Aix-en-Provence tiene un casco histórico precioso, con 130 fuentes, palacios, museos, calles empedradas y una catedral con columnas, mosaicos romanos y un claustro románico excepcional. Con todo, este verano, de lo que va a presumir es de la obra de su hijo más ilustre: el pintor Paul Cézanne, que nació, vivió y murió aquí, en Aix-en-Provence. La ciudad, su ciudad, acogerá desde el próximo 28 de junio hasta el 12 de octubre el programa Cézanne 2025, un homenaje al artista y a su obra. Se abrirán al público, rehabilitadas, su casa familiar y su último estudio, y se exhibirá en el museo de pintura más importante de la ciudad una gran exposición internacional con 130 obras de Cézanne aportadas por museos de varias capitales del mundo. Habrá también una aplicación con una ruta urbana por los lugares del pintor, un recorrido guiado por unas canteras cercanas que fueron retratadas en su obra y una mejor señalización de la senda que sube la montaña que hay a la espalda de la ciudad, una montaña que Cézanne pintó 80 veces y en cuya cima hay un castillo, donde está enterrado Pablo Picasso. Son muchos motivos para visitar esta ciudad, y ahora hay otro; que es una buena base para disfrutar de la visión de los campos donde ahora florece la planta que aporta a esta región el más famoso de sus colores: la lavanda.

Paseando en un mar violeta
Dos lugares son especialmente llamativos y próximos a Aix-en-Provence para ver los campos de lavanda. El primero, los campos que se suceden en la meseta de Valensole, entre la ciudad de Manosque, a unos 60 kilómetros al norte de Aix, y el lago de la Sainte-Croix, al lado del parque regional de las gargantas del río Verdón. Destacaría también los campos de lavanda que rodean a la abadía de Nuestra Señora de Sénanque, un monasterio cisterciense, fundado hace casi mil años, se encuentra también al norte de Aix. Se pueden ver los campos, se puede visitar la abadía, cuya sala capitular, la única en la que se permitía hablar, tiene una figura de un dragón diabólico, que ha inspirado muchas leyendas, la Tarasca, y se puede terminar la visita en la tienda de la abadía, que vende miel, licores, jabón, y, por supuesto, lavanda. Por la tarde, podemos continuar la ruta y comenzar a recorrer algunos de los pueblos de la Provenza, que han sido meca de artistas, y que se encuentran entre los más bellos de Francia.

Los pueblos más bellos de Francia
En primer lugar, Gordes. Es el pueblo más visitado de la región, Está encaramado en una colina, un espolón rocoso en forma de cono, en cuya punta, en la cumbre, hay un espectacular castillo fortaleza del siglo X, remodelado en el Renacimiento. Las casas, en su mayoría de piedra, parecen estar enroscadas en la colina. La imagen de este pueblo, de la colina, sus cuestas empedradas, el castillo, las casas de piedra clara casi cubiertas por los árboles y la hiedra ha cautivado a muchos pintores, entre ellos Chagall y Vasarely, y, más recientemente, al cine.

En Gordes y en un pueblo cercano, Bonnieux, se rodó la película titulada "Un buen año", dirigida por Ridley Scott, protagonizada por Russel Crowe y Marion Cotillard. Cerca de Gordes y de Bonnieux, se encuentran otros dos pueblos que también yo incluiría en la ruta: Rousillon, famoso por sus casas de color naranja, amarillo y rojo, todos los tonos del ocre que sale de las canteras de la zona, del macizo del Luberon.

Y, finalmente, Lacoste, que debe su mayor fama a su castillo, porque perteneció al marqués de Sade. Allí organizaba sus fiestas el marqués. Un par de siglos después, lo compró el famoso diseñador y modista Pierre Cardin, que quiso hacer de este castillo un faro cultural, organizó festivales de ópera, de teatro, gastó una fortuna en restaurarlo. Después de Lacoste, yo concluiría nuestra ruta de colores por la Provenza en otro pueblo cercano vinculado a un gran pintor: Arlés, el pueblo más querido por Van Gogh.

Arlés, inspiración de Vincent van Gogh
Arlés se encuentra en un lugar natural estratégico: el comienzo del delta del Ródano, el delta más grande de Europa, junto al cauce de uno de los brazos en que se divide el río, el más importante, el Gran Ródano. Fue colonia griega y luego ciudad romana. Conserva restos espectaculares de su pasado romano: un anfiteatro, el teatro, el foro, las termas y una sucesión de necrópolis, a las afueras de la ciudad. Guarda también importantes restos de su pasado medieval. Muy importante, porque aquí, en Arlés comienza una de las cuatro rutas que nacen en Francia del Camino de Santiago. Con todo, gran parte de la fama de Arlés se debe a Vincent van Gogh.

El pintor holandés se instaló en esta ciudad atraído por su luz y sus colores. Van Gogh pintó 300 cuadros en solo quince meses, de febrero de 1888 a mayo de 1889. Quiso crear en Arlés una comunidad de artistas. Con poco éxito. Sólo atrajo a uno, a Paul Gauguin, y acabaron discutiendo. De resultas de aquella discusión, Van Gogh acabó cortándose una oreja. Le llevaron a la casa de salud local, el Hospital del Santo Espíritu, que en la actualidad alberga el Espacio Cultural Van Gogh. Hay diez lugares de Arlés especialmente señalados, numerosas veces pintados por el artista, entre ellos, la terraza del café pintada por la noche, que está en la plaza del foro; el muelle del Ródano, que aparece en "La noche estrellada", o la casa amarilla, en la plaza Lamartine. De Arlés no podemos regresar a Aix sin visitar Aviñón, un poco al norte, la ciudad de los Papas, con su palacio y su puente, y sin haber disfrutado de otras obras de arte de la región: las de su cocina. Imprescindibles, el ratatouille, esa especie de pisto con berenjena; la bullabesa, un guiso de pescado con salsa de ajo y azafrán; la tapenade, pasta de aceitunas negras, alcaparras y anchoas; el vino del Ródano, y el pastis, aperitivo nacional francés, una bebida de anís que se consume con agua, parecida a lo que en España se pedía hace muchos años en los bares con el nombre de "pajarita".