TERRITORIO NEGRO

Territorio Negro: Godella y otros crímenes de locura

El asesinato de dos niños de cinco meses y tres años a manos de sus padres en Godella nos ha horrorizado a todos. A falta de los informes forenses, todo parece indicar que ni María ni Gabriel, los padres de los pequeños, estaban en sus cabales cuando cometieron el crimen. Hoy, en Territorio Negro, hablamos de este crimen y de otros cometidos por personas devoradas por una enfermedad mental. Estos enfermos y sus familias siguen siendo los grandes olvidados del sistema sanitario y penal de nuestro país.

Luis Rendueles y Manu Marlasca

Madrid | 26.03.2019 16:59 (Publicado 26.03.2019 16:03)

Hablemos en primer lugar del asesinato de esos dos pequeños, Ichel y Amiel, y de sus padres, Gabriel Salvador y María Gombau. ¿Quiénes son los protagonistas de esta historia?

María es una joven de 27 años, procedente de una familia valenciana de clase media y, desde muy joven, activista política. Antes de terminar el instituto, María recorrió Europa de una manera peculiar: gracias a una red de casas okupas. Al regresar de este viaje, se implicó políticamente. Se vinculó a grupos surgidos en el 15M y su militancia le llevó a ser detenida en una protesta frente a las cortes valencianas en el año 2011, lo que le costó una condena por atentado, que cumplió realizando trabajos sociales. Hace cinco años conoció al padre de sus hijos, Gabriel Salvador Carvajal, un año mayor que ella, nacido en Lieja, hijo de emigrantes mejicanos. Tras conocer a Gabriel, se incrementó el interés de María por el ocultismo. Ambos estuvieron en México, de donde procede la familia de él, y vivieron con una tribu indígena.

Esa pareja se conoce en Valencia, tienen dos hijos en menos de tres años y acaban ocupando una casa en Godella. ¿A qué se dedica este matrimonio, de qué vive?

Gabriel trabajaba esporádicamente en bares y restaurantes de la zona, aunque nunca con continuidad. De hecho, fue despedido de su último empleo un mes antes de la tragedia. Se ocupaba de llevar a su hijo mayor al colegio público de Rocafort, donde estaba escolarizado, y era quien hacía la compra y se ocupaba de las tareas del hogar. María había trabajado de forma discontinua como peón de limpieza. Okuparon una casa propiedad de una ex diputada de las Cortes valencianas, que arreglaron y en la que ellos y sus hijos residían en unas buenas condiciones, pese a lo que se pensó en un primer momento.

Esos dos padres, María y Gabriel, están ahora en la prisión de Picasent, acusados del asesinato de sus dos hijos. ¿Tiene claro ya la Guardia Civil lo que ocurrió, cómo se desarrollaron los hechos que acabaron con la muerte de los niños?

Es muy complicado. Lo que saben a ciencia cierta es que a primera hora de la mañana del pasado jueves, 14 de marzo, un par de llamadas al 112 alertaron de que había una mujer semidesnuda, con el pelo negro, y un hombre rubio, con el pelo largo, corriendo detrás de ella. Varias dotaciones de la Policía Local acudieron al lugar y no vieron nada. Preguntaron a los vecinos y alguno señaló que las descripciones podrían corresponder a una pareja que residía en una casa ocupada. Los agentes fueron al sitio indicado y encontraron a Gabriel.

El padre de los niños no dijo nada coherente. Dijo que había discutido con su mujer esa noche, en un principio señaló que no sabía dónde estaban sus hijos, luego dijo que su mujer le había dicho que se iba al fondo de una piscina para reencarnarse en sus hijos y en un momento dado, se dirigió a los agentes que le apretaban, que le preguntaban de manera insistente, y les dijo: “No se preocupen, están todos muertos”, refiriéndose al resto de su familia. Además, dijo que quería volverse a Bélgica, porque “aquí no tengo ya nada que hacer”.

En ese instante saltarían todas las alarmas. Se vació la piscina de la casa, pensando que allí podía haber alguien, tras las palabras de Gabriel. Hasta el lugar se desplazaron guías caninos de la Guardia Civil con sus perros, especializados en la búsqueda de cadáveres y de personas vivas. Y uno de esos perros, Scott, un pastor belga malinois, halló a María escondida en un bidón, semidesnuda, con rasguños en la cara, en posición fetal y hablando de cosas incoherentes, que iban desde posesiones demoniacas a abducciones extraterrestres, pasando por una secta de pederastas que dominaba el mundo y pretendía quedarse con sus hijos. A partir de ese momento, la Guardia Civil centró todos sus esfuerzos en hallar a a Amiel e Ichel, los dos niños, de los que ni su padre ni su madre daban una explicación coherente sobre su paradero.

