relaciones sexuales con ella.

Los psiquiatras recogen en su informe que “se niega a explicar el curso y desarrollo de los hechos que se le atribuyen, tras haberlo consultado con su abogado”.

Sorprende que en todas las entrevistas Maje solo se refiere una vez a Salva: “mi relación personal con él es la que he mantenido con una persona que me ha importado y a la que he querido mucho, es una persona normal, noble”. Ante los psiquiatras asume su responsabilidad de haberle encubierto, pero nada más. Dice que ante la Policía –cuando confesó– dijo lo primero que le vino a la cabeza, que estaba muy nerviosa.

Maje tiene cuatro hermanos. Su padre es propietario de una empresa de fontanería, así que nunca han tenido problemas económicos. Toda su infancia y su juventud estuvieron marcadas por las fuertes convicciones religiosas de sus padres, que pertenecen a una estricta comunidad cristiana. Maje cuenta que no podía acudir a fiestas de cumpleaños o de fin de curso, solo se podía juntar con gente de su comunidad religiosa. “En mi adolescencia no viví la vida, era mi cruz. No tenía una amiga en el colegio, no podía tener una aventura con un chico, notaba que se me estaba pasando muy rápido la adolescencia, que no había hecho nada que no fuera obedecer a mis padres”.

Y esa chica de infancia y juventud tan religiosas, conoce al que luego sería su marido y más adelante, según la investigación, su víctima. Maje conoce a Antonio cuando ella tiene 21 años y él, 31, en las fiestas de Novelda, el pueblo de ambos. Maje había tenido un novio a los 18 años, con el que estuvo dos años y con el que tuvo su primera relación sexual. Le dejó cuando comenzó su noviazgo con Antonio. “Era un hombre maduro, que me sabía llevar y tratar como una mujer”, dice Maje, que también habla de sus primeras discusiones: “recuerdo una discusión porque yo no había borrado de Facebook las fotos de mi novio anterior”.

Ella cuenta que fue un buen noviazgo, que solo tenía problemas cuando él salía con su grupo de Moros y Cristianos, porque bebía mucho y ella se sentía abandonada. A la vez dice que en los primeros años de relación, estuvieron seis meses separados porque Antonio le pilló unos mensajes en los que flirteaba con un compañero de trabajo. Ya en esos primeros pasos de su relación, Maje se quejaba de que Antonio era “una persona poco fogosa”.

Pese a esos problemas de celos y esas quejas, Maje y Antonio continuaron su relación y acabaron casándose. Desde mayo de 2015 ya viven juntos en Valencia y en diciembre deciden casarse. Pero al llegar a Valencia, Maje también se reencuentra con dos amigas que habían salido de su misma comunidad religiosa. “Todas habíamos sido siempre buenas chicas, nos habíamos casado jóvenes y nunca la habíamos liado. Con ellas podía hablar del trato que tenía con Antonio, de que no era cariñoso, que no proponía planes, que no tenía una vida sexual activa”. Maje justifica así sus infidelidades: “Yo siempre tomaba la iniciativa, yo lo intentaba, pero él no respondía”.

Maje habla de un fisioterapeuta con el que estuvo un año, al mismo tiempo que con su marido y con Salva. De hecho, cuenta que su marido le pegó cuando se enteró. A otro de sus amantes, con el que prosiguió su relación tras el asesinato, le conoció en mayo de 2017, tres meses antes del crimen. Dice que dormían juntos siempre que podían, que engañaba a su marido diciéndole que trabajaba por la noche para quedarse con él y que Antonio la sorprendió.

Maje relata que Antonio la llamó puta mentirosa y le espetó: “a ver a quién te vas a tirar hoy”. “Llamó a mis padres y les dijo que no me iba a echar de casa porque se iba a ir él, que me iba por ahí en vez de ir a trabajar”, dice. Sin embargo, el episodio más violento es anterior, antes de la boda: “antes había sufrido empujones, pero ese día le dije que me iba de casa y mientras hacía la maleta me tiró al suelo, me sujetó por el cuello. Me dijo que era una guarra y que podía vivir sin mí”.

Pese a ese episodio, ella se casa y sigue casada. Se limita a decir que una vez que Antonio descubrió una de sus infidelidades, “me di cuenta de que me tenía que separar, en aquel momento mi matrimonio descansaba en una mentira tras otra mentira”. A los psiquiatras les dijo que se culpaba por haber sido infiel durante su matrimonio y de no haber tenido fuerzas para divorciarse. Acusa, además, a Antonio de beber cuando salía y también en casa.

En prisión Maje, a la espera de ser juzgada por el asesinato de su marido, está estudiando una oposición e intenta que la dejen trabajar como enfermera, pero aún no puede. Cada dos semanas, sus padres acuden a verla y escribe cartas a sus amigas. Además, dedica al deporte unas seis horas a la semana. Y hace curiosas reflexiones, que comparte con los psiquiatras: “”Ahora me mantengo en pie, intento olvidar a las personas que me han hecho mal y un día saldré y seré una chica nueva y mejoraré”.