Bueno, pues sí, empieza la semana de la primera investidura. Habrá otra, seguramente, con mucho ruido, antes incluso de que Feijóo desgrane mañana un programa de Gobierno para España durante los próximos cuatro años, que eso es lo que se dirime en una sesión de investidura, los planes concretos del candidato en el terreno económico, territorial, sanitario, educativo, energético...
En espera de escucharlo, eso será mañana. Hoy ponemos foco en algo que está ocurriendo en Estados Unidos, que es asombroso por lo inédito, bueno, o al menos lo inusual desde hace décadas. Después de años de recortes de inflación, los centenares de miles de trabajadores del sector del motor en Detroit han dicho basta.
Los beneficios récord que han tenido en la última década los gigantes del automóvil, o sea Stellantis, General Motors y Ford, no sólo no han significado mejoras salariales para los trabajadores, sino que estos han perdido, eso dicen, la condición de clase media en un país azotado por la inflación. Ya son casi una clase precaria en este momento.
En el paraíso del capitalismo y, sobre todo, del elogio del individuo solo frente a todo, los trabajadores del motor han descubierto el poder de la unión cuando hay razones y capacidad de asustar a las grandes corporaciones.
Un movimiento colectivo y sindical en el corazón de América en tiempos revueltos. Nada más y nada menos. ¿Recuerdan a Joe Biden pidiendo a los empresarios que pagasen más? 'Pay them more', dijo. Pues aunque parezca insólito, el propio presidente de Estados Unidos apoya las reivindicaciones del potente sindicato del motor. Poca broma, porque al motor se dedican más de dos millones y medio de personas en Estados Unidos.
Esa huelga, que se califica de histórica, es un buen tema de debate para nuestro tiempo de gabinete. ¿Qué señales, qué indicios envía al mundo que los trabajadores de una de las industrias más potentes desafíen a los gigantes del motor?