Ninguno de los dos padres tenía un discurso lógico, ni siquiera comprensible. La Guardia Civil sabía que la tarde del día anterior, los niños estaban en casa, en perfecto estado, porque así lo había señalado una amiga de la familia, que había estado en casa, llevándoles comida. Y sabían también que los niños no podían estar muy lejos, porque la pareja no tenía coche, se movían en bicicleta. Durante toda la tarde de ese jueves, los agentes interrogaron a los dos con insistencia, especialmente a María, porque parecía la responsable de la desaparición.

Y finalmente, la madre confiesa. Aunque no es una confesión exactamente. Lo que hace María es llevar a la Guardia Civil hasta el lugar donde están enterrados los niños, muy cerca de la vivienda en la que vivían y a unos 150 metros entre sí. Los pequeños estaban desnudos y con el cráneo machacado a golpes. María no dijo nada sobre la mecánica de la muerte, sobre la forma en la que murieron. No acertaba a decir nada con un mínimo de coherencia. A la Guardia Civil le contó que se encontró a los niños muertos y los enterró y tan solo horas después, a los psiquiatras que la visitaron en el hospital donde fue trasladada tras el hallazgo de los cuerpos, les dijo que “Dios le había ordenado matar a sus hijos, porque estaban poseídos”.

Los dos fueron enviados a prisión, acusados de asesinato. ¿Tienen la misma responsabilidad?

Aún no se sabe a ciencia cierta. Los agentes de la Guardia Civil creen que es complicado que el padre no supiese nada, que tuvo que darse cuenta de lo que pasaba. El problema es que ni siquiera se ha podido establecer el lugar del crimen. Se hallaron restos de sangre cerca de la piscina de la casa, pero no se ha encontrado el objeto con el que fueron golpeados los pequeños hasta la muerte, así que una de las hipótesis es que los niños murieran golpeados contra el suelo de cemento de ese lugar, un sitio muy próximo a la vivienda. También parece poco creíble que María cavase las fosas sin que Gabriel se enterase.

¿Qué se sabe de la vida de esta pareja en la prisión?

Los dos están enmarcados en el protocolo antisuicidios, permanecen en la enfermería y cuentan con reclusos de apoyo que les vigilan. Ambos siguen con sus delirios, especialmente ella. Los compañeros de Telecinco accedieron a una carta llena de extraños dibujos que María escribió en sus primeras horas de encarcelamiento y que leemos para dar una idea de su estado: "Los primeros en entrar son aquellos que cometieron el pecado, y se arrepintieron, de los últimos pasarán a los primeros. Todas las obras cometidas por el hombre, primero son creadas por la mano de los padres, para que sus hijos les enseñen el camino justo y necesario. Unos nos manchamos para que otros sufran, con su sufrir encuentran la gracia de Dios, y así, limpian a los primeros. No existe bien, no existe mal y el centro dura un instante. Es el círculo completo, lo único, un camino en ciclos. La misericordia y la confianza en las fuentes, abre la puerta de la compasión. El juicio y el castigo se lo aflige uno mismo. Al perdonarse uno mismo a través del arrepentimiento sincero, despierta el corazón y con él late la infinita gracia divina”.

Esas palabras, desde luego, no parecen corresponder a nadie que está en su sano juicio. Recordemos que están escritas por una madre acusada de haber matado a sus dos hijos. ¿Qué se sabe de su estado mental?

La madre y varios familiares de María han contado que desde 2017, María tenía brotes de esquizofrenia. Se había encerrado en un mundo de ocultismo, cercano, según algunos testimonios, a la secta de los Illuminati, que mezclaba con creencias extraterrestres, de reencarnaciones y de posesiones diabólicas. Además, según varias personas que han declarado ante la Guardia Civil, tanto ella como Gabriel consumían de forma habitual setas alucinógenas y marihuana. Probablemente, la enfermedad mental de la mujer y el consumo de drogas provocaron un cóctel que desencadenó en el brote psicótico que debió sufrir en el momento del crimen y en las horas posteriores.

Desde que se tuvo noticia del parricidio, hay una pregunta que ronda insistentemente. ¿Nadie pudo hacer nada por evitarlo? ¿No había habido señales de que podía pasar algo?

Es algo ventajista decir ahora que sí con rotundidad. Y tampoco parece de recibo la actitud de los responsables del ayuntamiento de Godella, que se apresuraron a lanzar balones fuera, con los cuerpos de los niños aún calientes. Lo cierto es que en la misma semana del crimen y algo antes, la abuela materna de los niños había avisado de que algo pasaba. Unos mensajes que le puso su hija y que decían que se iba a reunir con el creador, provocaron que la abuela alertase a la Policía Local.

