En Territorio Negro, Luis Rendueles y Manu Marlasca nos van a contar cómo una unidad de élite de la policía –la misma que resolvió, entre otros muchos casos, los crímenes de Bretón– esclareció la muerte de un perdedor, un tipo al que casi nadie echa de menos y cuyo asesinato pasó prácticamente inadvertido para casi todos los medios.
La víctima de este crimen se llamaba Antonio José Ávila Sánchez y murió el 30 de octubre de 2012, cuando tenía 29 años, en su casa de Logroño, en el número 101 de la calle Piqueras, en el barrio de la Estrella. De ahí el nombre de la operación: Estela. A Antonio le cortaron el cuello y le machacaron la cabeza a golpes. Todos le conocían como El Sevi –nació en la localidad sevillana de la Puebla de los Infantes–, Churrita o Pajarito. Llevaba más de medio año en paro, después de trabajar como albañil para una empresa constructora que había quebrado y con la que estaba pleiteando en magistratura.
El Sevi vivía solo en la casa donde murió. Estaba separado de su ex mujer, con la que tenía un niño de cuatro años, y que también le había denunciado por no pagarle la pensión ni la parte de la hipoteca de la casa que adquirieron juntos. El Sevi malvivía recogiendo chatarra, cogiendo setas, vendimiando y, sobre todo, trapicheando con marihuana. Era, desde luego, un perdedor. Un perdedor que muere degollado en su casa.
¿Quién encontró el cuerpo?
El Sevi era un tipo de costumbres. Todos los días bajaba a comprar coca cola a una tienda de comestibles cercana a su casa. El día que no bajó, se extrañaron y comprobaron que en su ventana había luz, así que llamaron a un amigo que tenía ciertos conocimientos en abrir puertas sin la llave. Éste abrió y se encontró una escena terrible.
El Sevi estaba vestido con un pijama, sentado en el sofá, molido a golpes, con la garganta rajada y la escena indicaba que su asesino o sus asesinos le conocían. Se habían tomado unas coca colas, aunque, no habían dejado huellas. Tan solo la cocina llena de restos de sangre, el cajón de los cuchillos abierto y algunas cosas que faltaban del lugar del crimen. Es decir, que lo primero que pensó la policía es que estaban ante un robo. Parecía una brutalidad desmedida para el botín que se habían llevado: faltaba un ordenador, un teléfono móvil, un anillo barato con una zirconita y algo de marihuana. La policía encontró vacía una caja de madera en la que la víctima solía guardar el cannabis que él mismo consumía y con el que trapicheaba.
Parece muy poco botín, desde luego, para un crimen así. ¿Por qué se hace cargo de las pesquisas esa unidad de élite de la policía?sencillamente porque los agentes de la Jefatura Superior de La Rioja solicitaron su ayuda, la de la Sección de Homicidios de la UDEV Central. Algunos de los agentes que se hicieron cargo del caso participaron en la investigación de los crímenes de los niños de Córdoba. Lo primero que hicieron fue entrevistarse con todo el vecindario de El Sevi para comprobar si alguien había oído o visto algo sospechoso en las fechas próximas al hallazgo del cuerpo. Y una mujer recordó haber visto a dos personas fumando un cigarro en casa de la víctima. Ya había una hora –entre las 12 y las 13 horas– y un día, el 30 de octubre de 2012 en la que fijar el crimen.
Los investigadores pusieron un enorme foco sobre El Sevi en busca de una explicación para su muerte y ese foco detectó pronto una zona de sombra: los problemas que tenía con su ex mujer y con la familia de ésta. Problemas de dinero, por la custodia del niño. Pero pronto quedaron descartados, así que centraron las pesquisas en el teléfono móvil del fallecido: localizaron a todos los que hablaron con El Sevi durante los dos meses inmediatamente anteriores a su muerte. Los agentes tomaron declaración a más de cien personas para encontrar un hilo del que tirar.
Cien personas que salen del análisis de esas llamadas de teléfono. Y la policía se da cuenta en esas tomas de declaración que todo el entorno de la víctima pertenecía a ambientes delincuenciales o semidelincuenciales. Nos contaban los policías que tenían que verlos por la mañana, porque a partir del mediodía se agarraban unos globos que no se acordaban ni de sus nombres. De esas cien declaraciones no sale casi nada productivo, pero investigadores se fijan en un tipo que no parecía tener mucho interés en ver a la policía: les daba largas, no aparecía cuando se le citaba. Era Adrián Velasco Álvarez, alias El Velas, de 25 años, con siete antecedentes por robo con fuerza, robo con intimidación, contra la salud pública, malos tratos en el ámbito familiar y lesiones.
Tenía un buen perfil para ser sospechoso: con antecedentes, consumidor habitual de drogas y, sobre todo, se resistía a verse con la policía. Pero no había mucho más contra él: ni una sola huella en el escenario del crimen, ni restos de ADN. Pero el 17 de febrero de 2014, cuando los investigadores no habían terminado de hacerse una idea de lo malo que era El Velas, la suerte se puso del lado de los buenos y El Velas es detenido por otro asesinato.
Fue pillado casi in fraganti junto a otro delincuente habitual, Francisco Javier León Martínez, alias Cara Pan, mató a una vecina de la calle Vara del Rey, 67, muy cerca de donde vivía El Velas. María del Carmen Calderón, de 53 años, conocía al Velas, que en ocasiones le ayudaba a subir la compra. El delincuente quiso robarla junto a su compinche y le machacó el cráneo con una figura. Fue detenido con Cara Pan cuando huían a través de las terrazas, con las manos enguantadas y parte del botín aún encima. A los agentes les sorprendió la crueldad de los criminales, que dijeron textualmente: “no ha sido para tanto, no íbamos a matarla, solo queríamos robarla pero nos iba a reconocer”.
Así que tenemos el crimen de esta pobre mujer esclarecido, pero ¿qué relación hay con el del Sevi? Cara Pan y El Velas empiezan a echarse la culpa el uno a otro. Ninguno quería reconocer ser el autor material de la muerte de María del Carmen. Así que Adrián, El Velas, le dice a la policía que quiere hablar con los investigadores encargados del asesinato de El Sevi. Les ofrece un acuerdo: contaría muchos detalles que él conoce a cambio de no comerse la muerte de la mujer. Y, lógicamente, los policías le dan carrete.
El Velas dice que el crimen lo cometieron dos conocidos suyos, aunque no da los nombres, para quitarle al Sevi 200 gramos de la marihuana con la que trapicheaba, una variedad muy apreciada entre los consumidores llamada Kriti. Por lo visto, ese cannabis tiene efectos alucinógenos, como algunos hongos. El delincuente empieza a dar detalles muy concretos: cuenta que mientras uno le golpeaba con un pequeño bate de béisbol que llevaba oculto entre la camiseta y el pantalón, el otro le degolló con un cuchillo jamonero que cogió de la cocina.
Fija la hora del crimen entre las 12 y la una del mediodía –exactamente a la que fue–, dice que los asesinos se llevaron la marihuana, un ordenador y un anillo que le dieron al gitano que les había encargado el robo. Todos esos eran detalles que no habían aparecido en la prensa y que solo podían conocer un testigo directo… o un participante en el crimen, la idea por la que se inclinaron los investigadores.
Así que la policía cree que El Velas sabe todos esos detalles porque él mismo estuvo allí, en el escenario del crimen. Recordemos que éste era el que daba largas a la policía cuando le querían preguntar por el asesinato de El Sevi. Uno de los autores sería El Velas… ¿Y el otro? Adrián Velasco le dice a la policía que uno de los participantes en el crimen está en prisión. Él insiste en que no tuvo nada que ver con el asesinato de El Sevi e incluso insiste en que era muy amigo suyo. Pero la policía no le cree, tiene la certeza de que él estuvo allí y se ponen a buscar consortes de El Velas.
Consortes, cómplices, parejas, compañeros de faena. Es decir, la policía busca delincuentes con los que habitualmente trabajase El Velas, que hubiesen sido detenidos con él en alguna ocasión. Y encuentran uno que, efectivamente, estaba en prisión acusado de varios robos, tal y como contó el Velas: se llama Gonzalo Bailón Adán, un tipo de 24 años, con 17 antecedentes, que era consorte habitual de El Velas.Y, además, hay otro dato que la policía encuentra para implicar a Bailón en la muerte de El Sevi: la última llamada que recibe la víctima, poco antes de morir, procede de un locutorio cercano al domicilio de Gonzalo Bailón. Los agentes empiezan a recabar testimonios del entorno de Bailón y descubren que es todo un bocazas, un incontinente verbal, sobre todo cuando está puesto.
La policía encontró a varias personas que dijeron haber oído a Bailón hablar sobre el crimen, pero una dio todo tipo de detalles. Dijo que una noche de finales del año 2012, es decir un par de meses después del asesinato, Bailón, muy drogado, confesó haber participado en un crimen. Incuso retó a sus interlocutores: "Os puedo enseñar las zapatillas manchadas de sangre".
Bailón contó a varios testigos que fue con El Velas a casa de El Sevi para quitarle marihuana. Que él llevaba un pequeño bate de béisbol escondido entre el pantalón y la camiseta –lo mismo que contó El Velas– y que mientras él le golpeaba, su cómplice la cortaba el cuello. Incluso dijo que cuando vio salir la sangre a borbotones, se fue del lugar a buscar cosas para robar.
El juez decidió excarcelar a Bailón y a El Velas para tomarles declaración en presencia de todas las partes personadas. No es lo mismo que un interrogatorio policial, es bastante más blando, más sencillo para los imputados, así que no confesaron, pero la policía halló otra prueba importante. Localizaron el local de compraventa de oro en el que Bailón y El Velas vendieron la sortija con la zirconita que le quitaron a la víctima. Lo vendieron, pásmate, empleando la documentación de otra persona, concretamente de un tipo de raza negra. Y nadie preguntó nada.
No parece que tuviesen mucho control en ese establecimiento de compra venta de oro. Todos los protagonistas de esta triste y terrible historia de violencia tienen algo en común: son perdedores, gente que mal vive o que sobrevive. La víctima, El Sevi, tenía tres hermanos a los que apenas veía. Sus padres, que tienen graves problemas de salud, residen en La Puebla de los Infantes, y tampoco trataban con él. Gonzalo Bailón, a sus 24 años, vivía con sus padres y un hermano. Es un policonsumidor de drogas, con un historial delictivo larguísimo. El Velas vivía con una novia agorafóbica en una casa llena de excrementos de animales y con ratas. De hecho, uno de estos roedores mordió a una policía durante el registro a su casa.
En efecto, todos eran perdedores, procedentes de ambientes que pocas veces interesan a los periodistas, pero eso a la policía, a los agentes de la UDEV Central, les da igual. De hecho, a la víctima casi nadie la echaba de menos. Su ex mujer, eso sí, le hizo un último favor: reconoció la sortija de zirconita que se llevaron sus asesinos como un regalo que le había hecho ella.