El martes, dos días antes del crimen, varios agentes acudieron a la casa y comprobaron que los pequeños estaban bien, así que no se hizo nada más. La madre de Gombau solicitó por escrito la protección de sus nietos y que estos quedaran temporalmente a su cargo y, a la vista del mensaje de “presuicidio” y la narración de los antecedentes, el juez de guardia le transmitió el miércoles que entre esa misma tarde y el jueves se activaría un dispositivo con tal fin que, sin embargo, no llegó a tiempo.

El pasado mes de febrero, María se quedó a dormir en casa de su madre y salió de madrugada con su bebé, con la intención de pasar la noche en la calle, pese a que la temperatura no alcanzaba los cinco grados. La familia y varias patrullas de la Policía Local la localizaron y llevaron a la madre y al bebé de vuelta a casa.

Es cierto que el niño mayor, el que estaba escolarizado, había dejado de acudir al colegio en los últimos días. Cuando los responsables del colegio público de Rocafort al que acudía se pusieron en contacto con la madre, ésta dijo, simplemente, que se iban a mudar y que por eso el niño había dejado de acudir a clase. Desde el colegio le respondieron que debía personarse en el centro para realizar ese trámite, pero nunca acudió.

Este parricidio, en el que parece que la enfermedad mental ha tenido un papel fundamental, llega después de otro crimen que también tuvo como protagonista a un joven devorado por la locura.

Se llama Alberto, tiene 26 años, y mató a su madre quince días antes de que la Policía llamase a su puerta preguntando por ella. Él, tranquilamente, les dijo a los agentes que su madre estaba muerta, que él la había matado. Al entrar en la vivienda, los policías encontraron restos de la mujer repartidos por toda la vivienda: en la nevera, en la mesa… El joven la había descuartizado. Y permítenos que no demos más detalles, porque no parece necesario.

Alberto simplemente le dijo a la Policía, de manera extraoficial, porque no declaró, que había estrangulado a su madre porque no le daba dinero y porque hacía mucho ruido con los muebles. Esas fueron sus razones. La madre le había denunciado en varias ocasiones: Alberto contaba con doce antecedentes, la mayoría de ellos por maltratar a su madre, con la que vivía a solas desde que su padre murió y su hermano mayor se independizó. Además, en su historial constaban tres internamientos en una unidad psiquiátrica, pero su madre siempre le volvía a acoger en casa.

Por lo que decís, parece un caso claro de alto riesgo: un enfermo mental que ya había maltratado a su madre. ¿Nadie pudo hacer nada por evitar lo que pasó?

El hermano mayor de Alberto le sacaba las castañas del fuego de vez en cuando, cuando era detenido tras los episodios violentos con su madre, pero él tiene su vida y su familia. Alberto comenzó a tener brotes esquizofrénicos, tras acabar sus estudios. En esa misma época comenzó a beber alcohol y a consumir drogas, lo que agravó sus problemas mentales, a los que nadie puso remedio. Su madre, una mujer enferma de párkinson, no podía responsabilizarse de que Alberto tomase la medicación y, como pasa casi siempre en estos casos, fue su víctima.

Las familias de los enfermos mentales suelen ser siempre sus víctimas. Aquí lo habéis contado varias veces…

Prácticamente siempre. Hablamos de tíos hechos y derechos que, medicados, no tienen ningún peligro, pero que cuando dejan su medicación son bombas de relojería. La reforma sanitaria del primer gobierno de Felipe González cerró los manicomios, los psiquiátricos públicos, y se dejó en manos de las familias el cuidado de estos enfermos. La única alternativa que tienen las familias con recursos, es enviarlos a un centro privado.

¿Y cuando, como en los casos que habéis contado, acaban en prisión?

Solo hay dos psiquiátricos penitenciarios: Fontcalent (Alicante) y Sevilla. En las prisiones españolas hay 1.800 internos con enfermedades mentales graves y, pese a la escasez de medios con las que trabajan allí, lo cierto es que hay buenos ejemplos de lo bien que han funcionado allí los tratamientos: el caso de Noelia de Mingo, seguramente, sea el mejor ejemplo. Ya ha abandonado la prisión y hace una vida completamente normal. Y mientras estuvo en la cárcel, ayudó en la enfermería. ¿La razón de esta normalidad? Noelia sigue siendo la misma enferma mental que en un brote mató a tres personas, pero desde que ingresó en la cárcel ha estado medicada.